El sistema de Planes de Ordenamiento Territorial (POT) se inauguró en Colombia en el 2000. A pesar del nombre, por lo menos en Bogotá y sus alrededores este mecanismo no ha ordenado el territorio sino el desarrollo inmobiliario, beneficiando al gremio de la construcción a través de un mecanismo normativo.
Juan Luis Rodríguez | Arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL)share
La población de los 20 municipios vecinos de Bogotá suma 2.611.540 habitantes, según la Cámara de Comercio de Bogotá. Foto: Daniel Muñoz / AFP.
Tal modo de ordenar y planear se remonta al Acuerdo 7 de 1979 momento en que se decide que planear es ponerle orden al desarrollo inmobiliario. Como resultado, hoy tenemos algo así como tres Bogotás: una entre los Cerros Orientales y la Avenida Cali, otra entre la Cali y el río Bogotá, y otra al cruzar el río, “en la Sabana”, en los municipios de Soacha, Mosquera, Madrid, Funza, Cota, Chía y Cajicá –cada uno con su propio y autónomo POT–, cada vez más llenos de bogotanos. Que esto no es orden sino desorden debería ser suficiente para cambiar de concepto rector.
Si se trata de ordenar se debe reconocer que el sistema municipalista de planeación ya no tiene nada que ofrecer. Por el contrario, forma parte del problema, y lo que corresponde es sustituirlo. Ordenar puede significar integrar como lo expresaba el término comprehensive planning de 1950, traducido alternativa y confusamente como “planeación integral” o “planeación comprehensiva”, basado en un ordenamiento que integra los aspectos sociales, económicos y físicos.
También se puede ajustar al término de moda “planeación sostenible”. Y también, o mejor, a un término más apropiado: planeación metabólica, siguiendo el concepto pionero del ingeniero sanitario Abel Wolman (1965), quien caracteriza el funcionamiento de cualquier gran ciudad como un organismo vivo que depende de una serie de flujos eternos sin los cuales la ciudad moriría:
La ciudad es una especie de gran bestia con un metabolismo muy específico: cada día consume [miles de] toneladas de combustibles fósiles, [miles de] toneladas de comida, [miles de] toneladas de agua, [miles de] toneladas de oxígeno, además de una cantidad desconocida de diversos minerales. Así mismo emite [miles de] toneladas de CO2, [cientos de] toneladas de H2O, [cientos de] toneladas de partículas [y] desperdicios y otros […] materiales heterogéneos necesarios para sostener a los habitantes de la ciudad en casa, en el trabajo y en actividades de ocio.
En el contexto local, si la gran bestia es Bogotá, se trata de una bestia llena de rémoras. Pero si la gran bestia es la Sabana, deberíamos hablar de una gran bestia enferma que crece como un organismo moribundo, asistido políticamente por dos conceptos adolescentes: autonomía, como la capacidad de hacer lo que a un alcalde se le antoje, y sostenibilidad, como algo que según Van der Hammen es una moda, y según el ecólogo Richard Forman (2008) es una contradicción:
Sostenibilidad urbana suena bonito, pero es realmente un oxímoron. Eficiencia energética en edificios y transporte público, cultivar comida en cajas en las ventanas, reciclar materiales, autoabastecimiento y otras propuestas que conforman la lista para describir la sostenibilidad urbana implican fines positivos [no obstante] en un área metropolitana la gente domina abrumadoramente y la naturaleza sobrevive a pedazos [de modo que] solo desde la región se puede llegar a considerar que haya un balance. (p.60)
Si nos atenemos a la realidad metabólica, ninguna ciudad puede ser un sistema cerrado, cualquier ciudad es un sistema abierto, a menos que se piense desde la biósfera. Al dejar de lado esta imposibilidad, lo más cerca que una ciudad puede estar de un sistema cerrado es como parte de una región. Esto implica aceptar una realidad metabólica: las ciudades producen conocimiento, intercambio social, seguridad y placer entre otras amenidades, pero no agua ni energía, las cuales recibe de afuera. La autosuficiencia urbana solo es posible en conjunto con las áreas libres o “naturales” de la región.
Placeres metabólicos urbanos
El POT del 2000 retiró 5.000 ha de la zona norte de la Reserva Thomas van der Hammen para construir. Foto: Jeimi Villamizar, Unimedios.
Una ciudad buena o mala forma parte de un sistema metabólico que trasciende sus límites administrativos y requiere “toneladas” de espacio abierto, natural, rural o no construido, en balance con el construido. Además, tal balance necesita estar acompañado de una conciencia de futuro que reconozca el presente del urbanismo y del diseño como resultado de lo que en el pasado imaginaron o dejaron de imaginar otros, sumado a casualidades insospechadas e incontrolables como la que relata Juan Carrasquilla (2008) para la Hacienda El Salitre:
A don Sebastián de Herrera, dueño que fue de El Salitre, le clavó Narciso Gómez un puñal en el vientre, el 1 de julio de 1850 […] Don Sebastián alcanzó a llegar a su casa […] y murió allí luego de otorgar testamento […] a sus dos sobrinas políticas María Josefa y Teresa, hijas de Joaquín Escobar, persona importante de sus tiempos […] Si don Sebastián hubiera sido más técnicamente apuñaleado, no habría podido formalizar su testamento in articulo mortis, no lo heredaran sus sobrinas políticas ni [el heredero de ellas] don José Joaquín Vargas ni la Junta de beneficencia de Cundinamarca. ¿Qué otro destino se hubiera reservado para El Salitre? Las haciendas tienen como los hombres su vida propia. Cada una es como una novela, casi nunca escrita.
