Como parte de la promoción de su próximo libro: The Uninhabitable Earth: Life After Warming (La tierra inhabitable: La vida después del calentamiento), el experto en cambio climático David Wallace-Wells publicó un ensayo en el New York Timesque ejemplifica perfectamente en qué están fallando los divulgadores del cambio climático.

La mayoría de los expertos en cambio climático, como Bill McKibbenJames Hansen o George Monbiot, utilizan términos científicos y geopolíticos dentro de sus ensayos para transmitir a los lectores la certeza de que saben de lo que hablan y sus dichos están respaldados por hechos verificables.

Sin embargo, está comprobado que los hechos casi nunca generan respuestas contundentes, y que para lograr que una audiencia se movilice es necesario apelar a las emociones. Los argumentos racionales jamás iniciaron una revolución.

El problema de la mayoría de los divulgadores del cambio climático es que, cuando se trata de emociones, en lugar de captar la empatía a través de la identificación, niegan, rechazan e incluso penalizan cualquier emoción o postura que no coincida con la propia a través de frases como “se necesita ser un cínico o un demente para no estar asustado por el cambio climático”.

Al sentirse insultada, la audiencia no puede sentirse al mismo tiempo identificada ni empatizar, por el contrario, se generará en ella una sensación casi inmediata de rechazo o descalificación.

La rana que no conocía el fuego

Una vez había una rana que dormía plácidamente en el fondo del agua. De pronto sintió calor, pero no le dio mayor importancia y siguió dormida. Despertó nuevamente, esta vez con mayor incomodidad a causa del calor, que se había tornado agobiante. Cuando trató de salir del agua, se topó con una tapa de vidrio: estaba durmiendo en el fondo de una olla hirviendo. ¿La moraleja de la historia? A veces no percibimos una situación de riesgo sino hasta que se vuelve inminente.

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Lo mismo parece ocurrir con el calentamiento global. Sin importar si el riesgo es inminente, mientras se sienta todavía “lejano” (dentro de 10, 20, 30 años) o no interfiera directamente con su vida cotidiana, las personas no lo percibirán como algo urgente de lo cual deben ocuparse, ni lograrán dimensionarlo.

Afortunadamente, el cambio climático es una cuestión mucho más relevante para los nacidos en el siglo XXI que para sus mayores. Para resolver el dilema de la divulgación del cambio climático debemos prestar a atención a las nuevas generaciones.

En agosto del año pasado, Greta Thunberg, una estudiante sueca de 16 años, inició una ola de protestas alrededor del mundo al organizar los #FridayforFuture, huelgas estudiantiles con tal poder de convocatoria que llevaron a Greta a hablar frente al World Economic Forum.

¿Quién es Greta Thumberg? Mira el video:

¿Qué hizo que el mundo empatizara con su mensaje? Greta no habló de hechos, ni trató de imponer sus emociones. Habló desde su corazón hacia los corazones de otras personas, Greta dijo “tengo miedo y quiero que ustedes tengan miedo también” y la audiencia estalló.

Es este tipo de discursos, los que apelan a las emociones y no a la razón, los que son capaces de movilizarnos para construir un mejor futuro. Los datos y las cifras, en suma, la razón científica, pueden guiarnos a nivel estratégico para diseñar las acciones necesarias para enfrentar los desafíos climáticos; pero cuando se trata de convencer a nuestros vecinos y amigos sobre esta urgencia, intentemos conectar a nivel emocional y resonar juntos. 

La elocuencia tal vez no sea otra cosa que la inteligencia hablando desde el corazón.

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