En los últimos 50 años las actividades humanas –particularmente las relacionadas con el uso de combustibles fósiles– han sido las que han liberado a la atmósfera cantidades ingentes de dióxido de carbono y otros gases, generando afectaciones irreversibles sobre el clima mundial.
 

Estas han producido y seguirán produciendo graves afectaciones como desastres naturales, entre ellas:

  • muertes: desde el 2000 se han producido alrededor de 600.000 muertes, el 95 % de estas en países pobres,
  • desplazamiento de comunidades que viven en las costas a causa de las inundaciones causadas por la elevación del nivel del mar,
  • riesgo en el suministro de agua potable y de alimentos a causa del aumento de la variabilidad de precipitaciones o de sequías, y
  • degradación de los ecosistemas y muchos más efectos impredecibles.


En este contexto, la economía se puede entender como un motor o como un subsistema de la vida.
 

“El cambio climático es una consecuencia termodinámica de una economía creciente, y según este punto de vista es irreconciliable el crecimiento económico, esta entropía en el mundo, que incluye la emisión de gases efecto invernadero que es la causante del cambio climático”, así lo explica el profesor Carlos Díaz, del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).
 

Agrega que “el problema desde el punto de vista de la economía ecológica es que si queremos reciclar o tener una economía circular –incluido el tema del dióxido de carbono o gases de efecto invernadero– tendremos demandas crecientes de energía, y el problema allí es que la principal fuente de energía son las fuentes fósiles. Así, para tratar de resolver el problema ambiental, se termina profundizando”.
 

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Colombia y el cambio climático
 

Cuando se analiza la política nacional ambiental –y en particular la política nacional de cambio climático– se ven reflejadas las visiones ortodoxas de la economía. Así, lo que se ha buscado es a través de instrumentos económicos como las tasas ambientales o el impuesto al carbono, pero esto no necesariamente dará soluciones eficientes.
 

Sin embargo, esto no es parte de una dinámica internacional en la que a través de política mundial ambiental promovida por la ONU se empiezan a establecer estos mecanismos de mercados. En Colombia hay una privatización de la política ambiental.
 

Muestra de ello es que ya ni siquiera el Estado es el que protege al medioambiente, sino que este da incentivos económicos para que quien proteja al ambiente se pueda enriquecer. “Así ya tengo un incentivo y pues solo voy a hacer, pero si lo mira desde una óptica compleja o sistémica como desde la economía ecológica, vamos a encontrar que es una paradoja porque si yo genero una riqueza, conservando el medioambiente, esta va a seguir circulando en la economía generando posibilidades de consumo que a su vez vana girar la rueda de la economía, que genera energía, una entropía y eso va a profundizar a la larga los impactos ambientales.

En su concepto, lo que hace Colombia a la larga es desarrollar instrumentos que aparenten funcionar porque son de conocimiento exclusivo de personas que entienden la teoría y la matemáticas detrás de todo esto, pero que a la vez terminan siendo políticas altamente ineficaces que no están generando una contribución a la reducción de problemas ambientales y del cambio climático.
 

“Realmente no hay una voluntad política de los gobernantes para generar soluciones serias”, señala el docente, quien sostiene que las salidas a esta crisis se han planteado desde las lógicas del mercado y generan una paradoja que a largo plazo se puede asumir desde un análisis existencial.


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La contradicción existencial


Aquí cabe resaltar la ecuación I-PAT, desarrollada por biólogo Barry Commoner, profesor universitario estadounidense y Paul R. Ehrlich y John Holdren, quienes proponen que el impacto humano sobre el medioambiente es una función del producto de la cantidad de población, el consumo de esta (o de su afluencia) y la tecnología empleada. “Desde la economía ecológica se puede pensar que las políticas pueden apuntar al control poblacional que siempre va a tener unos dilemas éticos y políticos profundos o resolver el problema tecnológico creando una fuente infinita de energía”, explica el docente.

Agrega que “para esto hay una alternativa viable: la energía de fusión nuclear; sin embargo ahora la humanidad no tiene cómo hacerlo. A esto se suma que en el tema poblacional, y específicamente la tasa de natalidad ha caído en todo el mundo debido a la inversión de la pirámide poblacional, es decir que a medida que incrementan los ingresos los nacimientos han caído”.
 

Ahí comienza el problema: “uno queda reducido al tema económico, al ingreso, y piensa que es una economía que no crece, donde los ingresos no crecen”.

Además aparece el crecimiento antieconómico, planteado por el economista ecológico Herman Daly, quien lo define así: cuando los costes ambientales y sociales son superiores a los beneficios derivados de la producción. Lo que muestran las investigaciones es que el incremento de la riqueza no necesariamente está ligado a la felicidad, sino que llega a un punto que causa enfermedades sociales y ambientales que forman parte de un ciclo que afecta todo, y finalmente dicha riqueza hace a las personas más pobres.
 

“También se tendrían que replantear las políticas económicas de los países de tal manera que no estén orientadas a los incremento y la producción al consumo sino a la reducción de las desigualdades económicas y a la profundización de actividades que nos generan bienestar y que no están relacionadas al incremento de los ingresos o al consumo”, concluye el profesor Díaz.

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