Extendido desde la ciudad chilena de Puerto Montt, el territorio que desciende hacia el sur del continente americano asemeja la garra de un cóndor que se curva al atravesar el paralelo 56, en los confines del mundo habitado.

Una abigarrada y bella masa de ríos caudalosos, islas mágicas, fiordos exuberantes, montañas blancas, glaciares prístinos y bosques frondosos, que a duras penas resiste los embates de la emergencia climática, lucha por consolidarse como el laboratorio de un cambio crucial para el devenir de la humanidad.

Igual que siglos atrás el «teocentrismo» de la Edad Media dio a paso a la luz del «humanismo» ilustrado, en las regiones del sur de Chile, y en particular en Magallanes, la más austral, trabajan para superar el «antropoceno desarrollista» actual, que ha socavado el planeta, y propiciar una nueva era: la del «naturacentrismo».

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«Hoy vivimos una oportunidad de auto-descubrimiento, como cohabitantes de un laboratorio natural que no solo sea concebido como zona estratégica y polo de desarrollo científico, sino como refugio de vida para el mundo», explica Juan Oyarzo, rector de la Universidad de Magallanes.

«Una ecorregión que no es recurso ni le pertenece a nadie, por lo que requiere un comportamiento humano a la altura, donde las decisiones se tomen a partir de la información de calidad y respeto por todas las biodiversidades existentes», subraya.

En la misma línea se expresa el investigador Ricardo Rozzi, quien advierte que en medio de la muerte causada por la pandemia, la destrucción de hábitats, la contaminación masiva y el vertiginoso cambio socioambiental global que conlleva pérdidas de diversidad biológica y cultural, el sur de Chile «emerge como un laboratorio natural que representa una esperanza».

El tercer descubrimiento

La geografía actual del sur de América, incluido el estrecho de Magallanes, se constituyó hace 9.000 años tras el retroceso paulatino del manto de hielo que cubría la región y la aparición de islas y canales que permitieron el desarrollo de los pueblos originarios patagónicos Kawesqar, Aonikenk Selknam y Yamana.

Ese fue el primer descubrimiento: el segundo fue la llegada de las naves europeas y, en particular, la expedición de Hernando de Magallanes, que dio la vuelta al mundo y descubrió el estrecho que conecta el Atlántico y el Pacífico.

Si el primero apenas transformó la estructura medioambiental de la región, el segundo supuso el origen de un declive que ha hecho -por acción directa del hombre- que este paraíso de la biodiversidad se haya alterado y empobrecido a una velocidad inaudita, perdiendo flora, fauna y hielo.

Un laboratorio para salvar el mundo 

Marcelo Poblete supera los 50 años, es guía, explorador, investigador conservador y uno de los habitantes de la región de Magallanes que mejor conoce el estrecho y las diversas islas, por donde navega desde hace más de veinte años.

Dos décadas en las que ha visto huir a la fauna, declinar la flora, retroceder o desaparecer glaciares y emerger nuevas amenazas: algunas fruto del calentamiento global -como la desaparición de los bosques de algas, primer eslabón de la cadena alimenticia, o la extensión de la venenosa marea roja- y otras de la acción invasiva del hombre, como el cultivo de salmones.

«Hemos podido ir apreciando como en estos años que hemos estado enfocados a la ciencia ha habido una modificación en el comportamiento de la fauna y también muy rápidas en el entorno glaciar. Como en 20 años, glaciares como el Tinta, en el Campo de Hielo Sur, ya no existe», señala a Efe Poblete.

«Este pasado está súper vivo y hace que la población sea súper consciente de lo que está pasando. Lamentablemente somos solo el 1% de Chile, pero sí, Magallanes es un gran generador de conciencia. Creemos en el punto de vista de la sustentabilidad», resalta Poblete, que participa en un santuario privado de conservación de ballenas jorobadas.

En su opinión, el desarrollismo y el conservacionismo no son conceptos excluyentes: pueden convivir si se modifica el modelo económico y social neoliberal y se remplaza el crecimiento extractivista por la acción industrial sustentable.

«Hay que tener una mirada superior, más allá del ingreso económico. Conservar nuestros generadores de aire, de oxígeno. Mientras más prístinos se encuentren, mayor cantidad de especies tendremos y podremos ir conservando una cadena alimenticia, de desarrollo, bien nivelada», afirma.

«Si ese modelo lo seguimos ampliando, lo que vamos a hacer es que directamente ni siquiera nuestros bisnietos, tal vez, ni nuestros hijos, ni los hijos de nuestros hijos alcancen a ver lo que nosotros estamos viendo», advierte desde el laboratorio del fin del mundo, donde los hombres tratan de ceder el protagonismo a la naturaleza. EFEverde