Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la toxicidad del aire se expresa en el aumento de la incidencia de enfermedades de las vías respiratorias, cardiacas y cerebrovasculares, por lo que el aire se posiciona como el más importante riesgo ambiental actual, por la enorme carga de enfermedad y muerte que trae consigo.


Así mismo, datos de la OMS de 2018 revelan que 9 de cada 10 personas que viven en las ciudades del planeta respiran aire en malas condiciones y que 4 millones de muertes se relacionaron con la toxicidad atmosférica.


Para ese mismo año en Colombia la mortalidad atribuible a la mala calidad del aire fue de 15.681 personas, equivalente a una tasa de 619,78 muertes por cada 100.000 habitantes, según datos del Observatorio Nacional de Salud (ONS, 2018).


La salud pública ha intervenido y estudiado el problema desde la epidemiología, recomendando políticas públicas que se elaboran a partir de su propia conceptualización de los problemas atmosféricos y que no da cuenta por sí misma de las condiciones que han construido este problema a lo largo del tiempo.


Por eso es necesario reconocer la importante variedad de factores y actores que interactúan para construir en el largo plazo “el aire”: una sustancia clara y sin olor, pero llena de elementos contaminantes invisibles al ojo humano. Este problema se hace evidente especialmente en las ciudades, donde de la mano del modelo económico de matriz energética fósil se han conformado escenarios de riesgo ambientales que configuran este problema sanitario.
 

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A pesar del evidente daño ambiental acumulado por décadas, este aire contaminado solo apareció en el pensamiento racional moderno cuando se convirtió en un problema para la producción económica. Fue así como desde la década de 1960 se construyó una “realidad” de aire a través de mediciones técnicas en redes de monitoreo, las cuales, aunque solo muestran una parte, que se ha consolidado como la única perspectiva para su comprensión.
 

La industria y la movilidad que usa combustibles derivados del petróleo y del carbón han sido las principales fuentes de emisión de contaminantes que se acumulan en el aire. Sin embargo, diferencias sociales y geográficas hacen que cada territorio haya configurado de forma particular su propia atmósfera.
 

En la búsqueda por entender cómo se construyó este riesgo ambiental y sanitario en Bogotá, se utilizó como herramienta metodológica la historia ambiental, que intenta retomar los hechos para entender, desde miradas complejas e incluyentes perspectivas dejadas de lado en el relato tradicional haciendo emerger actores (humanos y no humanos) que pasaron inadvertidos, cuyas voces fueron silenciadas.
 

De esta forma, con base en una profunda revisión de archivos históricos, revistas especializadas, prensa y entrevistas, se logró argumentar cómo se construyó en la ciudad un tipo de aire diferencial, zonificado, que corresponde –como imagen en espejo– con una construcción histórica urbana inequitativa, influenciada por características geográficas, climáticas y meteorológicas únicas, y también por aspectos sociales: distribución poblacional, industria y transporte, que construyeron una identidad de “atmósfera bogotana”.
 

Desde esta perspectiva, el aire contaminado bogotano ha estado afectando la salud y el bienestar de las personas desde mucho antes de aparecer en las cuentas del discurso académico y político con el concepto de “calidad del aire” vigente apenas desde 1970.
 

A lo largo de todo el siglo XX la ciudad tuvo múltiples problemas relacionados con el aire urbano: malos olores, pestilencia de las basuras, humos de las pequeñas empresas y emisiones de los vehículos de combustión interna –a gasolina y diésel–. Sin una clara evidencia soportada en datos cuantitativos, inexistentes para la gran mayoría del siglo XX, los problemas relacionados con la mala calidad del aire se representaron en malestar social e individual de los ciudadanos, evidencias que recoge este estudio para conformar su relato.
 

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De igual forma, a pesar de la movilidad que se le atribuye, y de la imposibilidad de contenerla con barreras físicas, la atmósfera de Bogotá construyó un patrón de distribución relacionado con su estructura urbana producida en medio de históricas relaciones de poder. El sur y el occidente cargan con el mayor riesgo, configurando la mayor zona de contaminación del país en el barrio el Carvajal (localidad de Kennedy) y espacios aledaños a la Sevillana, entre las localidades de Kennedy y Tunjuelito.

Según el investigador, para tratar esta problemática se debe invertir en soluciones modernas que permitan transformar su matriz energética dejando de depender del diésel, mejorando su sistema de transporte público de pasajeros y ordenando el de carga. Crédito: Unimedios.
Según el investigador, para tratar esta problemática se debe invertir en soluciones modernas que permitan transformar su matriz energética dejando de depender del diésel, mejorando su sistema de transporte público de pasajeros y ordenando el de carga. Crédito: Unimedios.

Por otra parte, fenómenos persistentes de inmigración del campo a la ciudad e interciudades rompieron con la capacidad de gestión del territorio, cediendo ante la informalidad y la ilegalidad en la producción de espacios de vivienda en las periferias. Y es justo allí donde más se expresaron los problemas relacionados con el aire urbano, que se suman a una serie de necesidades básicas insatisfechas persistentes a pesar del paso del tiempo en la ciudad.
 

El aire contaminado, oloroso y generador de enfermedades nunca ha desaparecido de la ciudad, se trasladó a las periferias, a los mismos lugares donde no hay agua potable, alcantarillado, transporte público y recolección de basuras, espacios con baja o nula densidad de árboles urbanos y zonas verdes, donde gran cantidad de personas se exponen a diario a este riesgo ambiental y sanitario.
 

Para hacerle frente a este problema, la ciudad debe resolver la deuda histórica de necesidades básicas insatisfechas de un amplio porcentaje de población vulnerable en las periferias urbanas, para cerrar la brecha de inequidades que construyen riesgos sociales, sanitarios y ambientales aumentados para quienes ocupan estos territorios. Además debe invertir en soluciones modernas que permitan transformar su matriz energética dejando de depender del diésel, mejorando su sistema de transporte público de pasajeros y ordenando el de carga.
 

Los problemas de la calidad del aire no se solucionan solo con tecnología, requieren abordajes interdisciplinares incluyentes y críticos que permitan comprender en profundidad su génesis y desde allí proponer acciones para mitigar el riesgo.

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