La contaminación ambiental es un problema que cada día se agrava más y contra el que solo se puede luchar renunciando terminantemente a los combustibles de origen fósil. Eso implica que, para dejar de quemar derivados del petróleo, carbón, hulla, turba, etc., necesitamos sucedáneos cuyos detritos no sean venenosos.
Además de que, por la contaminación mueren millones de personas cada año, en poco más de 6 décadas las reservas petrolíferas mundiales se agotarán y lo mismo le sucederá con el carbón y el resto de los combustibles fósiles en dos siglos, por lo que es necesario tener alternativas viables, para cuando ya no se puedan usar los motores de combustión interna.
Es decir que la necesidad de cambiar de matriz energética va mucho más allá de la salud medioambiental, puesto que a medida que las existencias vayan mermando las grandes petroleras que a día de hoy controlan los mercados, se quedarán sin trabajo. Por eso están en pleno proceso de reconversión.
Pero la pregunta que surge es la siguiente, si las grandes multinacionales saben bien que el cambio es inevitable y están preparándose para ello (solo hace falta ver su publicidad: de un tiempo a esta parte todas son empresas verdes, sostenibles y/o ecológicas), ¿el usuario es consciente de los grandes cambios que habrá de experimentar en su vida para adaptarse a lo que se avecina?
¿Qué pasa hoy?
A día de hoy si bien hay algunas naciones que se pueden permitir el lujo de tener un alto nivel de movilidad eléctrica, son una minoría selecta. La enorme mayoría de los países debe hacer frente a una realidad económica que por ahora se impone y que apunta a seguir como estamos, aunque se trata de apostar por las energías renovables y se “fomenta” la compra de coches eléctricos.
En nuestro país quien más quien menos habla de movilidad eléctrica y muchos se plantean seriamente adquirir coches eléctricos a mediano plazo. Pero la realidad es que la enorme mayoría de los españoles ignora las nefastas consecuencias sobre el medio ambiente, que tienen sus costumbre a la hora de moverse y trasladar mercaderías.
Los coches eléctricos aún son muy costosos, las opciones que hay en el mercado son pocas y como las infraestructuras para recarga de los mismos son mínimas, con las limitaciones de autonomía que tiene estos vehículos, la gente no se siente segura, especialmente cuando deben recorrer distancias grandes.
Tampoco hay infraestructura (ni costumbre) para emplear bicicletas u otro tipo de vehículos no contaminantes, para realizar trayectos cortos. Para peor, las señalizaciones no son las mejores y no todos los que conducen este tipo de vehículos ligeros ni todos los que van al volante, respetan la normativa vigente y muchos ni siquiera la conocen.
En cuanto a volar, tomarse un barco para hacer un crucero o coger un bus para realizar un viaje de ocio o de trabajo, un alto porcentaje de los españoles no tiene ni idea (y a la mayoría no le importa), la huella de carbono que tiene cada uno de esos traslados, porque sus parámetros de elección son: precio, confort, rapidez y otras ventajas personales.
Compartir coche era uno de los métodos que estaba ganado más adeptos y que ayudaba a reducir la huella de carbono de los traslados de las personas, aunque la gente lo elegía más por ahorrar dinero que CO2. El problema es que las limitaciones de viaje impuestas por la pandemia por COVID 19 han sido nefastas para este tipo de formas de viajar.
¿Qué podría pasar en el futuro?
Además de la proliferación de vehículos eléctricos de todo tipo y de la instalación de puntos de recarga autosustentables y dependientes de las energías renovables, como es el caso de los paneles solares o los aerogeneradores individuales adosados a acumuladores de energía, habrá un cambio muy importante paralelo a estos avances.
En la actualidad la propiedad de un vehículo suele ser símbolo de estatus social, un concepto que desaparecerá si se impone la costumbre de compartir su propiedad y/o su uso, es decir que se alquilaría un coche eléctrico por tiempos determinados, pero no se lo poseería, lo que abarataría costos en todos los sentidos (seguros, mantenimiento, etc.).
Los servicios de transporte ya sea para mercaderías como para pasajeros serían eléctricos y en lo posible autosuficientes (con paneles solares en los techos, por ejemplo), aunque también se prevén varios tipos de sistemas, que permitirían recargar las baterías en movimiento (como es el caso de cintas colocadas en las carreteras o el de líneas de repostaje sobre las rutas).
Los científicos esperan que, en pocos años seamos testigos de una descarbonización real promovida por la conjunción de varias tecnologías, entre las que destacan la electrificación por fuentes renovables, las innovaciones en computación y la Inteligencia Artificial (IA), que tendrán un enorme impacto en la economía, la sociedad, la seguridad y la salud pública.
Los cambios que se vislumbran serán disruptivos y podrían conformar nuevas sociedades basadas en las Smart cities, la movilidad eléctrica, el empleo masivo de nuevas tecnologías y de energías renovables y la concienciación medioambiental. El futuro de la Tierra depende de ello, porque por ahora no tenemos otro planeta donde vivir.
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