El mensaje de Carrasquilla es claro: por una carambola histórica, la Hacienda llegó a las hermanas Escobar, pasó a JJ Vargas, y de ahí a la Beneficencia de Cundinamarca; y por cuenta de este billar cósmico tenemos el Parque Simón Bolívar. Si Herrera hubiera quedado “técnicamente bien apuñaleado”, lo que habría sobre el suelo del Parque Simón Bolívar serían más y más barrios. La moraleja de la historia está en que en la génesis del Parque hay una casualidad y no un acto de planeación y futurismo por parte de algún gobernante visionario.
Con la misma lógica, pero inversa, de no haber sido por la voluntad autónoma del alcalde Enrique Peñalosa, el POT-2000 habría incluido el área “natural” Van der Hammen, como un acto de planeación y futurismo; sin embargo, la carambola fue otra y la novela Van der Hammen es la que tenemos. Y lo que pase en el futuro dependerá de quien gane la batalla en curso: si los interesados en descuartizar la Van der Hammen, o los interesados en evitarlo.
Reserva común
Después de 70 años de haberse creado el Distrito Especial de Bogotá, hoy hablamos de la Región Metropolitana Bogotá Cundinamarca RMBC como una región asociativa para resolver problemas administrativos relacionados con la movilidad, el suministro de agua y el manejo de la basura. Esto no es ordenar el espacio sino administrar problemas comunes. Lo urgente es ordenar la Sabana como una entidad metabólica, por medio de un plan regional. Este orden se daría a partir del concepto de reserva común, que es la fusión de tres conceptos: uno urbanístico: reserva de suelo, otro económico: bien común, y otro político: interés general; veamos:
- En urbanismo es habitual asignar las categorías de “reserva vial” y “reserva natural” a las áreas destinadas, guardadas, ahorradas, previstas o “reservadas” para estos usos; una vía o un territorio no construido.
- En economía es habitual hablar de bienes comunes y bienes públicos, privados y colectivos. El agua y el aire son bienes comunes porque no tienen propietario. Un acueducto, por el contrario, es un bien público porque es una propiedad pública.
- En política, el artículo 333 de la Constitución dice que “la actividad económica y la iniciativa privada son libres, dentro de los límites del bien común”, sinónimo de “interés social” e “interés general”. Reserva común es un concepto para el uso del suelo que supone que a la sociedad le conviene que un suelo tenga un uso y no otro, sin importar si la propiedad es pública, privada o colectiva. Por ejemplo, que un suelo se utilice para cultivar, para urbanizar, para una vía o para una reserva ambiental, por el simple interés común.
Construida la definición de reserva común como un concepto general, propongo dos categorías iniciales: metabólicas, para lo relacionado con los flujos energéticos, y habitables para lo relacionado con la vida urbana.
Metabólicas
- Reservas hidroforestales: ríos y bosques.
- Reservas productivas: agricultura, ganadería y minería.
- Reservas energéticas: energía eléctrica, eólica, solar y nuclear.
- Reservas para el tratamiento de residuos: vertederos, purificación y reciclaje.
Habitables
- Reservas viales y logísticas: vías nacionales y regionales, ferrovías, centrales de abastecimiento, bodegas (zonas francas y aeropuertos).
- Reservas urbanísticas: vivienda, servicios y fábricas.
- Reservas patrimoniales: edificios, conjuntos y paisajes.
- Reservas para la seguridad nacional: bases militares y cárceles.
Este sería el esquema de ordenamiento para sacudirnos del sistema POT. Una estructura categorial para elaborar un Plan regional que ordene el 100% del suelo de la Sabana del río Bogotá, como respuesta al absurdo sistema de cerca de 30 pequeñas Secretarías municipales autónomas, y una Secretaría gigante de planeación distrital, también autónoma.
Un plan integrado necesita una nueva institución cuyo material de trabajo serían las Reservas comunes. Como tal institución no existe, también se debe crear, a ver si en algún momento aceptamos nuestra condición de gran bestia metabólica y trabajamos para ordenar un territorio como una actividad que exige pensar en una vida común futura para la cual la gratificación inmediata es un placer adolescente. En cambio, si nos hacemos a la idea de una gran bestia metabólica que, además de los placeres encantadores del capuchino que nos han vendido los amantes de la bicicleta y la calle peatonal, incluye otro tipo de necesidades y placeres relacionados con la puntualidad del agua y la energía, estaríamos ante unos placeres complementarios e indispensables para una vida sana en la ciudad: los placeres metabólicos.
Referencias
Carrasquilla J. (2008). Quintas y estancias de Santa Fe y Bogotá, págs. 202– 203.
Forman R. (2008). Urban Regions: Ecology and Planning Beyond the City.
Wolman A. (1965). The Metabolism of Cities. Scientific American, vol. 213, 179-190.
periodico.unal.edu.co