Desde la viruela al coronavirus, repasamos las vacunas que han cambiado el devenir de los brotes más devastadores de la historia.
Desde los inicios de 2020, el año que trajo consigo la pandemia que ha transformado nuestro mundo, la ciencia ha trabajado a contrarreloj en la investigación de la vacuna contra la COVID-19. Tras unos meses de caída de su incidencia en gran parte gracias a la vacunación a nivel global de más de 8 470 millones de dosis, a finales de 2021 hoy la pandemia ha retomado la volatilidad de sus cifras a causa de la última variante ómicron, menos agresiva en sus síntomas pero fuertemente contagiosa. Pero los primeros análisis de esta nueva variante siguen apuntando a que las vacunas están marcando la diferencia, y no es la primera vez en la historia que las inoculaciones son el arma sanitaria clave para luchar contra una epidemia.
Desde que fue declarada pandemia global por la Organización Mundial de la Salud, las cifras del coronavirus han continuado su ascenso, transformando la realidad de todos los países hasta el último detalle de nuestro día a día. Desde la llegada de la COVID-19, los casos superan los 5,3 millones en España y los 272 millones a nivel global. Aunque obtener la cifra real de fallecidos es difícil, en España superan los 88 600 y a nivel mundial superan los 5,3 millones, según datos del Ministerio de Sanidad y de Our World in data. Al analizar los datos de esta pandemia a través de un prisma global, las cifras aún están lejos de sus competidores más letales de la historia, pero debido a la globalización actual y las circunstancias en las que se ha desarrollado la COVID-19, estos dos años han dado un gran protagonismo en nuestros días a la importancia vital de las vacunas.
El siglo pasado, la humanidad aún convivía de manera habitual con diversas epidemias amenazaban al mundo entero con brotes de sarampión, viruela, tifus o fiebre amarilla. Hasta que llegó la vacunación. Pero, ¿cuál fue su origen y cuáles han sido las vacunas más importantes a lo largo de la historia?
A lo largo de los últimos dos siglos, su uso ha salvado miles de millones de vidas en todo el planeta y ha frenado enfermedades devastadoras en todo el mundo. Sin embargo, la amnesia histórica nos hace olvidar con facilidad cómo era el mundo antes de las vacunas y son muchos los que alzan la voz contra las inoculaciones, por motivos religiosos, políticos o creencias distorsionadas. De forma paradójica, las vacunas nos salvan de enfermedades y a su vez hacen que, al desaparecer la amenaza, olvidemos las enfermedades de las que nos han salvado.
La inoculación china
Para dar con el origen de esta técnica científica debemos remontarnos a la lucha contra la viruela en China. “Varios relatos del siglo XVI describen la inoculación contra la viruela y señalan que, a fines del siglo XVII, el emperador K’ang Hsi, que había sobrevivido a la viruela cuando era niño, hizo que sus hijos fueran vacunados”, afirman los datos del Colegio de Médicos de Filadelfia.
Los médicos desarrollaron una técnica llamada variolización, que consistía en pulverizar la piel de una persona con síntomas para insuflar lo por la vía aérea de persona que las vías respiratorias de personas sanas con el objetivo de inmunizarlas. Esta técnica se extendió por el mundo hasta la llegada del descubrimiento de las propias vacunas. “Es difícil precisar cuándo comenzó la práctica, ya que algunas fuentes afirman que se remontan al 200 a. C.”.
Vacuna de la viruela (1796)
“La medicina china y su cultura ancestral parecen tener los antecedentes más remotos de los intentos por prevenir o curar el azote epidemiológico de esa época: la viruela”, afirma el estudio Los orígenes de la vacuna, publicado en la revista médica El Servier. “Estos conocimientos empíricos llegaron al Asia Central y Europa, y algunos granjeros hicieron observaciones de la utilidad de la inoculación o variolización sin llegar a documentar sus ensayos en la comunidad científica”.
