La base de la evolución está marcada por distintos factores que en muchas ocasiones se esconden más allá de la obviedad. Para descubrir la línea evolutiva de las especies e incluso del hombre mismo, los científicos tienen que cruzar la frontera de lo conocido usando la razón y la creatividad para intentar descifrar los misterios de la naturaleza. Es cierto que no es un camino fácil y certero, pero en un afán de comprender la realidad en la que nos colocamos, muchos argumentan nuevas teorías para explicar cómo es que está constituida la base evolutiva.
Para comprender de mejor manera, primero hay que desglosar el concepto de biodiversidad. Este abarca un análisis jerárquico y multifacético de la complejidad de la vida, es decir, cómo es que emergieron tantas especies, ¿cómo llegaron a tales grados de diversidad?
Podríamos considerar a la biodiversidad como un metaconcepto, es decir, que dentro de sí mismo engloba conceptos ramificados y que, a su vez están jerarquizados. En otras palabras, cada jerarquía engloba a la siguiente y todo está relacionado. Los niveles de la biodiversidad más aceptados dentro de la comunidad científica incluyen: genética, especies y diversidad de ecosistemas.
El escenario plantea que la evolución y por ende, la biodiversidad dependen desde factores como los genes dentro de las poblaciones, hasta las especies en las comunidades y los ecosistemas en diferentes biomas. No obstante, Adolfo Cordero Rivera, quien es investigador de la Universidad de Vigo, cree que se ha olvidado un cuarto nivel que podría ser clave importante en el entendimiento de la biodiversidad; la diversidad etológica o la etodiversidad.
¿Qué es la diversidad etológica?
Según el propio Cordero, la diversidad etológica “se define como la variabilidad de los rasgos de comportamiento en la jerarquía biológica, incluido el nivel individual (por ejemplo, personalidad), el nivel de población (estrategias reproductivas alternativas) y el nivel de ecosistema (como patrones de comportamiento contrastantes entre especies)”.
En términos sencillos, la etodiversidad está intrínsecamente ligada al comportamiento de las especies. Además de cómo estas se relacionan entre sí mismas y con el entorno que las rodea. Pero no sólo se limita al comportamiento individual, sino que puede aplicarse para el estudio de comunidades completas.
El comportamiento gana relevancia
Traduciéndolo en un ejemplo: si pensamos en arañas, quizá aparte de imaginar que tienen ocho patas, lo primero que pensemos será que tejen telarañas fijas. Pero no existe una sola especie de araña, existen miles y normalmente se diferencian entre sí por su constitución fenotípica, entre otros factores. Sin embargo, hay una familia de arácnidos llamada Deinopidea muy distinta de las demás. Estas tejen una telaraña unida a sus patas y las mantienen abiertas para captar a sus presas. Es decir que, a diferencia de las demás arañas, estás cambian su comportamiento para garantizar su subsistencia.
Un sector de zoólogos cree que, en la generación de divergencia y especies, las condiciones del ecosistema tienen un mayor peso. Por ejemplo, cuando las poblaciones quedan aisladas geográficamente, entonces dejan de intercambiar genes y evolucionan independientemente. Como es el caso de las islas.
No obstante, Cordero argumenta que esta condición también puede darse aun cuando las poblaciones coexisten en el mismo espacio geográfico. Y es justamente aquí cuando las barreras físicas, son reemplazadas por la diversidad etológica. Misma que podría traducirse como la divergencia de comportamientos de cortejo, atracción, huida y ataque entre individuos. El comportamiento entonces adquiere gran relevancia y se vuelve parte importante de la base evolutiva de las especies.
La diferencia no es peyorativa
Si extrapolamos este concepto a la sociedad, podemos darnos cuenta de que la diversidad etológica no hace más que coadyubar a la naturaleza para el surgimiento de distintas formas de vida. Lo diferente no necesariamente representa una cualidad peyorativa, sino que es símbolo de vida.
La biodiversidad no se limita a cuestiones biológicas, sino que se extiende en ámbitos culturales y sociales. Entender que este metaconcepto es el origen de todas las formas de vida en la Tierra, nos acerca a la comprensión de que no es necesario asumirnos como iguales, sino que cada uno es único en sus diferencias. Acciones como el racismo van en contra de la naturaleza, que nos enseña que lo diferente es necesario para gestar vida.
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