Siete días después de salir derrotado de su última gran final de los 100 metros por Justin Gatlin, Usaint Bolt se preparaba ayer para levantar los brazos por última vez, en busca se su undécimo oro en Mundiales. Para lo que no estaba preparado, ni él ni nadie en el Estadio Olímpico de Londres, era para una lesión, para acabar tirado sobre el tartán mientras veía cómo Gran Bretaña daba el bombazo y se llevaba el oro por delante de Estados Unidos, que no supo aprovechar la infame suerte de su némesis jamaicano, el hombre que les ha borrado del mapa durante una década.
A 50 metros de la meta, mitad de la recta de la última posta del relevo con el que debía llegar a meta, Usain permanecía por detrás del último relevista británico, Nethaneel Mitchell-Blake, y del americano Christian Coleman, el subcampeón del 100. Había recibido de manos de Yohan Blake el testigo en tercera posición, pero parecía que comenzaba a remontar.
La pesadilla
Y en un instante, la pesadilla. Comenzó a cojear, dando saltos y alaridos de dolor, hasta caer al suelo, aún con el testigo en la mano. Cuando levantó la cabeza, la carrera había terminado y él musitaba en el suelo su pésima suerte. Su última lesión tenía todas las trazas de un tirón muscular, epílogo de un campeonato al que no llegó bien, con escasa preparación. y la confirmación de los rumores de que había acabado la final del 100 tocado. Pero Bolt quería ese adiós, escuchar la última ovación de un estadio entregado al hombre al que venera una legión de admiradores en todo el mundo, comenzando por sus propios rivales.
¿Y la carrera? Pocos ojos repararon en ello porque prefirieron mirar a Bolt por última vez, aunque fuera en el suelo. La medalla de oro fue para Gran Bretaña (37”47), que batió a Estados Unidos (37”52) y a Japón (38”04). Histórico el triunfo británico, pero para la eternidad quedará como una nota a pie de página al lado de la despedida injusta de Bolt.
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