Sobre la plataforma de desechos de una mina de carbón a cielo abierto en Titiribí (Antioquia) creció un cañaduzal. Este proceso, que de manera natural tomaría milenios, fue posible en cuestión de meses tras aplicar técnicas sencillas y económicas –pioneras en América Latina– para convertir en un suelo nuevamente fértil los escombros inertes que dejan las excavadoras a su paso.
Laura Franco Salazar | Periodista Unimedios Sede Medellín
La profesora Edna Ivonne Leiva y uno de sus estudiantes observan la inflorescencia del cañaduzal, señal de que se debe cosechar pronto. Fotos: Laura Franco, Unimedios Medellín.
La mina se ve en el horizonte como un inmenso agujero gris que interrumpe la continuidad verde y ondulante de la cordillera. “La montaña se mueve”, dice uno de los operarios para advertir que el camino hasta la plantación de caña será distinto al de la última vez, producto de las excavaciones para extraer carbón.
El carro avanza entre colinas desgastadas hasta que el paso se estrecha tanto, que se debe continuar a pie. “La semana pasada la camioneta llegaba hasta allá”, cuenta la profesora Edna Ivonne Leiva, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien desde hace más de 2 años visita la mina con el profesor Ramiro Ramírez Pisco persiguiendo un propósito casi divino: que crezca vida en un suelo muerto.
“Para la extracción en minas a cielo abierto se debe remover varios mantos aledaños al de carbón. Por eso el paisaje cambia cada día, mueven tierra de un lado para otro lado, sacan el carbón y en hondonadas depositan los estériles. Esas vetas negras de allá, eso es el carbón”, agrega la investigadora Leiva señalando un cerro desnudo custodiado por una excavadora y un par de volquetas.
La minería de carbón es una de las actividades extractivas más contaminantes del mundo.
Obtener este mineral es una de las actividades extractivas más contaminantes del mundo: modifica la corteza terrestre, disminuye la biodiversidad, genera grandes cantidades de residuos, degrada la calidad del aire, el suelo y el agua. Su impacto es tan fuerte que, para no superar los 1,5°C de temperatura global en 2050, habría que evitar explotar el 88% de las reservas de carbón conocidas hasta la fecha.
Estos efectos se ven en Titiribí, donde el entorno se mantiene absolutamente gris hasta que, al girar a la izquierda, sobre una montaña de residuos aparece el sembrado de caña de azúcar de media hectárea y plantas de más de 3m de alto. “Esto no existe en ninguna otra parte de Colombia ni de Latinoamérica. Es el primer cultivo comestible sembrado sobre una plataforma de residuos de minería”, explica el profesor Ramírez.
Crear suelo: de millones de años a meses
El primer brote de éxito en el proyecto fue el enraizamiento de una pastura en un predio cercano, en el que los investigadores extendieron una capa de suelo hecho en laboratorio sobre la plataforma minera, pero la emoción es mucho mayor ahora porque lograron obtener un cultivo para consumo humano del que se puede obtener panela.
Este trabajo inició en los laboratorios de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Sede Medellín, donde ambos docentes con estudiantes de pregrado y posgrado han creado suelo a partir de escombros, adicionando materia orgánica y otros residuos, sobre los que han crecido pimentones, frijoles y caléndulas.
“Se llaman tecnosuelos o tecnosoles porque más del 20% de los materiales son externos. Para este caso tomamos los desechos de la mina llamados “estériles” porque no tienen capacidad combustible. Por 1 tonelada de carbón se generan 10 toneladas de estos elementos. Los trituramos a menos de 2mm, les agregamos materia orgánica, especialmente estiércol de bovinos, que aporta carga microbiana, y otro residuo que aquí llaman “afirmado”, que es rico en calcio y azufre, elementos muy importantes para las plantas”, señala el investigador.
La hazaña responde a dos situaciones problemáticas latentes en el mundo: la escasez de suelo fértil y la alta generación de residuos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), solo el 12% de la superficie de la Tierra es fácilmente cultivable, y a 2050 la erosión afectaría el 90% de los suelos.
