Cuando el botánico italiano Giuseppe Inzenga probó la seta de caña blanca en 1863, la describió como una de las más sabrosas que había comido.
Este preciado hongo, que habita principalmente la cordillera de Madonie, en Sicilia, y crece en piedra caliza a elevaciones de más de 300 metros, vale la friolera de 110 euros el kilo.
«Esta seta está deliciosa. Puedes comértela cruda o cocinada», afirma Giuseppe Venturella, micólogo de la Universidad de Palermo, en Sicilia. La compara con una porcini (o seta calabaza), señala que es rica en vitamina B y dice que la mejor forma de probarla es comérsela cruda con un poquito de aceite de oliva y parmesano.
Avancemos 100 años desde la época de Inzenga y la misma especie de hongo, aún preciada por su sabor, está clasificada como «en peligro crítico de extinción» por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, una organización que rastrea las poblaciones de muchas de las especies del mundo.
Recoger el hongo está prohibido en áreas protegidas dentro de la región del parque nacional de Madonie, pero los recolectores pueden arrancar hongos maduros —los que tienen un sombrero cuyos lados miden más de tres centímetros— en las regiones circundantes. A diferencia de la mayoría de las especies de hongos, la seta de caña blanca fructifica en primavera y está de temporada de abril a finales de mayo.
La seta de caña blanca fue el primer hongo reconocido por las repercusiones humanas en su supervivencia, y entre 2006 y 2015 fue el único de su especie reconocido a nivel internacional como especie «en peligro de extinción».
«[En Sicilia], la gente lo quería tanto que cuando las poblaciones empezaron a disminuir, formó parte de una conversación popular», cuenta Nicholas Money, micólogo de la Universidad de Miami en Ohio.
Pero ¿qué pasa con los hongos en los que no nos fijamos? ¿Cuántos se encuentran en peligro de extinción?
«Creemos que la verdadera biodiversidad de los hongos es de entre uno y seis millones de especies», afirma Anne Pringle, micóloga de la Universidad de Wisconsin-Madison y exploradora de National Geographic. Con todo, a pesar de su prevalencia global, históricamente los hongos han quedado excluidos de las iniciativas de conservación.
«Como la gente se los come, se dan cuenta y les importa», dice Pringle sobre la seta de caña blanca. «Quizá haya más de mil historias como esa, de hongos en peligro que no conocemos».
Entonces ¿cómo conservamos organismos que no podemos ver y no comprendemos? ¿Y por qué deberíamos intentarlo?
«La vida en el planeta tal y como la conocemos no existiría sin los hongos», afirma Greg Mueller, experto en conservación de hongos y científico jefe del Jardín Botánico de Chicago.
Conservarlos, dice Money, «es una cuestión urgente por su relación con los bosques y los árboles. No puede haber árboles sin hongos… No podemos sobrevivir sin ellos. En lo que se refiere a la salud del planeta, tienen una gran importancia».
Hongos, setas, micelio…
Los hongos tal y como las conocemos —esas setas adorables con sombrero que sobresalen del suelo— son solo una pequeña parte reproductiva de un organismo fúngico más grande. La parte que está sobre el suelo se denomina esporocarpo o «cuerpo fructífero», pero bajo tierra está conectado a una gran red de hilos delgados y microscópicos llamados micelio. En 1998, los científicos determinaron que el organismo más grande de la Tierra, al menos por superficie ocupada, era un hongo en las Montañas Azules de Oregón, EE. UU., cuyo micelio abarcaba más de 800 hectáreas bajo tierra.
Algunos de los denominados hongos micorrizas entablan relaciones simbióticas con las plantas. Hasta el 90 por ciento de las plantas comunes que vemos en tierra tienen una relación beneficiosa con los hongos.
«Los filamentos fúngicos penetran en las raíces de la planta, estableciendo una conexión entre la colonia fúngica y las raíces», afirma Money. «Es como un sistema de raíces adicional para la planta».
Estas redes de raíces ayudan a las plantas a absorber más agua, minerales y nutrientes, y a cambio el hongo obtiene una parte de los azúcares que generan las plantas de la fotosíntesis.
