Habitantes de todas las costas del mar Caribe, desde Florida hasta Brasil, los peces roncos son llamados así por el sonido que emiten cuando se sienten amenazados por otras especies, que es similar a un ronquido; sin embargo el principal riesgo que enfrentan para su supervivencia no es una amenaza externa, sino la drástica reducción del número de individuos de sus poblaciones, lo que obedecería a su poco contacto con otras variedades de la especie.

Tatiana Bahamón Méndez | Periodista Unimedios- Sede Bogotá

Estudios en diferentes zonas del Caribe colombiano señalan que la población de peces roncos ha disminuido. Foto: Ricardo Betancur, profesor de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.).Estudios en diferentes zonas del Caribe colombiano señalan que la población de peces roncos ha disminuido. Foto: Ricardo Betancur, profesor de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.).

Estos peces, que alcanzan longitudes de entre 25 y 40cm —como el antebrazo de un adulto—, son valiosos para las comunidades pesqueras locales y sustento de las personas que habitan estas zonas, ya que por la calidad de su carne forman parte importante de la gastronomía lugareña. Además, por alimentarse de invertebrados y peces pequeños desempeñan un papel crucial en el equilibrio del ecosistema marino, contribuyendo a regular las poblaciones de estas especies y ayudando a mantener la salud y estabilidad del entorno marino.

Sus cuerpos son alargados, su boca es pequeña, sus dientes cónicos y suelen habitar en arrecifes de coral y fondos de arena blanca. El ronco jeníguano (Haemulon aerolineatum) suele ser de tonos plateados con rayas marrón o dorado a lo largo del cuerpo, mientras que los colores del ronco atlántico (Haemulon atlanticus)son más variados –entre grises y plateados–, con manchas o rayas más oscuras y prefieren habitar fondos blancos.

Estas dos especies que habitan la costa Caribe colombiana presentan el fenómeno de cuello de botella, como se conoce el descenso drástico de los individuos de sus poblaciones. Un panorama similar al de peces grandes como los pargos y meros –que forman parte de los platos predilectos con los que quizá usted se ha deleitado en las playas caribeñas–, que están siendo cada vez más escasos debido a la pesca abundante, que no permite la recuperación de las poblaciones.

Aunque no son ampliamente conocidas, años atrás estas especies eran abundantes y ahora están tan disminuidas que es difícil obtener datos básicos sobre su biología –como dieta, longevidad, distribución geográfica– y su reproducción.

Este declive en las especies motivó a un equipo de investigadores a enfocarse en obtener datos de estos peces, que representan una fuente crucial de ingresos y alimentación para las comunidades pesqueras del Caribe colombiano. El grupo estuvo encabezado por el biólogo marino Arturo Acero Pizarro, profesor de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Caribe, en colaboración con el profesor Jose Julián Tavera, de la Universidad del Valle.

“Nos enfrentamos a un escenario donde las especies emblemáticas del Caribe están prácticamente extintas desde el punto de vista comercial. Esto nos obliga a redirigir nuestros esfuerzos hacia especies que todavía pueden ofrecer información valiosa para su manejo y conservación”, explica el profesor Acero.

El análisis genético permite identificar diferentes poblaciones de una misma especie y así determinar cuáles poblaciones están más vulnerables y necesitan protección especial. Foto: archivo Unimedios.El análisis genético permite identificar diferentes poblaciones de una misma especie y así determinar cuáles poblaciones están más vulnerables y necesitan protección especial. Foto: archivo Unimedios.

Qué dicen los genes

El estudio liderado por el profesor Acero se basó en el análisis de microsatélites, pequeños fragmentos de ADN que aunque no cumplen funciones específicas en la evolución, sí permiten evaluar la variabilidad genética de las poblaciones. El profesor relata que para este estudio el equipo recolectó pequeñas muestras de aleta pectoral de más de 200 individuos de H.aurolineatum y de H.atlanticus en 6 puntos estratégicos del Caribe continental, desde el golfo de Urabá hasta la isla de Margarita, incluyendo sitios como Capurganá, Barú, Santa Marta y La Guajira.

Las muestras se llevaron al Laboratorio de Ictiología de la Universidad del Valle, en donde se extrajo el ADN con el fin de comparar los perfiles genéticos de los peces para identificar su variabilidad genética y las diferencias entre poblaciones. “Para el estudio utilizamos 12 marcadores microsatelitales específicos, evaluamos la variabilidad genética e identificamos patrones de estructuración poblacional mediante programas avanzados como Structure y Arlequin”, comenta el profesor Acero.

