De igual forma que gran parte de la teoría física descansa sobre un simple átomo, el futuro del desarrollo sostenible puede reposar sobre una modesta lata usada o una viaja botella de vidrio arrojada a la basura.

A través de esos envases desechadados, podemos observar los patrones actuales de consumo, aprender cómo funciona el reciclaje y hasta detener el impacto del cambio climático. cada uno de esos contenedores forma parte de los millones de decisiones individuales y colectivas sobre las que se apoya la Agenda de Desarrollo 2030.

Eso es al menos lo que nos enseña la organización Sure We Can, un centro de reciclaje, espacio comunitario y núcleo de sostenibilidad sin ánimo de lucro, donde se juntan lateros (personas que recogen latas, botellas y otros embalajes ya utilizados), junto con estudiantes y vecinos del neoyorquino barrio de Brooklyn.

Por cada una de esas latas y botellas, las distribuidoras de refrescos, agua o cerveza pagan cinco centavos.
Este centro, que se abrió hace nueve años con la ayuda particular de varios trabajadores de la ONU, ha sido invitado ahora a formar parte la Partnership for Global Justice, organización dedicada a la promoción de la Carta de la ONU, y ha empezado el proceso para pertenecer a las organizaciones no gubernamentales que trabajan con el Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas.

Según nos ha contado su principal promotora, Ana Martínez de Luco, Sure We Can recoge unos diez millones de latas al año, gracias a las cuales viven alrededor de cien familias y tienen ingresos estables unas trescientas personas de 25 nacionalidades distintas.

En contra de lo que se piensa, la mayor parte de los lateros no son personas sin techo o vagabundos que viven en la calle, sino gente que vive en sus casas y bien hace sus ganancias exclusivamente de este trabajo, bien le supone una ayuda para complementar otros ingresos. La mayoría son hispanos, seguidos por asiáticos, afroamericanos y caucásicos.