Por emitir aproximadamente 50 % menos dióxido de carbono que el carbón y 30 % menos que el petróleo, el gas natural es considerado por algunos actores del sistema político y del sector energético como “puente” a un sistema más limpio y sustentable, estimulando la expansión de nuevos proyectos para extraer hidrocarburos tanto offshore como en tierra firme. Sin embargo, hay que tener en cuenta que emite gas metano, cuya capacidad de concentración del calor es más alta que en el dióxido de carbono, y por lo general no se consideran las emisiones fugitivas ni las quemas de rutina que la extracción de este recurso trae aparejada. Además, la construcción de infraestructuras para su extracción y transporte generan gran cantidad de conflictos territoriales.
2 de abril de 2024
Gabriela Wyczykier | Universidad Nacional de General Sarmiento – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina).
Juan Antonio Acacio | Universidad Nacional de La Plata – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)share
La construcción de infraestructura de gasoductos es la actividad que reporta el mayor número de tensiones por proyecto con respecto a las otras actividades. Fuente: Philippe López López / AFP
En un contexto planetario signado por la aceleración del calentamiento global, el consumo de combustibles fósiles se ha incrementado progresivamente en las últimas décadas. Aunque no son la única causa del aumento de la temperatura del planeta y de la consecuente crisis climática, sí ocupan un lugar central. Desde la Primera Revolución Industrial el carbón, el petróleo y el gas han sido los materiales que sostienen los sistemas productivos, de transporte, de ocio y calefacción. Estas fuentes no renovables se caracterizan por emitir gases de efecto invernadero como el metano y el dióxido de carbono, que retienen el calor del sol en la atmósfera. Además de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), la industria encargada de extraerlos es causante de diversos impactos negativos como la contaminación del aire, del suelo y del agua debido a derrames, rotura de infraestructuras y accidentes que afectan los ecosistemas y la vida humana y no humana
Fuentes de energía consumidas en el mundo en 2022. Fuente: https://datos.enerdata.net/energia-total/datos-consumo-internacional.html
La extracción de combustibles fósiles también se ha vuelto cada vez más costosa y su disponibilidad más comprometida. Algunos analistas señalan que en 2005 la extracción de petróleo convencional se estancó en una meseta irregular y levemente descendente; el gas natural probablemente alcanzará su techo en 2020-2039, y el carbón lo hará en el periodo 2025-2040. Mientras los hidrocarburos se vuelven más escasos, la cantidad de energía que se requiere para acceder a ellos aumenta, por lo que el proceso de extracción se encarece. Ciertas estimaciones indican que a inicios del siglo XX en Estados Unidos se podían extraer más de 100 barriles de crudo con la energía equivalente de un barril de petróleo y hoy, con la misma cantidad de energía, se obtienen menos de 10 barriles en los pozos de ese país. Por lo tanto, la denominada “tasa de retorno energético” ha disminuido drásticamente con el pasar de los años, y cada vez se requieren más volúmenes de energía para obtener energía.
La producción en nuevos yacimientos significa el acceso a mayores volúmenes de combustibles fósiles. Sin embargo, ello implica procesos de extracción de hidrocarburos con ascendentes costos de capital, en condiciones laborales peligrosas y con mayores impactos ambientales, por lo que se les denomina “energías extremas”1. La técnica del fracking y la exploración y explotación en aguas ultraprofundas son ejemplos de la ampliación de la frontera fósil que se despliegan en distintos países en una vertiginosa y peligrosa carrera por lograr el acceso a estos recursos que alimentan la crisis climática y ecológica, con devastadoras consecuencias en el presente.
En este contexto, los Gobiernos del mundo han encarado procesos de transición energética hacia fuentes limpias y renovables, aunque con distinta velocidad e intensidad. Pero las energías limpias y renovables aún no cuentan con el desarrollo y la capacidad para reemplazar el consumo actual de combustibles. Ciertamente, y como analiza el investigador y activista español Luis González Reyes2, el petróleo, el gas y el carbón suponen una serie de ventajas: su disponibilidad no depende de los ritmos naturales, se almacena de forma sencilla, son de alta densidad energética, son fácilmente transportables y versátiles en su uso.
