Carmen Rodrídguez (EFE).- El principal motivo de la alarmante pérdida de biodiversidad es la expansión de la actividad humana en hábitats naturales, alerta la bióloga Lenore Fahrig, para quien hay que ser “menos arrogantes” y no creer que tenemos derecho a destruir lo “que nos dé la gana” en la naturaleza.
La bióloga canadiense recogió esta semana en Bilbao el Premio BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Ecología por introducir en el estudio de los ecosistemas la dimensión del espacio, en el sentido del territorio y sus múltiples escalas, y tener en cuenta su papel para gestionar la interacción entre los sistemas humanos y naturales.
«Tenemos que ser menos arrogantes»
Catedrática de la Universidad de Carleton (Canadá), Fahrig estudia el impacto en la biodiversidad de la fragmentación de los hábitats naturales y la pérdida de la conectividad entre los que quedan.
La amenaza del cambio climático está presente en la conciencia de la sociedad, pero el problema de la desaparición de la biodiversidad no tanto, a pesar de es que un desafío frente al que hay que actuar “rápido”, dice a Efe.
Más que pensar en términos de utilidad humana para proteger a animales o plantas, porque “siempre habrá alguien que dé un contra argumento”, hay que tener encuentra el “valor inherente” que tienen todas las especies.
“Tenemos que ser menos arrogantes y pensar que no podemos destruir lo que nos dé la gana, el hábitat y las especies, porque creemos que tenemos derecho a ello”, indica la bióloga.
Cada especie “es única, una obra maestra que, cuando se destruye, desaparece para siempre”, ya sea un oso panda “muy mono”, que puede contar con más empatía, una hormiga, una araña o un reptil.
“Sería un objetivo fantástico” si consiguiéramos concienciar a las personas de la importancia de todas las especies, pero reconoce que no es tan fácil cambiar la mentalidad “antes de que perdamos muchas más”.
Insectos y reptiles son, “un poco, una causa perdida” para lograr la empatía de las personas, pero lo que sí van a entender es que “si llegas a un espacio con muchas especies animales y de plantas, tu alma se siente mucho mejor”, porque nuestra necesidad de biodiversidad es “algo innato”.
Pérdida de hábitats
El principal motivo de su desaparición, es que en las últimas décadas se ha acelerado la pérdida de su hábitat por la actividad humana, “en especial la agricultura”, pero tenemos mucha información al respecto y “sabemos lo que hay que hacer”.
Al igual que con el cambio climático, depende de “la voluntad”, política, de la sociedad, de las empresas para “hacer lo que hay que hacer”.
Con sus investigaciones, Fahrig ha determinado que no solo hay que proteger grandes extensiones de terreno, sino que es “igual de bueno o mejor” tener varias parcelas pequeñas que, al final, todas juntas sumen hectáreas como una grande.
Las regiones con más declive de especies están donde el ser humano domina el paisaje y los hábitat naturales son bastante pequeños, pero no hay que dejar de protegerlos por su tamaño, al contrario, “si sumamos muchas zonas pequeñitas al final tenemos un gran beneficio biológico”.
Fahrig estudia la conectividad entre hábitats y el impacto de las barreras humanas, en especial las carreteras, que cortan las zonas de paso y tienen efectos adversos por el ruido o las luces.
Pero el “principal impacto” es la mortalidad por atropellos, que es lo primero que habría que reducir. Hay distintas formas de hacerlo, desde levantar el nivel de la carretera, a pasos subterráneos o vallas especiales, aunque “todas cuestan dinero”.
Las ciudades y la protección de la biodiversidad
Los términos ciudad y biodiversidad no están reñidos para la bióloga, quien considera la grandes urbes “grandes oportunidades para protegerla. Creo que se puede hacer muchísimo”.
Antes de llegar a Bilbao estuvo en París, hacía 18 años que no la visitaba, y ha apreciado el cambio, “está llena pequeñas parcelas verdes. No hay solo un árbol, sino alrededor una zona con plantas autóctonas y ves mariposas”. Si se protegen y aumentan esos espacios y se reduce el tráfico “se puede hacer mucho”.
En 2015 dejó de viajar en avión debido a la huella de carbono que deja ese medio. En estos años solo ha habido dos excepciones, ahora para recoger el Fronteras del Conocimiento y cuando falleció su suegra en Estados Unidos,
Como la última vez que visitó Europa, ha intentado hacer el viaje en carguero, pero con “la covid no admiten pasajeros”, así que tomar el avión ha sido “una decisión muy difícil”.
Por eso destinará parte del premio Fronteras a alguna organización que ayude a la descarbonización, para eliminar las emisiones que han causado sus vuelos a Europa.
No tomar aviones es “una decisión personal” y entiende que en una sociedad global hay situaciones en las que la gente tiene que volar, “además de todo el tema económico asociado”.
Durante años se preguntó si cada vuelo que hacía merecía realmente la pena teniendo en cuenta la huella de carbono, hasta que decidió dejar de hacerlo. “Me sentía demasiado mal cada vez que tenía que volar”. EFEverde