No fue hasta 1798 cuando el cirujano Edward Anthony Jenner (1749-1823), conocido como el padre de la vacunación, revolucionó la lucha contra la viruela. El planteamiento de Jenner fue que si una persona se infecta con una carga viral inofensiva, adquiere inmunidad a un agente patógeno similar. En aquel momento utilizó el virus de la viruela de las vacas para proteger de la viruela humana.
El 1 de julio de 1796, Jenner infectó a un niño de ocho años con el virus de la viruela, pocas semanas después de haberle administrado el virus de la viruela vacuna, demostrando su inmunidad ante un virus que durante siglos había sido una gran amenaza.
“La viruela era una enfermedad altamente prevalente, causante de un gran problema epidemiológico, distribuida en casi todo el mundo, que no distinguía edades ni clases sociales, y además causaba alta mortalidad – del 30 al 60 por ciento en los no vacunados – y producía secuelas significativas”.
Entre las muchos afectados por esta enfermedad se encuentran faraones de Egipto, según certifican sus momias, Isabel I de Inglaterra, músicos clásicos como Mozart y Beethoven, y presidentes de los Estados Unidos como Lincoln y Washington o el rey Luis I de España.
Vacuna de la rabia (1885)
A finales del siglo XIX, el bacteriólogo francés Louis Pasteur revolucionó de nuevo el mundo de la medicina descubriendo la vacuna contra la rabia a partir de una cepa atenuada del virus. Esta enfermedad zoonotica viral tiene una letalidad cercana al 100% y está causada a través de un virus que infecta animales e insectos y ataca el sistema nervioso central causando una encefalitis aguda.
Difundida a lo largo de la historia por todo el planeta este virus ataca a mamíferos domésticos y salvajes incluyendo al ser humano se encuentra en la saliva los animales infectados y se inocula a los humanos cuando estos provocan alguna lesión por mordedura o hay contacto con las secreciones salivales.
La Organización Mundial de la Salud maneja datos que afirman que en algunas regiones esta enfermedad aún es un problema de salud pública como Asia o África donde causa más de 55 000 muertes al año la mayoría menores de 15 años de edad.
Vacuna contra el tétanos (1890) y fiebre amarilla (1937)
En 1890, Emil von Behring – llamado el salvador de los soldados y los niños – descubrió, en estudios en animales, que era posible producir inmunidad contra el tétanos, una enfermedad del sistema nervioso, al inyectar dosis graduadas de suero de otro animal portador de la enfermedad.
Al empezar la I Guerra Mundial, los soldados empezaron a recibir pequeñas dosis del suero, ya que no había sido probado en humanos previamente. En 1914 consiguieron que la Administración lo distribuyera en mayores cantidades para evitar un mayor número de muertes. Por sus estudios en este campo y el de la difteria, Behring fue galardonado con el primer premio Nobel en Medicina.
Por su parte, la fiebre amarilla ha sido la causa de epidemias y pandemias devastadoras a lo largo de la historia, como la que afectó a Barcelona en 1821. La enfermedad era endémica de África hasta que el tránsito de los esclavos africanos en el siglo XV la distribuyó al continente americano, donde la falta de inmunidad hacia ella provocó una pandemia altamente letal que afectó a los colonos europeos en África y América.
La Organización Mundial de la Salud incluyó en la lista de los medicamentos permitidos la vacuna contra la fiebre amarilla en el año 1938, tras más de cinco siglos causando epidemias mortales en el planeta. A día de hoy, aún se registran cada año 200 000 casos y cerca de 30 000 muertos.
Esta vacuna nació gracias al científico sudafricano Max Thyler, que siguiendo la línea de una investigación anterior de la cepa atenuada, logró vacunar a más de un millón de de personas. Por ello, Theiler fue galardonado con el premio Nobel de Medicina en 1951.
Después de que el británico Almroth Edward White desarrollara la vacuna del tifus, a finales del siglo XIX, la década de 1920 vio nacer las vacunas contra la tuberculosis, la difteria, el tétanos y la tosferina.