Si cavas y sacas un trozo de tierra, estarás sosteniendo un micelio invisible, afirma Pringle. Los avances en la secuenciación del ADN han ayudado a los científicos a comprobar que las secuencias del ADN fúngico viven ocultas en todo, desde la tierra hasta el néctar de una flor.
Sin embargo, esto también dificulta contarlos. Dependiendo de la especie, el micelio podría producir uno o varios esporocarpos, lo que significa que lo que vemos en la superficie no se corresponde con la cantidad de individuos que crecen bajo tierra.
«Puede haber un micelio bajo tierra que produce una seta ahí y otra ahí», explica Pringle. «¿Son dos individuos? ¿O proceden del mismo individuo bajo tierra?».
«Hay formas de resolverlo, pero requieren mucho tiempo y dinero», señala. Su trabajo se ha centrado en la secuenciación genética de los hongos para distinguirlos.
La situación de los hongos
En un informe de 2018 que evaluaba la situación de los hongos en el mundo, los científicos descubrieron que, comparados con los 68 000 animales y 25 000 plantas estudiados para comprobar si su existencia estaba amenazada, solo se habían evaluado 56 hongos. Actualmente, se han clasificado 168 hongos como amenazados en todo el mundo.
Cosechar setas en exceso, como la seta de caña blanca de Sicilia, contribuye a su declive. Además de comida, muchos hongos son preciados por su valor medicinal. El Cordyceps sinensis, que se encuentra en el Tíbet, se emplea para tratar desde la tos hasta el dolor de espalda. Los hongos chaga, que se distribuyen por todo el mundo y se venden como cura para casi todo, sufren cada vez más sobreexplotación, lo que amenaza las poblaciones en determinadas regiones.
Los hongos también afrontan muchas de las amenazas que sufren las plantas. La pérdida de hábitat, la contaminación y, específicamente, el uso de fertilizantes con fungicidas aniquilan a los hongos. Varios estudios han demostrado que el cambio climático también afecta a los hongos, cambiando la temperatura y los niveles de humedad que determinan cuándo producen un esporocarpo.
Actualmente, los científicos están trabajando para comprender el efecto que podrían tener los propios hongos en el clima.
En 2013, Mueller y sus colegas crearon la Lista Roja de Hongos como subsección de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Se puso en marcha la iniciativa cuando solo se clasificaron tres hongos —dos líquenes y la seta de caña blanca— como especies en peligro de extinción y su fin era resaltar la importancia de conservar los hongos.
«Otro gran avance que ha ayudado es la participación de la comunidad de ciencia ciudadana», afirma Mueller. Los clubes de búsqueda de setas y las páginas web como iNaturalist y Mushrooms Observer permiten que los aficionados registren los hongos que encuentran y generan más datos de campo para los científicos.
Pringle, vicepresidenta de Mushroom Observer, señala que la página web ha ayudado a redescubrir especies que antes se consideraban extintas, como un hongo llamado Hypocreopsis rhododendri que vive en los montes Apalaches y en partes del Reino Unido.
En la última década, la seta de caña blanca se ha descubierto fuera de Sicilia, en una isla griega, y Mueller afirma que pronto podría reclasificarse de «en peligro crítico de extinción» a «en peligro de extinción».
¿Por qué importan?
Los hongos no son solo compañeros cruciales para los árboles, como dice Money, sino que también afectan al clima del planeta.
Cuando paseas por un bosque templado en otoño, todo lo que ves en el suelo —hojas, ramas— está muerto. Pero bajo esa capa de materia muerta hay un mundo próspero de hongos que trabajan para descomponerla. Existen estudios que demuestran que los hongos ayudan a descomponer el carbono almacenado en el material vegetal y lo encierran en el suelo. A nivel mundial, el suelo es una reserva enorme de carbono y alberga más carbono que la atmósfera y las plantas juntas.
Todavía estamos aprendiendo exactamente qué papel desempeñan los hongos en el ciclo del carbono, cuáles son cruciales y cuántos necesitamos, señala Pringle.
«Pongamos que hay 100 especies [de hongos] que contribuyen al ciclo del carbono en un bosque», afirma Pringle. «¿Podemos perder uno de ellos? ¿Diez? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? Quizá podamos perder 99. ¿Cuántas especies podemos permitirnos perder antes de alcanzar un punto crítico y acabar en apuros?».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.