Por Laura Quiñones

Sobrevivientes del conflicto se convierten en guardianes forestales para proteger la biodiversidad y construir medios de vida.

«¿Qué quiero que se lleve el río? La deforestación», dice Sandra Donado, su voz compitiendo con la tormenta repentina que azota su canoa, mientras flota río abajo por el Guaviare, en el bioma Amazónico colombiano.

Este curso de agua, testigo silencioso de la turbulenta historia del municipio de Mapiripán, lo ha visto todo: el tráfico de fauna silvestre, la coca que alimentó el conflicto, las vidas perdidas que marcaron los días más oscuros y la implacable erosión de la selva a la que sigue dando vida. Ahora, Sandra espera que el río arrastre consigo el dolor del pasado y traiga una era de paz y prosperidad, tanto para su comunidad como para la naturaleza que los rodea.

Mapiripán ha estado atrapado durante mucho tiempo en un ciclo de conflicto y degradación ambiental, agravado por el cambio climático. Décadas atrás, era conocido por su comercio ilegal de pieles; más tarde, se convirtió en una región cocalera, atrayendo grupos armados que transformaron la selva en un campo de batalla. La selva, testigo muda de la guerra, fue arrasada sin contemplación.

La falsa bonanza del narcotráfico

Sandra, joven y enfrentada a la pobreza y la violencia en su pueblo natal en el norte de Colombia, llegó a Mapiripán a principios de los 2000 atraída por la promesa de prosperidad. «Hubo una bonanza económica», recuerda, «pero era por los cultivos ilícitos; no había otra manera de sobrevivir».

Pero la bonanza de la zona eventualmente se acabó. Con el tiempo, el conflicto se intensificó y el comercio de coca se redujo significativamente, dejando a la comunidad en ruinas.

«Vivíamos con prosperidad, pero en medio del conflicto», dice Sandra, su voz quebrándose al recordar lo que vivió más de una vez al tener que huir del fuego cruzado. Para 2009, la mayoría de las personas de las comunidades rurales de la región se vieron obligadas a desplazarse.

Muchos, incluida Sandra, regresaron después de la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Pero las tierras, marcadas por el conflicto y el cultivo insostenible, apenas daban sustento. Con la falta de infraestructura y el acceso limitado al mercado, agricultores como Marco Tulio López recurrieron a la ganadería para sobrevivir. Pero esto significaba talar más bosques.

Los sistemas silvopastoriles integran árboles y arbustos en las áreas de pastoreo.  Así, se aumenta el almacenamiento de carbono en los árboles y el suelo, se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero del ganado y los fertilizantes, y se forta…

© FAO/Felipe Rodriguez

Los sistemas silvopastoriles integran árboles y arbustos en las áreas de pastoreo. Así, se aumenta el almacenamiento de carbono en los árboles y el suelo, se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero del ganado y los fertilizantes, y se fortalece la resiliencia al cambio climático.

La falsa bonanza de la deforestación

«Deforestábamos 15 o 20 hectáreas con nuestras propias manos para el ganado. No para destruir la biodiversidad, sino para encontrar una forma de sobrevivir», explica.

La situación se agravó con la llegada de nuevos colonizadores que, sin ningún apego a la tierra, se apoderaron de las áreas abandonadas y deforestaron a una escala aún mayor. «No les importó arrasar con 700, 1000 hectáreas», relata Sandra con indignación. «Se metieron al centro, al ojo de la montaña, y sin respeto alguno por las cuencas de agua».

Las consecuencias de esta devastación no tardaron en manifestarse. «Fue entonces cuando empezamos a sentir el calor, a notar el cambio en el clima «, añade con preocupación.

Sandra y Marco, como muchos otros colombianos, anhelan un futuro donde la prosperidad vaya de la mano de la protección de sus bosques. Este anhelo se ha convertido en un propósito nacional, impulsando a Colombia a lograr avances significativos en la lucha contra la deforestación.

