El aumento de la temperatura del nivel del mar, la desaparición de glaciares y la presencia de huracanes cada vez más intensos son solo algunas de las muestras de que la crisis ambiental ya está en Colombia.

En los últimos años el deterioro de los océanos ha aumentado significativamente debido al avance del cambio climático que se manifiesta a través del calentamiento y la acidificación del océano amenazando con alterar su nivel y vaciarlo.
 

“Colombia podría perder 60 municipios costeros por el incremento del nivel del mar, lo cual afectaría el 80 % de sus manglares por este fenómeno”, señala una investigación sobre la situación de los océanos en el mundo, realizada por el Instituto de Oceanología de la Academia de Ciencias de China y publicada en la revista Science Advances.
 

El estudio reveló además que “por el aumento de la temperatura de los océanos, las corrientes tropicales más fuertes podrían llevar más agua tibia a latitudes más altas, y ese calentamiento podría cambiar los patrones climáticos”.


La huella que deja el impacto ambiental afecta no solo las zonas costeras del país, sino también a casi todos los ecosistemas marinos como los arrecifes coralinos, las praderas de pastos marinos, los manglares y las especies, actores fundamentales en el ciclo de vida del mar.
 

Es posible que por esta situación se pierdan los hábitats y los recursos de numerosos habitantes de la costa en las regiones de Colombia más susceptibles a la vulnerabilidad del calentamiento del mar, entre ellas algunas zonas costeras del distrito de Buenaventura y la isla Múcura, en el Pacífico colombiano, y las islas de San Andrés y Providencia, en el Caribe.
 


Actualmente en el Caribe y el Pacífico colombiano el aumento de la temperatura de la superficie del mar es cercana a los 0,2 °C, y se espera que para finales del siglo XXI este calentamiento alcance los 2 °C.

Mares más ácidos y más calientes 


El calentamiento de las aguas marinas impacta especialmente a los arrecifes coralinos, pues disminuyen su resistencia y resiliencia al blanqueamiento de coral, que en Colombia se presenta en las Islas del Rosario, Bahía Portete, Chengue y San Andrés, afectando además algunas especies de peces.
 

Así lo revela el estudio de la bióloga marina Paula Judith Rojas Higuera –magíster en Geografía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín– sobre tendencias del calentamiento y la acidificación del océano y su impacto en los ecosistemas marinos y costeros colombianos, en el cual explica que el calentamiento hace que el CO2 se disuelva directamente en la superficie por lo que el pH del mar disminuye y el agua se acidifica. 

El calentamiento y la acidificación del mar son situaciones que rápidamente causan efectos adversos en la vida del mar. Muestra de esto se presenta en ecosistemas como las algas y los pastos marinos, pues en aguas cálidas y ácidas estos pueden multiplicarse afectando la distribución de sus especies por la competencia entre estos. Como consecuencia, algunas plantas incluso se vuelven tóxicas por la acidificación y su veneno mata a los peces y otras criaturas marinas. 
 

Otro caso es el de los corales, que normalmente se desarrollan entre los 17 y 34 °C; sin embargo, la mayoría vive dentro de su límite máximo, es decir que si la temperatura se sigue elevando puede causar deterioro de las especies y sus comunidades.
 

El blanqueamiento de los corales ocurre cuando estos pierden sus colores vibrantes, quedan blancos, y por ende mueren. 


“Establecimos modelos matemáticos empíricos y desarrollamos una fórmula polinómica para graficar el comportamiento de los ecosistemas marinos por decenio a 2050 y 2100, utilizando los escenarios A2, que serían los efectos en caso de que no se tomen medidas de mitigación, y B2 en caso de que sí se tomen”, explica la investigadora Rojas. 
 

La acidificación del océano altera la distribución de las praderas de pastos marinos en el mar, afectando a futuro sus tasas de crecimiento, funciones fisiológicas y capacidad fotosintética, lo que genera a su vez un cambio en la reproducción de las especies que subsisten de los pastos, ya que aumenta la competencia con otras especies. 
 

