Gonzalo Duque-Escobar director del Observatorio Astronómico de Manizales
La clave para hacerle frente al cambio climático en el país está en implementar programas y acciones de largo plazo para viabilizar el aprovechamiento de nuestros recursos estratégicos con un enfoque biocéntrico, mediante procesos ambientales y sociales participativos.
El calentamiento global predice el crecimiento de las temperaturas del planeta durante las próximas décadas, así ocurre en Colombia con el deshielo de nuestros glaciares, al igual que en los registros del valor medio de la temperatura observado en la atmósfera terrestre.
Aunque el clima del planeta siempre ha variado, el problema es que el ritmo de estas variaciones –que surgieron a partir de la Revolución Industrial y también se puede observar a principios del siglo XX– se ha acelerado de manera anómala durante las últimas décadas. Aunque el fenómeno puede tener entre sus causas la mayor actividad solar, también es el resultado del aumento de concentraciones de gases de efecto invernadero asociados con la acción antrópica.
Con el cambio climático, aunque el ENSO (un patrón climático que consiste en la oscilación de los parámetros meteorológicos del Pacífico ecuatorial) se ha intensificado por el calentamiento de la Tierra, no se predice, sino que se pronostica. En el caso de Colombia, además de facilitar la ocurrencia de incendios forestales y exacerbar las tormentas y ciclones, y de comprometer la seguridad alimentaria y el suministro del agua durante los fenómenos de El Niño y de La Niña, trae temporadas invernales acompañadas de fenómenos extremos y menos huracanes.
¿Y Colombia qué?
Las consecuencias del cambio climático para Colombia serán letales por los pasivos ambientales (la deuda que una empresa tiene por daños ambientales) fruto de la desproporcionada intervención humana. Según el Instituto Humboldt, mientras que la migración de las zonas de vida en 170 m de altitud por grado centígrado varíe, se afectarán cientos de especies amenazadas que están quedando en riesgo de colapso en el 86 % del patrimonio natural de la Región Andina.
A su vez, las predicciones de la Defensoría del Pueblo señalan que mientras exista un aumento en el nivel del mar se incrementará la erosión en nuestras costas y litorales, y habrá riesgo de desabastecimiento de agua en 235 cabeceras municipales, además de mayores desastres por avenidas torrenciales e inundaciones.
El efecto negativo para la ecología del país relacionado con la dinámica del cambio gradual del clima pone en entredicho el quehacer de las fuerzas del mercado, privilegiando el crecimiento económico sobre los temas ambientales y sociales, lo que se revierte en crecientes costos ambientales que se socializan para soportar un modelo de desarrollo en el que los beneficios de instrumentalizar la naturaleza se privatizan en beneficio del confort de élites consumistas y del incremento de las rentas para empresas y países desarrollados.
Tras haber reducido los bosques de niebla de Colombia al 25 % y los bosques secos al 8 %, y luego de arrasar las rondas hídricas, dada la vulnerabilidad asociada con el descontrol hídrico y pluviométrico, vale la pena preguntarnos qué ocurrirá con algunas especies con baja tolerancia a las variaciones del clima.
Según el Instituto Carnegie de Ciencias, la institución Climate Central y la Universidad de California, la velocidad de adaptación a la cual los ecosistemas (especies animales y vegetales) tendrán que trasladarse para sobreponerse a los cambios climáticos durante los próximos 100 años son las siguientes:
- en bosques de coníferas tropicales y subtropicales, 80 m por año;
- en bosques templados de coníferas, pastizales y matorrales de montaña, 110 m por año;
- en zonas más llanas, incluidos desiertos y matorrales áridos, 710 m por año;
- en manglares, 950 m por año;
- y en pastizales inundados y sabanas, 1.260 m por año.
Para valorar el daño ambiental que hemos ocasionado basta señalar que desde 1991, cuando se creó Cormagdalena, como consecuencia de la deforestación y la pérdida de complejos de humedales y la contaminación por aguas vertidas y no tratadas desde centros urbanos, la pesca en el río Magdalena (el más importante de Colombia) se ha reducido al 10 %. A su vez, se ha blanqueado el 80 % de los corales entre Cartagena y Santa Marta, y se ha propiciado el desbordamiento del río reclamando el espacio perdido en la Depresión Momposina, situaciones que obligan a preguntarnos qué proyectos de magnitud existen en Colombia que velen radicalmente por la protección del medioambiente y la preservación de sus ecosistemas estratégicos.
Estrategias y acciones
Sabemos que para enfrentar el cambio climático Colombia requiere de otras estrategias como desarrollar energías renovables alternativas de viento y sol, emprender acciones como derrotar la deforestación y resolver los conflictos entre uso y aptitud del suelo, restablecer las rondas hídricas fundamentales para la conectividad biológica y recuperar áreas degradadas, máxime cuando la erosión afecta tres cuartas partes de la Región Andina, lo que explica el grave impacto de los sedimentos del río Magdalena.
La tarea es apremiante, más cuando el Gobierno se ha comprometido con una reducción del 51 % en las emisiones de gases de efecto invernadero al 2030 para aportarle a la acción climática global, además de corregir las prácticas culturales con el fin de modificar comportamientos y actividades antrópicas que degradan el medioambiente.
La necesidad de resolver la precaria capacidad de respuesta y adaptación de nuestras ciudades y campos exige generar información de detalle con el concurso de la academia, para tomar decisiones confiables y apropiadas, mediadas por una investigación que priorice los derechos bioculturales en las regiones y lugares más vulnerables de cada territorio. Todo esto si se tiene en cuenta ahora la condición del país en temas de desarrollo; la vulnerabilidad al factor climático por su condición tropical; las implicaciones de su economía basada principalmente en la agricultura (considerando la fragilidad y estado de nuestros suelos); la fragmentación social y espacial del territorio; y la exposición a las amenazas hidrogeológicas de multitud de poblados.
Lo anterior invita a revisar las políticas públicas y las estrategias sectoriales, en las cuales la clave estará en implementar programas y acciones de largo plazo para avanzar en la adaptación al cambio climático y viabilizar el aprovechamiento de nuestros recursos estratégicos con un enfoque biocéntrico, mediante procesos ambientales y sociales participativos.
Esto se puede llevar a cabo si se fijan objetivos como convertir las rentas de los recursos primarios en capacidades humanas, fortalecer el quehacer de las instituciones ambientales y la sociedad civil, ordenar las cuencas para blindar el patrimonio hídrico y la biodiversidad en áreas estratégicas, construir paisajes resilientes en los ecosistemas, y fortalecer los procesos culturales endógenos para proteger las comunidades rurales y artesanales de agresiones industriales, enclaves mineros y actividades extractivas ilegales.
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