Los beneficios reales de luchar contra la deforestación

Colombia demostró que entre 2015 y 2016, las tasas de deforestación en su Bioma Amazónico disminuyeron sustancialmente, previniendo la emisión de casi siete millones de toneladas de CO2. Este éxito ayudó a la nación a obtener un Pago Basado en Resultados (PBR) de USD 28.2 millones del Fondo Verde para el Clima (GCF por sus siglas en inglés) en 2020 para implementar el proyecto REDD+ Colombia (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal) conocido en el país como GCF-Visión Amazonia.  Liderado por la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), GCF-Visión Amazonia promueve la transformación de la frontera agrícola a través del manejo sostenible en Núcleos Activos de Deforestación, como Mapiripán.

En estrecha colaboración con el gobierno colombiano y las comunidades locales, el proyecto implementado por la FAO, que se extenderá hasta 2026, teje una red de protección alrededor del invaluable bioma amazónico. A través del monitoreo forestal constante y la implementación de prácticas de manejo sostenible, GCF-Visión Amazonía no solo preserva la riqueza natural de la región, sino que también impulsa el desarrollo de las comunidades que la habitan. Pequeños agricultores, asociaciones y autoridades locales se benefician por igual de esta iniciativa, que fomenta la prosperidad económica en armonía con la naturaleza.

«Nosotros, la comunidad, ya somos conscientes del problema causado por el cambio climático. Ahora, cuando salimos al campo a trabajar, el sol es tan fuerte que ya no podemos resistir el calor. Realmente hemos comenzado a tomar conciencia de la necesidad de preservar estos tesoros que tenemos en el territorio«, dice Marco.

«Si el bosque prospera, y nosotros prosperamos, los animales también lo harán», agrega Sandra.

La deforestación libera carbono a la atmosfera, lo que contribuye al cambio climático y degrada los bosques.

© FAO/Felipe Rodriguez

La deforestación libera carbono a la atmosfera, lo que contribuye al cambio climático y degrada los bosques.

Salvando la biodiversidad

«Con este proyecto», explica Sandra Vanegas, técnica de mercados de la FAO, «estamos asegurando la conservación de los bosques mientras las familias generan recursos a través de proyectos asociativos. Estamos promoviendo huertos agroforestales donde puedan producir alimentos para su propio consumo y al tiempo conservar semillas y plantas endémicas«.

Las comunidades de Marco y Sandra ahora han aprendido sobre la agroforestería, una práctica sostenible de uso de la tierra que combina la agricultura y la silvicultura. A través de visitas educativas, han presenciado de primera mano cómo revitalizar sus suelos con fertilizantes orgánicos y cultivar sus propios alimentos.

Marco relata con entusiasmo lo que ha aprendido sobre la ganadería sostenible. «Antes no sabíamos que no necesitábamos una gran extensión de pastos para que nuestras vacas tuvieran una buena alimentación». La iniciativa, dice, les abrió los ojos a través de una serie de sesiones de capacitación. Ahora han comenzado a implementar sistemas silvopastoriles plantando árboles en sus fincas familiares.

«Nos dieron una perspectiva más amplia, ayudándonos a darnos cuenta del daño y las consecuencias de la deforestación. Fue ahí entonces cuando nosotros, como líderes, tomamos una postura más firme para proteger el bosque».

Esta nueva conciencia los llevó a formar la asociación AGROSIARE para buscar proyectos sostenibles. Por ejemplo, han estado trabajando activamente para pronto plantar y comercializar el árbol de Cacay, una especie nativa amazónica conocida por su fruto nutritivo. Gracias a capacitaciones en habilidades legales y organizativas, han fortalecido su asociación para abogar por la protección ambiental y mejorar sus medios de vida.

«La visión que tenemos», dice Marco, «es asegurar que el potencial de nuestro medio ambiente, de la selva sea protegido por nosotros mismos, los que nos encontramos en el territorio».

En un mundo que busca respuestas a la crisis climática, la FAO a través de GCF-Visión Amazonía, junto a las comunidades rurales del bioma amazónico colombiano, encienden una luz de esperanza.  Estas soluciones climáticas demuestran que un futuro sostenible donde la naturaleza y las personas prosperen en equilibrio sí es posible.

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