Por: Ricardo Mosquera Mesa, ex rector y profesor
– Universidad Nacional de Colombia
La disminución del conflicto armado permitirá dinamizar esta región azotada durante décadas por toda suerte de violencias provocadas por el tráfico de drogas, los cultivos ilícitos y la corrupción. Para ello se requiere de una apuesta permanente por políticas públicas enfocadas en reducir la brecha social y económica.
El pasado 29 de noviembre arribó un megabarco asiático –con casi 300 metros de longitud y capacidad para 800 contenedores– al nuevo puerto Aguadulce de Buenaventura (Valle del Cauca). Su llegada evidencia no solo los avances en infraestructura, sino la importancia de la inversión extranjera en el Pacífico colombiano.
Las potencialidades del Pacífico están asociadas con su ubicación estratégica y con los medios promisorios para preparar y asumir los nuevos retos que impone el proceso de globalización internacional.
Está región, olvidada por muchas décadas del poder central, ha vivido toda suerte de violencias provocadas por el tráfico de drogas, los cultivos ilícitos y la corrupción, que la convirtieron –a diferencia de la costa Caribe– en la zona con los más altos índices de pobreza, desempleo y desigualdad. Datos del Dane indican que en 2015 el Chocó registró el 62,8 % de pobreza (seis veces más que Bogotá), seguido del Cauca (54,2 %) y La Guajira (53 %), donde más de la mitad de la población no accede a la canasta básica de bienes y servicios.
Según el coeficiente de gini (1 es la peor situación) el mejor departamento es Cundinamarca, que en 2015 tenía 0,438, seguido del Atlántico con 0,440, mientras que los peores en desigualdad son el Chocó (0,598) y La Guajira (0,551). En cuanto al Índice de Competitividad, en 2015 el primer lugar lo ocuparon Bogotá (8,13 puntos), Antioquia (6,55) y Caldas (6,06), mientras que los últimos lugares fueron para La Guajira (2,97), Putumayo (2,58) y Chocó (2,36).
El caso del Pacífico colombiano es uno de los más severos en los que se le ha dado la espalda a una de las regiones más ricas de Latinoamérica. Quizá tenga razón el profesor Álvaro Tirado cuando sostiene que “si queremos conquistar la gran cuenca del Pacífico, primero tenemos que descubrir el nuestro. Quedan más cerca Quibdó, Buenaventura o Tumaco que Hong Kong, Seúl o Tokio. ¿Cómo pretendemos integrarnos con el mundo cuando ignoramos lo que pasa con nuestros compatriotas?”.
No se trata de lo que está primero, sino de entender que mal se podría repetir la experiencia de convertir esta región solo en una vía de penetración y tránsito de las mercancías de los puertos al interior, sin integrarlo con el resto del país y del mundo.
Rica y olvidada
Mientras las regiones Andina y Caribe crecen, el Pacífico es una región por construir. El departamento de Nariño tiene más relación con Ecuador que con Cauca y Valle del Cauca, en tanto que Chocó ni siquiera cuenta con una vía de acceso terrestre a su costa pacífica. Su aislamiento en pleno siglo XXI no se compensa con el papel que jugó antaño como enclave estratégico para las bonanzas mineras y madereras del país.
En los últimos años se han diseñado planes de desarrollo local que buscan la integración regional. Uno de ellos fue el “Protocolo de constitución de la región Pacífico de Colombia, tierra de paz, mar de prosperidad”, firmado por los gobernadores de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño. La iniciativa, conocida como “Tierra de Paz, Mar de Prosperidad”, enfatiza en desarrollo integral y desarrollo rural, conectividad, energía, seguridad y servicios públicos.
De otra parte, el “Plan estratégico de la macrocuenca del Pacífico 2013” –Chocó, Valle, Cauca y Nariño– reitera el proceso de integración regional liderado por las respectivas gobernaciones. El propósito del Plan es conectar el Pacífico colombiano con el asiático como nuevo polo de desarrollo por donde transitan más de la mitad de los bienes y mercancías del comercio internacional. El documento señala que esta zona del país cuenta con grandes riquezas biológicas, ambientales y culturales, y excelentes condiciones topográficas y climatológicas.
Otras fortalezas son sus recursos pesqueros de 450.000 toneladas al año, su alta pluviosidad –la más alta del planeta–, que la convierte en una de las mayores reservas mundiales de agua dulce, y su impresionante patrimonio en biodiversidad, la segunda después de Brasil, lo cual es un importante atractivo para el turismo ecológico, que cada vez prolifera más en el mundo.