Al contrario de lo que se suele asociar, las etiquetas bio, eco y orgánico no siempre abanderan los procesos más sostenibles o saludables.
Un agricultor de California conduce su quad por su viñedo para inspeccionar las cepas. Entre las cepas crece avena y algarrobas, para evitar las malas hierbas, que además acogen a insectos beneficiosos y enriquecen el suelo. Esta imagen apareció en el número de diciembre de 1995 en un artículo sobre el movimiento de agricultura sostenible.
FOTOGRAFÍA DE JIM RICHARDSON, NAT GEO IMAGE COLLECTION
Hace años que los productos bio, orgánicos o ecológicos están de moda. Llenan cada día más estantes de los supermercados y más cestas de la compra. Al pensar en un producto ecológico, el imaginario social suele decantarse por asociarlo a alimentos más sostenibles, más saludables, con más sabor, mejor elaborados y vigilados en base a mejores estándares de calidad. Los consumidores cada vez buscan que el origen de los alimentos sea más natural, ecológico y sostenible.
Sin embargo, a menudo alrededor del etiquetado de estos productos reina la confusión. ¿Qué diferencias separan lo ecológico de lo orgánico o lo biológico? ¿Son estas etiquetas realmente un indicativo de lo que asociamos a ellas? ¿Cuál es el perfil del consumidor que busca este etiquetado y por qué?
Las etiquetas ecológicas se rigen según el reglamento europeo de producción ecológica. Sin embargo, esta normativa aún está lejos de las ideas asociadas a ellas por medio de la publicidad o de aquello que nos evocan los términos.
“Aunque la producción ecológica es una gran idea, está mal ejecutada”, afirma el nutricionista, dietista y tecnólogo alimentario Aitor Sánchez, que explica que la normativa no responde a las inquietudes que la población busca cubrir con estos alimentos. “Si miras la ley europea no hay ningún punto que garantice estos motivos por los que compramos ecológico”.
(Relacionado: Los humanos han «estresado» la Tierra durante mucho más tiempo y más drásticamente de lo que se creía)
Según el experto, la normativa europea se basa en una serie de principios que guían las normas de producción, pero que “desgraciadamente no llevan a la realidad, ni aterrizan necesariamente estos principios, ni las inquietudes o motivaciones de las personas que consumen productos ecológicos”.
Según un estudio sobre el perfil del consumidor de alimentos ecológicos, publicado en 2011 por el antiguo Ministerio de Medio Ambiente, actual Ministerio de Transición Ecológica, quienes compran este tipo de alimentos son personas comprometidas con el medio ambiente en un 87 por ciento, que reciclan en un 74 por ciento, así como cogen menos el coche, leen el etiquetado y se preocupan por su salud, entre otros factores.
¿Bio, eco u orgánico?
Un estudio realizado en 2016 reveló que el 64 por ciento de los españoles cree que los términos ecológico, biológico y sostenible significan lo mismo. Al bucear por diferentes artículos, muchas fuentes atribuyen el término biológico a productos que no están modificados genéticamente, mientras que orgánico a menudo se asocia a productos libres de químicos. Sin embargo, ¿qué hay de verdad en esta idea?
“Biológico, ecológico y orgánico son más o menos sinónimos a nivel europeo”, afirma Sánchez. El Reglamento 2018/84 sobre producción ecológica la define como “un sistema general de gestión agrícola y producción de alimentos que combina las mejores prácticas en materia de medio ambiente y clima, un elevado nivel de biodiversidad, la conservación de los recursos naturales y la aplicación de normas exigentes sobre bienestar animal y sobre producción de productos obtenidos a partir de sustancias y procesos naturales».
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, da una definición muy parecida de la agricultura orgánica. La normativa europea agrupa bajo el término ecológico los conceptos biológico y orgánico y sus abreviaturas, «bio» y «eco», “que utilizados aisladamente o combinados, podrán emplearse en toda la UE [···] para el etiquetado y la publicidad de un producto ecológico”.
El motivo de que haya tres designaciones diferentes viene quizá de las diferentes maneras de llamarlo a lo largo de la historia y en los diferentes idiomas europeos. Por ejemplo, la agricultura ecológica es el resultado de una serie de métodos de producción alternativos a la producción industrial que surgieron en Europa a lo largo del siglo XX.