Los datos obtenidos permitieron identificar tres poblaciones genéticas en H.aurolineatum: una predominante en Capurganá y Santa Marta, con 72 individuos, otra en el golfo de Morrosquillo, con 28, y una tercera en la isla de Margarita, con 27 individuos. En el caso de H.atlanticus se determinaron dos poblaciones principales: una con 49 ejemplares localizada en Capurganá y Barú, y otra con 57 individuos en Santa Marta y La Guajira.

“En la isla de Margarita encontramos múltiples individuos con ascendencia mixta, lo que sugiere un intercambio genético moderado entre ciertas localidades”, explica Melissa Scheel, estudiante de la Maestría en Biología Marina de la UNAL Sede Caribe.

Mosaico genético en el Caribe

A través de este trabajo también se pudieron establecer patrones de variabilidad genética; por ejemplo, las poblaciones de H.aurolineatum –relacionadas con hábitats arrecifales– mostraron mayor diferenciación genética debido a la fragmentación de su hábitat, ya que los arrecifes son escasos y están dispersos en el Caribe colombiano. Según explica el profesor Acero, la fragmentación aumenta las probabilidades de endogamia (cruzamiento entre individuos de una población) y reduce el tamaño efectivo de las poblaciones, lo que las hace más vulnerables a factores externos como la pesca excesiva y el cambio climático.

En la diversidad genética, que muestra el contacto entre poblaciones de peces, la etapa larval es clave para entender su dispersión. En el ciclo de vida de ciertos organismos marinos esta etapa se refiere al momento en que las larvas están en la columna del agua, separadas del fondo marino, y medianamente a merced de las corrientes marinas; a esto último que se atribuye su capacidad para desplazarse a grandes distancias, facilitando su dispersión y el intercambio genético entre diferentes poblaciones.

Lo que se ha observado es que la etapa larval de estos peces es corta (2-3 semanas), lo cual estaría limitando el intercambio genético entre poblaciones lejanas.

Los investigadores recolectaron más de 150 peces de estas especies en 8 puntos del Caribe colombiano. Foto: Arturo Acero Pizarro, biólogo marino, profesor de la UNAL Sede Caribe.Los investigadores recolectaron más de 150 peces de estas especies en 8 puntos del Caribe colombiano. Foto: Arturo Acero Pizarro, biólogo marino, profesor de la UNAL Sede Caribe.

Pero curiosamente H.atlanticus, que suele habitar fondos areno-fangosos más extensos y homogéneos, presenta una mayor conectividad genética entre sus poblaciones, y esto tiene una razón: resulta que sus larvas tienen mayor probabilidad de dispersarse ampliamente durante su fase pelágica, y eso facilita el flujo genético entre diferentes áreas.

Sin embargo, un resultado que también inquietó al profesor Acero es el fenómeno del cuello de botella, que ocurre cuando una población se reduce proporcionalmente en número, disminuyendo su variabilidad genética y aumentando la probabilidad de que ciertos rasgos genéticos se pierdan o se fijen en la población.

Este estudio muestra que entre ambas especies existen diferencias genéticas, y esto abre la posibilidad de que cada población tenga sus propios parámetros demográficos y genéticos, y por lo tanto eventualmente pudieran responder de manera distinta a las presiones ambientales y a las prácticas de pesca. Por ello se recomienda implementar medidas de manejo que consideren estas diferencias, como vedas específicas por región y controles sobre la captura en áreas críticas para la reproducción.

“Estos datos no solo confirman nuestras hipótesis sobre la estructura genética de las especies, sino que además nos dan indicios de la urgente necesidad de desarrollar estrategias de conservación adaptadas específicamente a cada especie”, dice el profesor y biólogo marino.

Actualmente la estudiante Scheel –integrante del equipo UNAL-UniValle– trabaja en conjunto con la Universidad de California (San Diego, EE.UU.) para evaluar estos procesos de diferenciación genética a mayor escala, a lo largo de todo el Atlántico occidental, desde Bermudas hasta Brasil, usando información adicional obtenida del genoma durante el estudio.

Los próximos esfuerzos del equipo se enfocarán en investigar los factores adicionales que influyen en la estructura genética, como la alimentación y los patrones de reclutamiento larval. “Queremos entender cómo las dinámicas ecológicas locales, como la disponibilidad de alimento y los sitios de desove, afectan la diferenciación genética entre poblaciones”, concluye el profesor Acero.

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