Las condiciones climáticas influyen en el tipo de especies animales y vegetales que habitan determinado territorio, en cómo se configuran las sociedades, su arquitectura, la presencia de enfermedades y la vulnerabilidad o resistencia frente a la crisis ambiental.

Laura Franco Salazar | Periodista Unimedios sede Medellín

La traslación de la Tierra alrededor del Sol incide en las latitudes tropicales, de manera que esta define las épocas de más o menos lluvia. Fuente: Parques Nacionales Naturales de Colombia.La traslación de la Tierra alrededor del Sol incide en las latitudes tropicales, de manera que esta define las épocas de más o menos lluvia. Fuente: Parques Nacionales Naturales de Colombia.

Colombia es uno de los países ubicados en la zona intertropical del planeta, en medio de los trópicos de Cáncer y Capricornio (ver imagen). Junto a otros como Bolivia, Perú, Nigeria, Sudán e Indonesia, presenta pocos cambios de temperatura a lo largo del año, y por ende no experimenta ninguna de las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno.

Sin embargo, tiene zonas que pueden estar casi permanentemente cerca de los 30oC –en costas y llanuras– y de 0oC en la alta montaña, con épocas de más o menos lluvia, un espectro tan amplio que ha configurado al país como uno de los más biodiversos del planeta, con más de 50.000 especies animales registradas y más de 30 millones de hectáreas protegidas, es decir el 15% del territorio nacional, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

“El clima también determina gran parte de la composición de la vegetación: los bosques de la parte baja de una montaña y los de la parte alta son muy distintos, y todos están determinados por el clima. Las variaciones son evidentes porque una montaña acá en el trópico puede tener una temperatura promedio de 28oC, y más arriba de 10oC”, explica Sebastián González Caro, doctor en Ecología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.

Según investigaciones desarrolladas en compañía del profesor Álvaro Javier Duque Montoya, estos bosques cuentan con familias de plantas como Cunoniaceae (encenillo), Melastomataceae y Clusiaceae, que son cruciales en la captura de carbono (0,67ton/ha en comparación con los bosque amazónicos, que alcanzan 0,41ton/ha), lo que convierte a los bosque andinos (ubicados en la cordillera de los Andes) en lugares fundamentales para mitigar la crisis climática.

Las zonas tropicales se caracterizan por su alta radiación solar, temperaturas elevadas, alta humedad, nubosidad, pluviosidad, vientos relativamente suaves y presencia de montañas.  Fuente: Parques Nacionales Naturales de Colombia.Las zonas tropicales se caracterizan por su alta radiación solar, temperaturas elevadas, alta humedad, nubosidad, pluviosidad, vientos relativamente suaves y presencia de montañas. Fuente: Parques Nacionales Naturales de Colombia.

“Los bosques tropicales almacenan alrededor del 45% del carbono del planeta, lo que los hace elementos importantes; junto con los bosques andinos –el ecosistema más diverso del planeta– son una de las principales fuentes de agua en Sudamérica, pues al menos el 33% del continente depende del agua que se produce en ellos”, señala el investigador González.

Estas zonas están siendo afectadas drásticamente por el cambio climático y la deforestación. “Actualmente se estima que los ecosistemas andinos conservan apenas el 30% de la vegetación original. En Colombia los bosques del Chocó, por su inaccesibilidad, han tenido una baja deforestación, y a rasgos generales se espera que varias especies desaparezcan, sobre todo si no logran migrar a las condiciones térmicas que necesitan”, agrega el profesor Duque.

Una cruz y una bendición: clima, sociedad y salud

Los primeros españoles que llegaron a América con intenciones de conquista denigraron del clima tropical con el que se encontraron, lo consideraron malsano, causante de enfermedades y determinante para que las especies animales, vegetales y humanas fueran “inferiores” a las europeas. “A esto lo llamamos hoy ‘determinismo geográfico’, que consiste básicamente en asociar negativamente las condiciones naturales y del hombre. En ese entonces este fenómeno fue tan fuerte, que la zona fue considerada como no apta para la vida”, apunta el profesor Álvaro Andrés Villegas Vélez, de la UNAL Sede Medellín, Ph.D. en Historia y autor del artículo “Territorio, enfermedad y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934”.

“Así mismo, entre los siglos XVIII y XIX se pensó que las enfermedades tropicales eran causadas por ‘miasmas’, una especie de efluvios, atmósferas o gases que no se ven ni son medibles, pero que se creía eran producto de la materia orgánica que se descomponía en los bosques, y por ende causaban las enfermedades”, continúa.