(Relacionado: ¿Cuál fue el origen de la agricultura?)
En lugares como el Reino Unido se denominó “organic agriculture” [agricultura orgánica], mientras en Suiza se llamó “agriculture biologique” [agricultura biológica]. La idea de fondo era en realidad la misma, ya que estas corrientes pretendían renunciar al uso de productos químicos a fin de proteger el medio ambiente, mientras la producción industrial primaba la rentabilidad y la productividad.
La actual normativa nació del creciente interés de productores y consumidores en la agricultura ecológica en los años 90 y, cuando el Consejo Europeo sacó esta legislación, definió los términos más adecuados: en español, ecológico; en inglés, “organic”; en francés, “biologique”. A nivel comercial, sin embargo, el márketing globaliza a menudo los conceptos, que se utilizan indistintamente como reclamo, pero no son una garantía de los conceptos asociados a ellos.
¿Son más sostenibles o más saludables?
Al contrario de lo que se suele pensar, la normativa de la producción ecológica no garantiza en absoluto la sostenibilidad del proceso. Sánchez lo explica con un sencillo ejemplo: “Si vas a comprar ecológico porque es más sostenible, piensa que puedes estar comprando kiwis etiquetados como ecológicos pero procedentes de Nueva Zelanda”. Esto es así porque “la legislación ecológica solo hace referencia a cómo se ha producido ese alimento”.
Para que algo sea ecológico en España, la legislación es muy estricta y el alimento etiquetado como tal tiene que cumplir la normativa. Sin embargo, “habría que cambiarla mucho para que el día de mañana, si compramos una fruta o legumbre, tengamos la garantía de que es más sostenible para el medio ambiente, proveniente de comercio justo, etc”, afirma Sánchez, aunque declara que “especialmente en productos animales, aquellos con etiqueta ecológica sí suelen estar mejor tratados y tener un mejor sabor, pero no es algo que garantice la legislación, sino algo que suele ser así”.
Tampoco esta normativa garantiza un producto más saludable. “No hay ninguna evidencia que asocie un consumo de productos ecológicos con una mejor salud, es más, la propia legislación prohíbe expresamente anunciar los productos ecológicos más sanos, y no existe ninguna referencia en la legislación”, afirma Sánchez en su libro Mi dieta cojea.
Según este experto, la crítica a la legislación de producción ecológica está muy lejos de querer derogarla o no querer reducir el impacto de nuestra alimentación. “Todo lo contrario, es que entendemos que esta legislación no responde correctamente a lo que debe, exige y percibe la ciudadanía”.
Buscando el sello ecológico… y algo más
Más allá de los términos eco, bio u orgánico, cada producto etiquetado como tal debe venir con el sello de producción ecológica de la Unión Europea, acompañado del nombre del organismo certificador del país de origen, para garantizar que su producción ha seguido la normativa.
En el caso de España son los Comités de Agricultura Ecológica de cada Comunidad Autónoma, junto a la Comisión Reguladora de Agricultura Ecológica (CRAE), del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, quienes otorgan estas certificaciones. Sin embargo, también en algunas Comunidades como Andalucía y Castilla-La Mancha se han autorizado organismos privados de certificación.
(Relacionado: Las macrogranjas: ¿nos podemos permitir ese lujo climático?)
Sin embargo, tal y como resume Sánchez, un alimento ecológico puede ser malo para la salud si se trata de un ultraprocesado del que abusamos, así como puede ser muy impactante para el medio ambiente si se transporta desde la otra punta del mundo. De igual forma, puede haberse producido sin utilizar productos químicos pero a su vez no ser en absoluto sostenible si para producirlos se han destruido bosques o sobreexplotado acuíferos.
Por tanto, más allá de las diversas etiquetas, la responsabilidad final de elegir el tipo de producto que queremos apoyar en la cesta de la compra recae en el consumidor final, revisando el etiquetado más allá de términos o eslóganes.
“Si yo pudiera cambiar la legislación ecológica pondría estándares que cumplieran todas las inquietudes del consumidor”, concluye Sánchez. “Básicamente, yo le diría a la gente que si su inquietud es la sostenibilidad, compre local y de temporada, y si os preocupa el bienestar animal, intentad reducir el consumo animal, más allá de que sea carne ecológica”.
natioalgeographic.es