La comunidad internacional afronta el último tramo de la cumbre climática de Katowice (Polonia) con un objetivo, el de fijar las reglas del juego que permitan implementar de una forma eficaz el Acuerdo de París, pero sobre todo con un reto, el de estar a la altura de la comunidad científica.
Y lo es porque durante los últimos meses diversos organismos internacionales -como el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU o la Organización Meteorológica Mundial– han publicado nuevos informes científicos que evidencian de una forma muy contundente los efectos del cambio climático.
Mayor ambición
La cumbre debe fijar cuáles van a ser las herramientas que se van a utilizar en los próximos años para asegurar el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París y mantener el calentamiento global del planeta por debajo de los 2 grados, pero sobre todo hacer un esfuerzo extraordinario para limitar ese aumento a 1,5 grados.
A petición de la propia Convención, el IPCC publicó un informe en el que la comunidad científica advierte de que la temperatura ya se ha incrementado en 1 grado con respecto a los niveles preindustriales y que los efectos de esa subida son ya evidentes.
Pero advierte también de los importantes cambios que se podrían evitar si el calentamiento se limita a 1,5 (algo que ya se da por descontado para la segunda mitad del siglo) en lugar de 2 grados, ya que ese medio grado de diferencia implica un mayor aumento del nivel del mar o la desaparición prácticamente total de los arrecifes de coral.
El escollo de la financiación
Las evidencias científicas sitúan a las delegaciones de los 190 países reunidos en Polonia ante el desafío de trazar una hoja de ruta con instrumentos y herramientas eficaces para poner en marcha en 2020 el Acuerdo de París y no atascarse en las negociaciones.
¿Dónde puede producirse ese bloqueo? en el mismo punto donde se bloquean todas las cumbres: en la financiación; ¿quién paga qué?.
Los países en vías en de desarrollo fijan el foco en los fondos y en las inversiones que los países más avanzados deben poner sobre la mesa para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático y en cómo se plasman esos compromisos, mientras los países más ricos volverán a tratar de involucrar en esta lucha global al sector privado.
Evidencias científicas
Lo que no se atasca, lo que no se frena, son las emisiones, y sobre el tapete de las negociaciones climáticas en Katowice estará el informe que acaba de publicar la Organización Meteorológica Mundial, que ha revelado que los niveles de gases de efecto invernadero han alcanzado en 2018 un nuevo máximo sin precedentes.
El estudio ha evidenciado que no existen indicios de que se vaya a invertir esta tendencia que está desencadenando el cambio climático, la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos o un mayor número de fenómenos meteorológicos extremos.
Los científicos que han consensuado el informe de este organismo multinacional han advertido de que ha crecido el dióxido de carbono (principal responsable del calentamiento global), pero también las concentraciones de otros gases de efecto invernadero como el metano o el óxido nitroso y de que han reaparecido algunos clorofluorocarbonos (CFC) muy dañinos para la capa de ozono.
Sus datos han puesto de relieve que la última vez que se registraron concentraciones de dióxido de carbono comparables a las que existen en la actualidad fue hace entre 3 y 5 millones de años, cuando la temperatura de la Tierra era entre 2 y 3 grados más alta que ahora y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior.
Cambio climático
Los dos estudios (IPCC y OMM) sientan las bases científicas para la negociación en Katowice y se suman a otros, igual de catastrofistas, publicados durante los últimos meses, y entre ellos el informe que hizo público el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés).
Éste revela que las poblaciones de vertebrados han disminuido un 60 por ciento en los últimos 40 años, y advierte de que las causas de la preocupante pérdida de biodiversidad hay que buscarlas en la degradación de los hábitat o en la contaminación, pero también en el cambio climático.