Más adelante la ciencia demostró que las enfermedades tropicales son consecuencia de la presencia de insectos vectores (portadores y transmisores de microorganismos que causan enfermedades) que encuentran en el clima el hábitat propicio para vivir y reproducirse. En este sentido, investigadores de la UNAL Sede Medellín, como el profesor Germán Poveda Jaramillo, han demostrado que el fenómeno de El Niño (las épocas de menos lluvia) está relacionado con las epidemias de malaria en el país.

En los bosques andinos se encuentra entre el 10 y 15 % del carbono que se ha fijado en la atmósfera. Su papel en la mitigación de la crisis climática es clave. Fuente: Jeimi Villamizar - Unimedios.En los bosques andinos se encuentra entre el 10 y 15 % del carbono que se ha fijado en la atmósfera. Su papel en la mitigación de la crisis climática es clave. Fuente: Jeimi Villamizar – Unimedios.

Así, corroboraron que el aumento de la temperatura incrementa la tasa de picadura de las hembras del mosquito anofeles y acorta el periodo de incubación del parásito Plasmodium, causante de la enfermedad. De ahí que se prevea que el calentamiento global podría “llevar” la malaria a sitios montañosos en los que actualmente no tiene incidencia.

“Es un hecho que la variabilidad climática, a distintas escalas, tiene una incidencia particular en las regiones tropicales, especialmente en relación con enfermedades transmitidas por mosquitos como el dengue, la malaria y la leishmaniasis”, apunta el profesor Poveda.

Cultura material y crisis climática

“Las adaptaciones de las sociedades al clima tropical han sido variables y paulatinas; las sociedades en las que el conocimiento científico no es 100% sistematizable requieren periodos de adaptación más lentos y relaciones prolongadas con el entorno para conocer bien el clima y los lugares que habitarán, entre otros factores, para después establecer estrategias de adaptabilidad”, resalta el historiador Villegas.

Señala además que, “en todo el país se han construido las viviendas con base en la frecuencia de las lluvias y la presencia de más o menos nubosidad. Cuando vamos a la Costa Atlántica, por ejemplo, nos encontramos con casas de techos altos y pocas ventanas, y aunque según los parámetros actuales podrían parecernos oscuras y quizá no nos agraden mucho, son casas frescas, hechas para el clima en el que se encuentran, para que los rayos del sol no entren fácilmente”.

En torno al clima se ha configurado toda una cultura material, como por ejemplo las malocas amazónicas, la ubicación de las casas campesinas según el correr del viento para que no entre el humo del fogón de leña, y la fabricación y el uso de sombreros de palma que son más frescos. También está la construcción de obras de riego para facilitar el cultivo en tiempos de sequía, o la construcción de obras de drenaje para impedir inundaciones.

En coherencia con las explicaciones del profesor Villegas, el docente Poveda reitera que “las fluctuaciones del clima definen todos los aspectos de la realidad social, ambiental y económica del país. En Colombia tenemos, por ejemplo, que un poco menos del 80% de la generación de energía eléctrica proviene de los caudales de los ríos, y que la mayor parte de la agricultura se nutre de las aguas asociadas con las lluvias o la irrigación”.

El clima tropical suele tener temperaturas altas en el aire, de manera que –por las leyes termodinámicas– alberga en su atmósfera cantidades considerables de vapor de agua, un requisito indispensable para la formación de lluvia. La segunda región más lluviosa del planeta es Quibdó, en la costa pacífica colombiana, en donde llueven entre 10 y 12m de columna de agua en un año promedio, y en algunos años han alcanzado los 26m. Esto, aunque facilita la agricultura y provee del líquido vital, hace más vulnerables a sus habitantes ante la crisis climática, pues hay más probabilidades de tormentas intensas y huracanes.

De igual forma, el docente señala que podrían ocurrir eventos hidrometeorológicos extremos como las sequías, causadas por la acción de los seres humanos, la deforestación y la emisión de gases de efecto invernadero.

Los docentes Villegas y Poveda coinciden en que la vulnerabilidad se reflejará en los “migrantes climáticos”, que –se espera– provendrán en mayor medida de las zonas costeras. “Si las tasas de emisiones siguen creciendo, es probable que a finales del siglo XXI haya ciudades costeras inhabitables debido a que el mar podría meterse tierra adentro, salinizar los acuíferos costeros y destruir la infraestructura. No obstante, como es un fenómeno que ocurrirá de forma extendida y a lo largo de mucho tiempo, podría ser poco visible”, puntualiza el profesor Poveda.

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