Otro de los ecosistemas marinos impactados son los manglares, por lo que puede haber un aumento en la salinidad, reduciendo los nutrientes y disminuyendo la abundancia de los organismos asociados.
 

La extinción de especies marinas, el descongelamiento de los glaciares, las altas temperaturas en los mares, los huracanes y ciclones, entre otros fenómenos, afectan la estabilidad y calidad de la vida humana, ya que disminuyen los recursos económicos, culturales y turísticos de la región.
 

Los huracanes de ayer y los que vienen

Los huracanes se crean por el aumento en las temperaturas del océano y en la atmósfera que juntos provocan vientos fuertes, inundaciones costeras y urbanas, lluvias torrenciales y mareas de olas enormes; que, a su vez, generan daños sistemáticos en la población de las islas.
 

El profesor de la UNAL Sede Medellín Andrés Osorio Arias, director de Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin), destaca que 2020 fue el año más intenso de huracanes en la historia de la Tierra y en Colombia; evidencia de esto fue el huracán Iota que impactó al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina hace un año.
 

Iota alcanzó su nivel máximo de categoría 5 provocando pérdidas del 98 % en la infraestructura de Providencia y dejando además 6.000 personas damnificadas y 4 fallecidas. 
 

En 2020 se produjo tal cantidad de ciclones, que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) se quedó sin nombres previstos, por lo que en adelante los huracanes se identificarán con el alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta…
 

Hasta ahora la lista consta de 21 nombres femeninos y masculinos que se alternan por orden alfabético y cambian cada año, sin embargo, por la temporada de 2020 esta se agotó, según el Centro Nacional de Huracanes (NHC). 
 

“Estos fenómenos seguirán ocurriendo y tendremos que volver a reconstruir la Isla, pero lo más importante es no perder vidas humanas, por lo que debemos prepararnos”, asegura el profesor Osorio. 
 

Por eso participó en un estudio colaborativo realizado entre las sedes Caribe y Medellín de la UNAL, el CEMarin, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) y el Grupo de Investigación en Oceanografía e Ingeniería Costeras (Oceánicos), el cual usa modelamientos matemáticos y teledetección a través de imágenes satelitales para cuantificar la magnitud y amenaza de los vientos, inundaciones costeras y urbanas, y vulnerabilidad social por huracanes pasados y futuros en la Isla. 
 

“La intención es levantar la información pertinente sobre la amenaza, la vulnerabilidad física y social, y los costos que provocan estos fenómenos, para que los organismos públicos creen un sistema de alerta y de gestión del riesgo que permita responder oportunamente a los daños”, indica el investigador Osorio. 
 

El estudio modeló escenarios de huracanes pasados –entre ellos el Joan, de categoría 4 ocurrido en 1988– para determinar la vulnerabilidad económica y social que tiene el Archipiélago para afrontar escenarios futuros. Entre los escenarios más críticos está la vulnerabilidad o la capacidad social para responder a estos eventos.
 

“Sacamos una curva de vulnerabilidad física sobre el daño que pueden generar los vientos en las infraestructuras de las casas, y encontramos que en las edificaciones de materiales frágiles –como la guadua, tapia pisada, caña, entre otros– podrían causar pérdidas de hasta el 90 %”, asegura.
 

El 70 % de la población de San Andrés no está preparada, en otras palabras, la vulnerabilidad social en esta zona del país es alta.


Buenaventura, un puerto en peligro


Buenaventura es el principal puerto marítimo de Colombia y uno de los 10 principales en América Latina, ya que concentra una serie de actividades portuarias, turísticas y comerciales importantes para el país. 
 

Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), el Distrito recibe el 60 % de la mercancía que entra y sale del país; tiene diversos atractivos turísticos entre los que destacan el Malecón de Buenaventura, Bahía Málaga y Juanchaco, y concentra una riqueza mineral que activa el comercio y la industria. 
 

