Más de 3560 personas se han beneficiado de un proyecto de agricultura y ganadería que ha transformado comunidades enteras de la costa del Caribe y el suroccidente del país. Asolados durante el conflicto, la paz ahora rinde sus beneficios con la reactivación económica y la reconstrucción del tejido social.
Por Greace Vanegas
Las sombras de la guerra no han detenido a José de Jesús Ibáñez, un campesino del municipio de Carmen de Bolívar, enclavado en la costa Caribe de Colombia, que ha sufrido los estragos del conflicto armado.
El hombre de mirada fija y cabello blanco, que ahora tiene 62 años, aprendió sobre la crianza y el cuidado de las abejas desde que tenía apenas 14. Fue la edad en la que tuvo que separarse de sus padres, víctimas de desplazamiento forzado, para vivir con uno de sus tíos en una población cercana, a unos 40 kilómetros de la vereda Roma, donde creció.
“Mi papá tuvo que marcharse de ahí con mis hermanos. Yo me fui con un tío que ya tenía relación con la apicultura. Él me dijo que me quedara y me regaló la primera colmena; desde ese momento empezó una relación permanente con las abejas y todo lo que tiene que ver con la parte medioambiental”, cuenta a Noticias ONU desde la misma zona de donde tuvo que huir hace casi cinco décadas.
El Carmen de Bolívar es el municipio más grande de los Montes de María, una subregión de 6,4 kilómetros cuadrados con potencial agrícola y ganadero en el norte del país, entre los departamentos de Bolívar y Sucre, que ha estado en el centro de disputas entre grupos armados ilegales por el control de las tierras y del narcotráfico.
Fernanda Luna
Las mujeres de Asoprovegua, asociación que agrupa a las productoras de dulces típicos de Palenque en San Basilio de Palenque, se preparan para iniciar su jornada de trabajo con ventas en zonas turísticas.
Más de cuarenta matanzas
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, solo entre los años 1999 y 2001, los grupos paramilitares cometieron 42 masacres que dejaron 354 víctimas fatales en esa subregión, incluida una de las más atroces en la historia de violencia en Colombia; la masacre de El Salado en la que 60 personas fueron asesinadas entre el 16 y el 21 de febrero del año 2000.
Es, además, una de las zonas del país con más civiles desplazados. “Apenas sonaba una bomba o ametralladora salíamos buscando refugio en el pueblo”, recuerda Ibáñez.
José de Jesús Ibáñez perdió al tío que ayudó a criarlo y a otros cinco familiares asesinados a manos de grupos al margen de la ley, pero las enseñanzas que recibió de niño se quedaron con él para el resto de la vida. Después de retornar a su vereda, siguió apostándole a la apicultura.
Como emprendedor de la región, formó parte de las 3560 personas que participaron en el proyecto Transformación territorial, resiliencia y sostenibilidad, una iniciativa de la Agencia Sueca de Cooperación para el Desarrollo Internacional con la cooperación técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para ofrecer acompañamiento integral a familias víctimas del conflicto armado.
El acompañamiento incluyó apoyo financiero con capacitaciones para mejorar los procesos productivos y la organización comercial de los campesinos para la reactivación económica, así como la construcción de obras de impacto comunitario, como plantas de transformación de productos lácteos y puntos venta de productos agroecológicos, entre otras.
Una apuesta integral
Beatriz Arismendi, coordinadora del proyecto, explica que se trató de una apuesta integral para transformar el territorio.
“Eso implicaba tener un trabajo en varios frentes. El proceso organizativo para que los emprendedores y emprendedoras locales se conformaran legalmente, que estuvieran registrados para poder pactar acuerdos comerciales, acercamientos a experiencias exitosas y la incorporación de buenas prácticas con enfoque de género y protección ambiental”, detalla.
La conformación de nodos, agrupados según la cercanía de los productores o la actividad que desarrollaban, también permitió la reconstrucción del tejido social.
“Familias que no se conocían o que tenían desconfianzas mutuas a raíz del conflicto hoy están absolutamente integradas, trabajando comunitariamente. Tienen una organización constituida y varios emprendimientos: apicultura, transformación de productos lácteos, ganadería sostenible, modistería, productos tradicionales”, agrega Arismendi.
La iniciativa también promovió el cultivo para el autoconsumo sumando la producción de más de 2,6 millones de toneladas de alimentos y generando oportunidades de autosuficiencia alimentaria, económica y productiva.
Ibáñez, el apicultor, destaca los esfuerzos que se hicieron para asegurar solidez y sostenibilidad en los territorios.
“No es que te entreguen un dinero para que labores, sino que te enseñan a manejar ese dinero. La transformación siempre se da por enriquecer el conocimiento. El apoyo nos permitió mejorar la calidad de vida de muchas familias”, subraya.
Fernanda Luna
Ana Herrera del centro de confección Mujeres Tejiendo El Paraíso, una iniciativa construida con el empoderamiento de las mujeres y a través de un proceso de reconciliación en el territorio.
La tecnología como herramienta
Productos como la miel, aguacates y dulces locales ahora no solo se venden a nivel local, sino por medio de una aplicación móvil que desarrolló José Félix Ibáñez, un joven ingeniero de sistemas, hijo de José de Jesús Ibáñez, para que las familias de la vereda Roma impulsaran sus negocios.
“Desarrollamos una plataforma para mostrar la trazabilidad de los productos, desde la cosecha hasta la comercialización. Así se podía ver cómo era que se producía la miel, y esto hizo que el producto se vendiera a nivel nacional”, remarca Ibáñez hijo.
“Hoy, por ejemplo, los que producen miel y queso comercializan con grandes empresas. Ese es un indicador de que el proceso productivo maduró de manera significativa para tener la calidad que una empresa como esas puede demandar”, enfatiza Arismendi, la coordinadora del proyecto.
La iniciativa de la embajada de Suecia junto a la FAO tuvo una duración cercana a cuatro años, desde el 2020 hasta la actualidad. Se desarrolló con zonas focalizadas de los departamentos de Córdoba, Bolívar, Nariño y Putumayo.
“Hemos afrontado situaciones de violencia, pero ha sido más grande el poder de querer ayudar a la gente”, puntualiza Ibáñez, el hombre que representa la resiliencia de las comunidades, que, como las abejas, han demostrado que unidas son más fuertes.
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