La implementación de pastos de baja calidad para alimentar el ganado en las sabanas de la Orinoquia está ocasionando que el suelo deje de capturar carbono y se libere en altas cantidades a la atmósfera. Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) estima que debido a la degradación de estos ecosistemas, en los próximos años se podrían emitir al atmósfera cerca de 700 kilogramos de carbono por hectárea al año. Se requieren acciones de mitigación urgentes.
- La ganadería es la principal actividad económica de la región de la Orinoquia, por eso es necesario pensar en nuevas prácticas ganaderas, considera el investigador.
- En la Orinoquia el uso de pastos de baja calidad, o pasturas, estaría emitiendo alrededor de 700 kilogramos de carbón por hectárea. Fotos: archivo Unimedios.
- Aunque el 30,4 % del suelo de la Orinoquia se destina para la ganadería, en la región persisten prácticas que afectan el medioambiente.
- Los resultados muestran que la sabana dejó de capturar carbón durante más de 30 años, lo que representa un grave problema medioambiental.
- Con la implementación de las pasturas la región dejó de capturar 0,22 toneladas de carbón al año.
- La ganadería es la principal actividad económica de la región de la Orinoquia, por eso es necesario pensar en nuevas prácticas ganaderas, considera el investigador.
- En la Orinoquia el uso de pastos de baja calidad, o pasturas, estaría emitiendo alrededor de 700 kilogramos de carbón por hectárea. Fotos: archivo Unimedios.
El ingeniero químico Rafael Andrés Bedoya Agudelo, magíster en Ingeniería Ambiental de la UNAL, explica que “Las pasturas se degradan con el tiempo lo que disminuye la productividad del suelo, haciendo que sea necesario más cantidad de suelo para suplir la demanda alimenticia de las vacas».
La Orinoquia colombiana abarca el 30 % del territorio nacional y se caracteriza por estar compuesta en un 75 % por sabanas; sin embargo, la transformación en el uso del suelo para la siembra de arroz y palma de aceite, entre otros cultivos, y para la ganadería, repercute en sus características. De hecho, la actividad ganadera abarca el 34 % del uso del suelo en la región.
Es este contexto, la investigación del ingeniero Bedoya reveló que los pastos de baja de calidad que se cultivan en la sabana nativa están alterando el ecosistema, lo que provoca un escenario de mayor emisión de carbono a la atmósfera, indicador relevante para medir el impacto del cambio climático.
Para su trabajo aplicó el modelo biogeoquímico DNDC (DeNitrification-DeComposition), que predice la producción de los cultivos, el régimen de humedad, la dinámica del carbono y la pérdida de nitrógeno, así como las emisiones de gases procedentes de agroecosistemas, como metano y dióxido de carbono.
Así, mediante datos meteorológicos evidenció cómo venía funcionando el flujo de carbono en los Llanos Orientales desde 1900 y los cultivos transitorios (por ejemplo soya o maíz), así como los cambios que ha tenido el suelo de la región.
“Con la estimación de flujo y acumulación se puede analizar la historia del carbono de las sabanas, lo que permite mejorar el conocimiento de los ecosistemas y su vocación de uso”, explica el investigador.
A través de esta simulación establece cuántas hectáreas se requieren para suplir las necesidades nutricionales de una vaca, usando pastos de la mejor calidad: 2,6 hectáreas por vaca, con una emisión de carbono de 721 kilogramos por hectárea anuales.
“En la región se utilizan pasturas degradadas, es decir que ya no son tan productivas, por lo cual posiblemente se necesitaría el doble de hectáreas y se tendría el doble de emisión”, explica.
Cambios en el uso del suelo
Para evidenciar la transformación de las sabanas orinoquenses a través del flujo y la acumulación de carbono, en la investigación se utilizaron por primera vez datos meteorológicos, además de registros del uso de la tierra entre 1900 y 2017.
Así, se encontró que en 1934 se introdujo el uso de pasturas, o sea de plantas forrajeras, con las que se alimenta el ganado. “Los colonos realizaron esta acción a través de la quema de los suelos nativos”, indica el ingeniero.
Otro hallazgo es que entre 1934 y 1980 la sabana nativa se convirtió en una pastura, utilizada principalmente para la ganadería.
“En 1980 se regenera una sabana de segunda generación en la Finca Experimental Taluma; sin embargo, en gran parte de la Orinoquia encontramos agricultura mecanizada donde hay monocultivos y no hay rotación de estos”, amplía.
En sus resultados muestra que la sabana nativa –que data de 1900– era relativamente eficiente con una captura de carbono de 4 toneladas al año.
“Pero la sabana de segunda generación, posterior a la pastura degradada, tiene mejor captura de carbono, con cerca de 6,5 toneladas al año, lo que indica que es necesario regenerar la sabana. Uno de los mayores problemas fue que esta dejó de capturar carbono por más de 30 años”.
El modelo mostró que en 35 años de la sabana nativa hubo un acumulado de 75 toneladas de carbono por hectárea, lo que implica una acumulación de 2,14 hectáreas de carbono al año, pero con la llegada de las pasturas se estaban perdiendo 0,22 toneladas al año por hectárea, una situación que cambia con las sabanas de segunda generación, en las que se empiezan a acumular 2,5 toneladas por hectárea al año.
“No solo aumenta la tasa de acumulación, sino que también se incrementa el equilibrio del ecosistema”.
Alternativas para conservar la región
El investigador es enfático en señalar que la forma en que se realiza ganadería en la región no solo es insostenible para el ambiente sino también para la economía. Por eso asegura que es necesario pensar en nuevas formas y prácticas que puedan conservar las sabanas de la Orinoquia, teniendo en cuenta que tienen beneficios ecosistémicos que aportarían a las metas de restauración ambiental.
“Es necesario optimizar el suelo con agricultura de conservación, rotación de cultivos, corredores ecológicos, y sobre todo proteger las comunidades indígenas”, concluye el magíster.
periodico.unal.edu.co