Marta Montojo y Sheila Noda
Madrid, 29 jul (EFE).- Un día cualquiera de invierno, esta sala podría estar llena de gente vestida de gala, en una cena u otro evento pagado generosamente por alguna gran empresa. Es uno de los espacios más caros del edificio, afirma uno de sus trabajadores. Este viernes, sin embargo, cuando comienza la primera gran ola de calor de 2024, el Salón de Baile del Círculo de Bellas Artes (CBA) de Madrid acoge hacia el mediodía a una veintena de personas que trabajan, descansan, estudian, leen o juegan al ajedrez. También aloja a cerca de 300 plantas prestadas por el Vivero de Estufas del Retiro y a otras tantas plantas ajenas, de las que se ocuparán los jardineros del CBA en su guardería vegetal. Se trata del refugio climático que esta entidad privada sin ánimo de lucro inauguró el pasado jueves 11, y que estará abierto hasta el final del mes de agosto.
El calor extremo que abrasa estos días las calles madrileñas -donde en muchos puntos ni siquiera hay árboles o lugares para esconderse del sol- es lo que ha llevado a Álvaro y Aída, una pareja de 26 y 28 años, respectivamente, a pasar la mañana en el refugio climático del CBA. Están sentados en una de las mesas de ajedrez, jugando y tomando un refresco. Él, residente en el distrito centro, y ella, de Carabanchel, supieron de esta iniciativa a través de las redes sociales. Álvaro dice pasarlo muy mal con el calor y, como vive cerca, vino ayer para probarlo para estar en un lugar más fresco que su casa. “Vi que tenían mesas para estudiar, que tenían ajedrez, y pensé ‘mañana volvemos’”. Ahora que los dos lo conocen, están seguros de que lo aprovecharán más veces a lo largo del verano.
Aunque es gratuito y de libre acceso -sin reserva previa-, en el refugio queda aún mucho espacio libre, a pesar de que para este viernes la Agencia Estatal de Meteorología pronostica que Madrid podrá alcanzar los 40 grados. Carlos Thomas vive en la zona de Urgel, pero trabaja como camarero en la azotea del Círculo de Bellas Artes. Hoy le toca estar dentro y refugiado del calor. Aunque arriba, en la azotea, hay mucho más ajetreo -y por tanto la jornada se le hace más amena-, este venezolano dice trabajar más a gusto abajo, en el refugio climático, en días como hoy, de extremo calor. “De lo poco que no me ha gustado de Madrid es que no hay espacios como este, donde puedas quedar con un amigo en una tarde sin pasar calor”, dice. Cuenta que en su país los días calurosos los pasaba en centros comerciales, a los que llama “malls” (del inglés estadounidense).
Pero en el refugio climático no hay necesidad de consumir nada. No hay que pagar por pasar tiempo aquí, ni hay que inscribirse a ninguna actividad. Y eso que, cuenta Thomas, el salón de baile es uno de los salones “más bonitos” del CBA, y “muy costoso para alquilar”. “Que lo hayan habilitado para esto me parece increíble. Es una idea extraordinaria. En Madrid a veces no encuentras ni siquiera un banquillo con una sombra”.
También comparte esta opinión Isabel, de 68 años, que se toma una copa de vino blanco mientras espera a una amiga. Esta madrileña, residente en el distrito de Arganzuela, ha venido al CBA convocada por su centro de mayores, que ha organizado allí un taller de bolsos, y luego ha aprovechado para ver la exposición de la obra de la fotógrafa Cristina García Rodero. En la actividad de esta mañana, los mayores han ocupado dos largas mesas del refugio climático para estampar sus bolsas de tela con tinta textil.
Isabel ya conocía el refugio antes de venir al taller. “De hecho, me fascinó. Pensé que a ver si nuestro alcalde [Martínez] Almeida hace refugios climáticos gratuitos. Y no sólo teatros y museos con descuentos”. Pone el ejemplo de Barcelona, donde “llevan años con refugios climáticos”. Tienen que estar a 10 minutos andando de todo el mundo para que sean efectivos, afirma con seguridad. “Por eso las autoridades públicas deberían copiar a iniciativas privadas como esta”, sentencia.
En la sala hay otras 15 personas que trabajan o estudian en silencio. Además de Álvaro y Aída, que continúan su partida, un padre y un hijo juegan al ajedrez en otra mesa. Otros deambulan entre el jardín, hacen fotos, se paran a mirar las plantas, los carteles o las vistas. Varias personas se acomodan en los sillones y leen. Pero el salón está lejos de estar lleno. Carlos Thomas, que trabaja aquí cada día, dice que hay incluso menos gente que otros días. Lo achaca a que es viernes y empieza el fin de semana. Y en julio, un fin de semana de calor como este, muchas personas optan por exiliarse en la playa.
Pero hay quienes no pueden escapar de la jungla de asfalto. Ante las elevadas temperaturas, la Fundación Canal, en Plaza de Castilla, también se ha prestado como refugio climático. Un cartel a la entrada, en la calle Mateo Inurria, invita a refugiarse del calor en los espacios del centro. María Juana, de 78 años, ha venido solamente a hidratarse tras salir del Hospital Ramón y Cajal. “Vine por un poco de agua, porque tenía mucha sed”, dice, mientras espera a que la pasen a recoger.
Además de una zona de descanso climatizada, con agua fresca, wifi gratis, toma de red para cargar los dispositivos electrónicos y un soporte para portátiles, la Fundación ofrece a los visitantes la muestra de Elliot Erwitt ‘La comedia humana’.
Disfrutar de las fotografías en medio del sofocante calor es lo que atrajo a Cristina, de 32 años, quien aprovechó su hora libre del trabajo para venir a ver la exposición y refugiarse del sol. «Al menos estos dos días han sido bastante calurosos. Hoy es horrible. Hace mucho calor», comenta.
Y luego están los refugios informales. Que pueden ser tanto centros comerciales como espacios de arte.
Manuel es de los que acude con frecuencia a las instalaciones del Matadero, por donde suele pasear a su perro. Afirma que aunque lleva “bastante bien el calor», este verano tampoco está haciendo mucho en comparación con el que se sufrió el año pasado en la capital. Su refugio climático estos meses es la zona de Madrid Río: «Hay bastante sombra, hay césped y se está más fresco que en otras partes de la ciudad».
Yanela Erasmo, sin embargo, prefiere quedarse en casa en días de altas temperaturas. Aunque dentro de su hogar tampoco amaina el calor, que es “horrible”, en la calle es algo que le agobia aún más. “Lo pasamos fatal”, dice refiriéndose a su bebé, que la acompaña. Aunque no suele acudir a las inmediaciones del Matadero, hoy llegó hasta el lugar tras hacer compras para esperar a su madre a salvo del intenso sol. EFEverde