Laia Mataix Gómez (EFEverde).- Pulowi, la diosa que protege el agua para los indígenas wayúu, se le apareció en sueños a un anciano de la desértica Guajira colombiana para decirle que había que «armonizar» a Bruno, un arroyo que la mina del Cerrejón desvió parcialmente y que está en medio de una disputa legal para determinar si se explotará carbón en su cauce original.

Al contrario que en la familia Madrigal, protagonista de la película «Encanto», en esta región sí se habla de Bruno. El sueño fue en 2018, y desde entonces no han conseguido «armonizarlo».

No es la primera fuente hídrica que Cerrejón, la mina a cielo abierto más grande de Latinoamérica, ha intervenido en La Guajira, una región ubicada en el extremo norte y la zona de clima desértico más grande del país. Ya son más de 16, según relata en una entrevista con Efe Andrónico Urbay, líder de la comunidad wayúu.

No obstante, Yo’uluna, el nombre en wayuunaiki de Bruno, «tiene una significación importantísima porque es el que está en territorio wayúu y es la fuente principal del río Ranchería», una de las fuentes hídricas más importantes de la región, agrega.

El contexto

La Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) autorizó en 2014 a Cerrejón a desviar parcialmente el arroyo, que tiene 21 kilómetros, para permitir la explotación del carbón que subyace en su cauce natural.

Cerrejón desvió en ese año 3,6 kilómetros en la parte baja del arroyo, reorientándolo hacia el norte para luego entregarlo a su cauce natural, a 1,5 km de su desembocadura en el río Ranchería.

Tras las acciones de tutela presentadas por la comunidad solicitando la protección de sus derechos, la Corte Constitucional emitió en 2017 una sentencia en la que pedía un «estudio técnico completo» del impacto para decidir sobre el desvío y la explotación del carbón. Una orden que la comunidad wayúu denuncia que la minera y el Gobierno no han cumplido.

Cerrejón defiende que esta modificación es «un proyecto de ingeniería único en Colombia» que demuestra que «sí es posible unir la ecología y la ingeniería para hacer minería de manera responsable con el medio ambiente y las comunidades».

Además, detalla que «cinco años después de la modificación parcial del arroyo Bruno, el nuevo cauce, además de mantener su flujo de agua, se ha convertido en un corredor de biodiversidad que alberga 390 especies de animales y 70 de flora, conectando con la reserva forestal de Montes de Oca y el río Ranchería».

Las comunidades wayúu alertan que si se llega a explotar la parte desviada para extraer carbón «matarían el arroyo», algo que «no solamente sería un ecocidio, también un genocidio» y un daño a su cultura, explica Andrónico.

Daño espiritual

Jepira es el equivalente wayúu al «paraíso» y se ubica frente al Cabo de la Vela, el punto más al norte de Suramérica, situado en La Guajira, donde van a descansar las almas de los wayúu muertos y a donde se llega a través de los ríos.

Por eso, la afectación a Bruno, que es «una comunicación con Jepira», es alterar la forma de «comunicarse con las almas de los wayúu». Además, «el agua es un elemento importante en el ordenamiento espiritual», explica Andrónico.

«Si soñamos algo o nos pasa algo, hacemos rituales en el agua y pagamento con el arroyo (…) como madrugar a bañarse, buscar animales y sacrificarlos», ilustra Leobardo Sierra, autoridad de la comunidad wayúu de El Rocío, que compara el agua con la sangre para el cuerpo.

Andrónico tiene sus tierras, que lindan con las de Cerrejón, llenas del carbón que cae del tren que lo transporta desde la mina, que pasa un total de 16 veces al día, a cualquier hora, incluso de madrugada. Esto también afecta a los vecinos wayúu, que ya no sueñan.

Los wayúu interpretan su vida a través del sueño: una conexión espiritual que el ruido del tren les ha arrebatado y una afectación «muy grande», porque «una de las cosas más importantes para los wayúu es el silencio», agrega Andrónico.

«Ni siquiera se han acercado para decir: evaluemos juntos las consecuencias», lamenta el líder.

Leobardo también recuerda que el Estado «es culpable», ya que fue quien otorgó la concesión, otorgada por primera vez en 1983, cuando no existía el mecanismo de consulta previa, y renovada en 2022 hasta 2033.

Oasis en medio de la sequía

La Guajira es un departamento semidesértico, por lo que también «supone un daño muy grande para la vida humana porque aquí no hay agua, hay un estrés hídrico muy grande», advierte Andrónico.

Jazmín Romero, lideresa feminista wayúu, detalla que en La Guajira «el 87 % del territorio es semidesértico con alta probabilidad de volverse desierto».

La minera «va a cumplir 39 años en territorio wayúu, donde ha destruido 12.000 hectáreas de bosque seco tropical», gastando «17.000 litros de agua diarios para regar una carretera mientras por el otro lado de la Alta Guajira o en estas mismas comunidades no hay agua», critica Romero.

«Cada día me siento más amenazado», denuncia Leobardo desde la orilla del arroyo Bruno, y lamenta que «el carbón está acabando con La Guajira, nos está matando lentamente».

El arroyo «tiene vida todavía, pero necesita que lo liberen», concluye el líder wayúu en un último alegato. EFEverde