¡La victoria por 2-1 sobre el Milán, con goles de Acerbi y Thuram, otorga al Inter el vigésimo scudetto de su historia! Un triunfo merecido e histórico: el Inter se cose la Segunda Estrella en el pecho
Una enorme bandera nerazzurri ondea en el césped de San Siro.

Es grande, tiene dos estrellas doradas. En el centro, un tricolor. El número es 20. Los jugadores del Inter, ese grupo fantástico, ese grupo en movimiento, corren debajo de la afición, dentro de un estadio que se va vaciando porque los locales tienen que dejar espacio para el partido. Salta, Nicolò Barella. Federico Dimarco sube por la puerta junto al capitán, Lautaro Martínez. Bailamos, con una voz que lo domina todo. El derbi acaba de terminar y bajo la lluvia de Milán, las camisetas nerazzurri llenan el césped, iluminándolo. El Inter es campeón de Italia, es campeón de Italia por vigésima vez. Es campeón en el estadio de la ciudad, en un derbi fuera de casa, una victoria más. Dominado durante largos tramos, luchado. Ganó, como siempre. Están las firmas de Acerbi y Thuram en el último acto de este loco viaje. Después de 33 jornadas suman 86 puntos en la clasificación, 17 más que su inmediato perseguidor, el Milán.

Risas, Simone Inzaghi. Líder único de un grupo fantástico, creador de éxitos repetidos. Cocinó la receta perfecta, un equipo prácticamente impecable que dominaba, por todas partes, con números de locura. El Scudetto llega, como ya se ha dicho, al final de un duro derbi, dominado durante mucho tiempo y luego empañado por un final lleno de tensión con tres expulsiones (Dumfries, Hernández, Calabria). Sommer y sus paradas, Pavard insuperable, Barella omnipresente. Luego Thuram, esquivo, rápido, letal. La victoria nunca estuvo en duda, a excepción de los minutos finales, algo aleatorios e histéricos, que sin embargo fueron dulces para todos los aficionados del Inter. Que festeja, sin parar.

EL PARTIDO
Un rugido ensordecedor, bajo una lluvia incesante, un lunes de abril vestido de noche de invierno. Hace mucho frío, pero no se siente. La sangre que fluye por las venas de todos los presentes está hirviendo, lo que ayuda a crear una atmósfera incandescente. No importa el tiempo: el derbi de Milán calienta a todos. Por un lado, los nerazzurri animan a los chicos de Inzaghi: les animan a dar el último paso hacia la meta tan soñada y sudada. Por otro lado, las ganas de poner pausa a un partido que quiere empezar, y no acabar. Y luego nos vamos a un derbi potencialmente histórico.

Inter, inmediatamente. Hermoso, geométrico, desenfrenado. Toques y bolsillos, espacios ganados, recorridos elegantes. Thuram profundo, Sticks abanicándose. Todo el repertorio, todas las cosas bonitas a las que los aficionados nerazzurri se han acostumbrado. Milán esperando, listo para partir de nuevo. En el minuto 18, los nerazzurri se quedaron sin aliento: un córner de Dimarco, rematado por Pavard, envió el balón a la cabeza de Acerbi. El cabezazo es preciso, la sentida avalancha hacia la afición loca de alegría certifica el 1-0.

Merecido y lamentablemente no repuesto. El Inter ataca ferozmente, pero Lautaro no logra duplicar la ventaja desde corta distancia. Las ideas del Milan están confiadas a Leao, desplegado como delantero centro: Sommer está atento y también tiene la cobertura de un Pavard en formato mundial. Super Benji, como todos los chicos nerazzurri, eléctrico en su justa medida. Thuram besa con el pie derecho el poste con un plato que había hecho pedir a gritos un gol: todavía 1-0, lamentablemente.

El final de la parte es abierto: el partido se juega cara a cara, de zona a zona. Sommer hace una parada prodigiosa contra Calabria, en la remontada Maignan dice no a Mkhitaryan. Todo podía pasar, y el contraataque de Dimarco no concretó cuando se acababa el tiempo. Qué partido.

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