Los descubrimientos de Hilleman
En abril de 1957, una misteriosa enfermedad avanzaba por Hong Kong. El virólogo estadounidense Maurice Hilleman, que había nacido en agosto de 1919, en plena pandemia de gripe española, reconoció la amenaza y comenzó a trabajar en una vacuna que frenó la enfermedad cuando llegó a Estados Unidos, salvando millones de vidas.
Hilleman estudió en el Instituto Walter Reed de Investigación Médica Militar, en Washington D.C., los brotes de gripe y las enfermedades respiratorias. Allí demostró que los virus de la gripe sufrían mutaciones que les permiten eludir los anticuerpos desarrollados previamente, lo que explicaba por qué una sola vacuna no protegía de por vida, como ocurría con las de la viruela o la polio.
«En 1957 lo pasamos por alto. El ejército lo pasó por alto y la Organización Mundial de la Salud también», dijo Hilleman más adelante en una entrevista.
En total, el virus mató a 1,1 millones de personas en todo el mundo. Cuando llegó a Estados Unidos, el virólogo ya había creado 40 millones de dosis. «Es la única vez que se ha evitado una pandemia con una vacuna», recordó Hilleman.
Polio, sarampión, rubeola y paperas (década de 1960)
Aunque se estima que la polio ha afectado las poblaciones humanas durante miles de años, a finales del siglo XIX, la enfermedad alcanzó proporciones epidémicas que aún afectan gravemente a Asia y, hasta hace poco, a África, donde fue radicada en agosto de 2020.
En España se usó, entre los años 1959 y 1963, la vacuna de polio inactivada, que se administraba gratuitamente a quienes no tenían recursos, aunque las coberturas fueron bajas, ya que la cantidad de vacunas disponibles era escasa. En 1965 se inició una nueva campaña masiva y al mismo tiempo se añadió la vacunación frente a la difteria, el tétanos y la tosferina. El éxito de estas intervenciones determinó que, a partir de este momento, se realizaran de manera continua.
Otras tres infecciones que han causado y siguen causando miles de muertes son el sarampión, la rubeola y las paperas. Ya en el siglo XX, durante la década de 1960, Hilleman creó en 1967 una vacuna para las paperas, en el 69 para la rubeola y dos años más tarde una vacuna combinada que proporcionaría inmunidad para los tres virus, conocida comunmente como triplevírica.
Los investigadores de la farmaceútica Merck, bajo la dirección de Maurice Hilleman, detectaron un virus de simio en las células de riñón de mono que se utilizan para cultivar poliovirus para la vacuna contra la polio de Merck. Hilleman demostró más tarde que el virus de los simios, SV40, causaba tumores en hámsteres.
Merck finalmente retiró del mercado su vacuna contra la polio. En 1963, los programas de detección del gobierno comenzaron a buscar virus de simio en las vacunas contra el poliovirus. Hilleman también estuvo tras las vacunas, en la década de 1970, de la varicela, el neumococo y la meningitis.
Posteriormente, aunque hubo una epidemia de un tipo de gripe muy parecida a la gripe de 1918, no tuvo demasiada expansión. La siguiente vacuna con mayor impacto mundial, por tanto, es la del coronavirus. Su brutal impacto inmediato en el mundo entero debido a la globalización, llevó a todos los laboratorios internacionales a tratar de encontrar la vacuna lo antes posible.
A día de hoy, aún existen muchas enfermedades infecciosas que causan millones de muertes al año, sobre todo afecciones como el VIH y la tuberculosis que aún no tienen vacuna. Otra de las grandes preocupaciones sanitarias globales, la malaria, ha vivido en octubre de 2021 un «momento histórico» con la aprobación de la primera vacuna contra esta enfermedad. Además, según alerta el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son factores que multiplican el riesgo de sufrir nuevas pandemias en el futuro.
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