Al contrario de los combustibles fósiles, que se utilizan en forma de energía almacenada, las energías renovables son flujos y se encuentran en forma poco concentrada, requiriendo altas cantidades de espacio físico para su generación, ya que la sustitución de los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable –como la solar y la eólica– requeriría el uso del 0,6% de la superficie terrestre, cifra que supera toda el área agropecuaria del planeta. Además, las energías limpias y renovables no son fuentes energéticas autónomas, ya que todas necesitan de la minería y del procesamiento de determinados compuestos –como cemento, minerales, plásticos y otros materiales– para los que se precisa petróleo.
Este último es imprescindible para construir grandes molinos eólicos y para mantenerlos. Además, la tecnología usada en las energías renovables se fabrica en distintos lugares del planeta y para movilizarlas se requieren transportes dependientes del petróleo. Ciertamente, el transporte pesado, la construcción, el comercio y la industria petroquímica son actividades difíciles de sostener con energías renovables. Lo que se encuentra en el trasfondo de este debate se vincula centralmente con los altos niveles de consumo energético, sobre todo de los países llamados desarrollados, que se torna insostenible en el tiempo.
Interrogantes sobre el gas como combustible de transición
En este complejo esquema energético el gas natural se ubica en el centro del debate de la transición energética porque puede oficiar como “puente” a un sistema más limpio y sustentable, ya que emite aproximadamente 50% menos de dióxido de carbono que el carbón y 30% menos que el petróleo, estimulando la expansión de nuevos proyectos para extraer hidrocarburos offshore y en tierra firme.
Sin embargo, los discursos que promueven incluir el gas natural como una energía puente o de transición merecen ser considerados críticamente debido a distintas cuestiones, entre ellas: (i) hay que tener en cuenta que aunque el gas genera menos dióxido de carbono que los otros combustibles fósiles, emite gas metano, con mayor capacidad de concentración del calor que el dióxido de carbono, (ii) en las estimaciones por emisiones no suelen considerarse las emisiones fugitivas, producidas por accidentes en la extracción y el transporte de gas, lo que genera emisiones no contabilizadas por la industria y los organismos de energía, (iii) los procesos de quemas de rutina que tienen lugar en los campos de extracción de gas dispersan en la atmósfera una gran cantidad de GEI, (iv) la producción de combustibles fósiles ocasiona impactos territoriales de magnitud, ya que requiere la construcción de grandes infraestructuras que incluyen plataformas de extracción, caminos y gasoductos que recorren vastas distancias para transportar el recurso, y la exploración y extracción de hidrocarburos en el mar puede ocasionar alteraciones y mortandad de flora y fauna en los ecosistemas marinos, y (v) estos grandes proyectos extractivos han ocasionado importantes niveles de conflictividad territorial por el avance sobre zonas comunitarias indígenas y campesinas, así como por las consecuencias que sufren las poblaciones afectadas por esta dinámica productiva.
Aunque el gas genera menos dióxido de carbono que los otros combustibles fósiles, emite gas metano, con mayor capacidad de concentración del calor que el dióxido de carbono. Fuente: Nicol Torres, Unimedios.
Para el caso de México, por ejemplo, un informe de la Fundación Heinrich Böll afirma que, aunque la minería ocupa el primer lugar con el mayor número de conflictividad asociada con la actividad (374 hechos conflictivos reportados en 134 proyectos mineros), la producción hidrocarburífera constituye la segunda causa de disputas, mientras en tercer lugar se encuentran los conflictos por proyectos hidroeléctricos, eólicos y solares.
La construcción de infraestructura de gasoductos es la actividad que reporta el mayor número de tensiones por proyecto con respecto a las otras actividades3. En Argentina, en la Patagonia Norte, la explotación de hidrocarburos no convencionales en la formación geológica Vaca Muerta ha ocasionado desde 2012 diversas situaciones conflictivas con comunidades originarias cuyos territorios se han visto afectados por el desarrollo del fracking. Los sismos que la actividad produce, así como los significativos volúmenes de agua que requiere la técnica, impactan en las condiciones de vida de localidades cercanas a los pozos explotados. Otras actividades económicas, como la fruticultura, también han sufrido las consecuencias del despliegue de la extracción de gas y petróleo.
En suma, los caminos de las transiciones energéticas posibles no son lineales ni sencillos. El pasaje hacia fuentes consideradas limpias y renovables no resuelve por sí mismo el problema de la crisis socio-ecológica y climática ni los altos niveles de desigualdad que se aprecian globalmente entre grupos sociales respecto al acceso a la energía y las consecuencias territoriales y ambientales de su extracción. Lo consideración del gas como energía puente requiere por lo tanto de una mirada crítica para reponer su complejidad en un debate público, social e informado.
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