Un estudio de vulnerabilidad costera adelantado por Bryan Gallego, magíster en Ingeniería Ambiental de la UNAL Sede Palmira, señala que el deterioro de los océanos afectaría actividades principales como la pesca, debido al desplazamiento de especies de peces comerciales, el turismo recreacional, y actividades asociadas. 
 

Debido al aumento del nivel del mar, el Distrito de Buenaventura es otro gran damnificado del cambio climático. El magíster Gallego indica que por su carácter costero, esta zona se encuentra expuesta al aumento del nivel del mar, y como consecuencia a posibles inundaciones y al aumento de tasas erosivas, entre otros riesgos.

Mediante tecnología geoespacial (sistemas de información geográfica y sensores remotos) –que captura imágenes satelitales de la zona para levantar información terrestre entre 1953 y 2018–, el investigador evaluó 8 variables para determinar la vulnerabilidad para cada corregimiento costero de Buenaventura frente al aumento del nivel del mar. 
 

El estudio evidenció que el 58 % de la cobertura costera está en riesgo de inundaciones por niveles de oleajes altos. En el Pacífico colombiano, el 39 % de las geoformas son playas o playones, los cuales representan una alta tasa de vulnerabilidad frente al oleaje. 

“Aquí encontramos que las geoformas rocosas –una de las variables estudiadas–, representadas en los acantilados, resisten mejor las olas, mientras que las geoformas de playas o playones son más susceptibles a que el oleaje arrastre metros de tierra, y por ende podrían desaparecer más rápido”, sostiene el investigador Gallego. 

Al respecto, encontró que los territorios marinos con la tasa de afectación más alta se dan en el corregimiento III, donde se ubican emplazamientos como Puerto España, La Barra, Juanchaco y Ladrilleros, y corregimientos X y XV, donde están las islas Santa Bárbara y El Ají, entre otras.

Según el Instituto de Inversiones Marinas y Costeras (Invemar), para 2100 el 45 % de la población de la costa pacífica colombiana –incluida la del puerto, cuyo núcleo urbano es el más poblado– se encontrará sometida a este fenómeno.


¿Cómo salir de la encrucijada? 

El cambio climático trae consigo un sinfín de fenómenos naturales y eventualidades en los ecosistemas marinos que el ser humano no puede controlar, pero sí puede evitar. 
 

Aunque en Colombia las emisiones de CO2 y el efecto invernadero no son tan grandes como en países industrializados, si se continúa en el mismo escenario de contaminación el daño para los mares sería irreversible y por tanto la afectación para el ser humano y su supervivencia. 
 

Para la investigadora Rojas, “debemos generar estrategias de mitigación, políticas de adaptación y aunar esfuerzos para aliviar el cambio climático; esto es, reubicar asentamientos, acondicionar infraestructuras, sembrar estructuras artificiales y tratar de educar a la población”.
 

De forma conjunta, los investigadores Gallego, Osorio y Rojas sugieren que para minimizar los daños ya producidos se debe trabajar en el desarrollo de estrategias de adaptación de ecosistemas marinos, como la siembra de arrecifes coralinos y manglares artificiales, un sistema de alerta local ante fenómenos naturales, y enfatizar en la educación social, entre otras acciones.
 

Por su parte el profesor Osorio sostiene que “el camino para prepararnos es la recuperación de ecosistemas, porque estos son amortiguadores de eventos climáticos. Las investigaciones planteadas dejan una ruta informativa que los organismos de control climático pueden acoger y ejecutar en políticas de mitigación”. 
 

Desde la academia, el llamado es a actuar en conjunto para que las organizaciones tanto públicas como privadas creen políticas que promuevan el cuidado de los ecosistemas marinos y terrestres, y que las personas también se responsabilicen y se apropien del lugar en el que viven. 
 

Por lo pronto, en la COP26 realizada en Glasgow (Irlanda), Colombia firmó la “Declaración Because the Ocean” que busca proteger el 30 % de las áreas marinas y terrestres, con la intención de lograrlo en 2022 y no en 2030.

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