Nairobi, marzo de 2024. Los hogares de todos los continentes desperdiciaron el equivalente a más de 1.000 millones de comidas cada día durante 2022, mientras 783 millones de personas padecían hambre y un tercio de la humanidad atravesaba una situación de inseguridad alimentaria. El desperdicio de alimentos sigue perjudicando la economía mundial y exacerbando el cambio climático, la pérdida de naturaleza y la contaminación. Estas son las principales conclusiones de un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicado hoy, con motivo del Día Internacional de Cero Desechos.

El Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos 2024 del PNUMA, elaborado por WRAP, proporciona la estimación mundial más precisa sobre el desperdicio de alimentos por parte de minoristas y consumidores. Proporciona orientación a los países para mejorar la recopilación de datos y sugiere las mejores prácticas para pasar de la medición a la reducción del desperdicio de alimentos.

En 2022, se generaron 1.050 millones de toneladas de desperdicios alimentarios (incluidos los restos no comestibles), lo que supone 132 kilogramos por persona y aproximadamente una quinta parte de todos los alimentos disponibles para el consumo humano. Del total de alimentos desperdiciados en 2022, el 60% se desechó desde los hogares, mientras que el 28% correspondió a los proveedores de servicios alimentarios y el 12% al comercio minorista.

«El desperdicio de alimentos es una tragedia mundial. Millones de personas pasarán hambre hoy debido al desperdicio de alimentos en todo el mundo», afirmó Inger Andersen, Directora Ejecutiva del PNUMA. «No solo se trata de un grave problema de desarrollo, sino que las repercusiones de este desperdicio innecesario están causando costes sustanciales al clima y a la naturaleza. La buena noticia es que sabemos que, si los países dan prioridad a esta cuestión, podrán revertir significativamente la pérdida y el desperdicio de alimentos, reducir los impactos climáticos y las pérdidas económicas, además de acelerar el progreso hacia los objetivos mundiales».

Desde 2021, se ha fortalecido la infraestructura de datos mediante más estudios que dan seguimiento al desperdicio de alimentos. A nivel mundial, el número de puntos de datos con una granularidad a nivel de los hogares aumentó a casi el doble. No obstante, muchos países de ingreso bajo y medio siguen careciendo de sistemas adecuados para realizar un seguimiento adecuado de los progresos para cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible 12.3 de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos de aquí a 2030, en particular en el comercio minorista y los servicios alimentarios.

Solamente cuatro países del G20 (Australia, Estados Unidos de América, Japón, el Reino Unido) y la Unión Europea disponen de estimaciones sobre el desperdicio de alimentos adecuadas para realizar un seguimiento de los progresos de aquí a 2030. Arabia Saudita y Canadá disponen de estimaciones adecuadas con una granularidad a nivel de los hogares; por su parte, Brasil prevé contar con una estimación a finales de 2024. En este contexto, el informe sirve de guía práctica para que los países midan y comuniquen de forma coherente el desperdicio de alimentos.

Los datos confirman que el desperdicio de alimentos no es sólo un problema de los «países ricos», ya que los niveles de desperdicio de alimentos en los hogares difieren en apenas 7 kg per cápita con respecto al promedio observado para los países de ingreso alto, medio-alto y medio-bajo. Al mismo tiempo, los países más calurosos tienden a desperdiciar más alimentos por habitante a nivel de los hogares, lo que puede deberse a un mayor consumo de alimentos frescos con gran cantidad de partes no comestibles y a la falta de cadenas de frío fiables.

Según datos recientes, la pérdida y el desperdicio de alimentos generaron entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI) (casi 5 veces más que el sector de la aviación) y una importante pérdida de biodiversidad al ocupar el equivalente a casi un tercio de las tierras agrícolas del mundo. Se calcula que el coste de la pérdida y el desperdicio de alimentos para la economía mundial es de aproximadamente 1 billón de dólares.

Se prevé que las zonas urbanas se beneficien en mayor medida de los esfuerzos para impulsar la circularidad y la reducción del desperdicio de alimentos. Las zonas rurales suelen desperdiciar menos alimentos, con una mayor desviación de los restos de comida hacia los animales domésticos, el ganado y el compostaje doméstico como explicaciones probables.

En 2022, solo 21 países habían incluido la pérdida de alimentos y/o la reducción de desechos en sus planes climáticos nacionales (también llamados Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional, CDN). El proceso de revisión de las CDN de 2025 ofrece una oportunidad clave para aumentar la ambición climática mediante la integración de la pérdida y el desperdicio de alimentos. Asimismo, en el informe se hace hincapié en la urgencia de hacer frente al desperdicio de alimentos tanto a nivel individual como sistémico (holístico).

Se necesitan bases de referencia sólidas y mediciones periódicas para que los países puedan constatar los cambios a lo largo del tiempo. Gracias a la aplicación de políticas y al establecimiento de alianzas, países como Japón y el Reino Unido demuestran que el cambio a gran escala es posible, puesto que han logrado reducciones de desperdicios alimentarios de 31% y 18%, respectivamente.

«Con el enorme coste que representa el desperdicio de alimentos para el medio ambiente, la sociedad y las economías mundiales, es necesario que tomemos medidas más coordinadas en todos los continentes y las cadenas de suministro. Apoyamos al PNUMA en su llamamiento para que más países del G20 cuantifiquen su desperdicio de alimentos y trabajen para alcanzar el ODS 12.3», afirmó Harriet Lamb, directora general de WRAP. «Esto es fundamental para garantizar que los alimentos nutran a las personas, no a los basureros. Las asociaciones público-privadas son herramientas clave para obtener resultados hoy en día, no obstante, requieren apoyo: ya sea filantrópico, empresarial o gubernamental, todas las partes interesadas deben colaborar en los programas que abordan las repercusiones que genera el desperdicio de alimentos en la seguridad alimentaria, el clima y nuestros bolsillos».

El PNUMA efectúa un seguimiento de los progresos logrados por los países para reducir a la mitad el desperdicio de alimentos de aquí a 2030, y cada vez se centra más en las soluciones para lograrlo más allá de los métodos de cuantificación. Una de estas soluciones es adoptar medidas sistémicas a través de alianzas público-privadas (APP): mediante plataformas que reúnan al sector público, al sector privado y al sector no gubernamental para cooperar, identificar cuellos de botella, codesarrollar soluciones e impulsar el progreso. Una financiación adecuada puede permitir a las APP reducir el desperdicio de alimentos de la granja a la mesa, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y el estrés hídrico, al tiempo que se comparten las mejores prácticas y se fomenta la innovación para lograr un cambio holístico a largo plazo. Las APP contra la pérdida y el desperdicio de alimentos se están extendiendo por todo el mundo, por ejemplo, en Australia, Indonesia, México, Sudáfrica y el Reino Unido donde han ayudado a reducir más de una cuarta parte del desperdicio de alimentos per cápita en los hogares en el período 2007-2018.

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