“Debajo de nosotros hay al menos 10 m de desechos inertes, sobre los que logramos establecer una primera capa de suelo con pequeñas colonias de microorganismos. Todo esto en solo 12 meses de trabajo, aunque en condiciones naturales el suelo necesita cientos o miles de años para formar 1cm de grosor y sustentar vida”, apunta la profesora Leiva.
Caña: un cultivo popular y poderoso
Mientras atraviesa el cañaduzal apartando con fuerza las vainas y algunas hojas tostadas en el piso, el profesor Ramírez que dice entusiasmado: “hace unos días los muchachos de la mina nos enviaron la foto de una huella de mamífero. No sabemos qué era exactamente, pero esta vegetación atrae desde colibríes y roedores hasta pumas”.
Después del café, la caña de azúcar es el segundo cultivo más extendido en la zona cafetera, de la que el Suroeste Antioqueño forma parte. “La elegimos porque es un cultivo rústico, de crecimiento rápido, con altísima producción de biomasa y que no es ajeno en la región”, señala la profesora Leiva.
Insectos, aves y mamíferos ya visitan la zona revegetalizada.
Para asegurar su crecimiento, las raíces deben alcanzar al menos 25 cm y las hojas recibir bastante luz solar. “El proceso de siembra fue similar al de la caña convencional, sin sofisticaciones: trazamos las líneas, aplicamos la materia orgánica con distintos tratamientos y sembramos la caña”, narra.
Para el estudio emplearon una de las variedades de caña reina (CC 85-92) del Valle del Cauca, adquirida en el Centro de Investigación de la Caña de Azúcar de Colombia (Cenicaña), que sobre el tecnosol alcanzó niveles de concentración de sacarosa del 20 al 22%, valores considerados como altos en la zona azucarera, donde cortan cuando ya están por encima del 18%.
El riego se estableció por goteo y con Fertirriego, una solución de nutrientes disueltos en agua que se liberan a partir de tubos distribuidos en el suelo. “Evaluamos los cambios en el sustrato y vimos que en algunas zonas el pH subió mucho. Eso no era favorable. Luego entendimos que el agua de riego normal tenía un pH de 8, por lo que empezamos a tratarla antes de regarla”, detalla la profesora.
“Yo soy las dos cosas: minero y agricultor”
La mina está en el municipio de Titiribí, a dos horas y media de Medellín, sobre una de las estribaciones de la cordillera Central. Formar parte de la cuenca carbonífera de la Sinifaná, que también incluye a Venecia, Fredonia, Amagá y Angelópolis.
“Aquí somos muchos los que trabajamos en las minas, pero también hay quienes se dedican al campo. Yo, por ejemplo, soy las dos cosas: minero y agricultor”, comenta Antonio Ortiz, supervisor de la mina en operaciones a cielo abierto y habitante de la vereda El Barro, un conjunto de casas y plantaciones dispersas que se ven en la montaña de enfrente.
“Desde allá algunos vecinos ven este cuadro verde y me preguntan ‘qué es eso tan bonito en medio de ese desierto’ y yo les explico que es un proceso de recuperación de suelos y se ponen a la expectativa. Somos familias que hemos trabajado toda la vida con caña panelera y sabemos que es una actividad que genera mucho empleo. Para cortar media hectárea se necesitan por lo menos 14 personas, sin los arrieros ni el personal del trapiche”.
Los profesores esperan que el cultivo pueda proveer a los campesinos semillas mejoradas y originales. Así mismo extender el uso de la carbonilla, uno de los materiales residuales que arrojó mejores resultados para plantaciones, que contribuye al crecimiento de raíces y microorganismos, y que sería útil en zonas en las que la aplicación de fertilizantes es restringida, pues ayuda en la liberación lenta de nutrientes.
Del cultivo obtendrán de 18 a 20 toneladas de tallos molibles y de 2 a 3 toneladas de hojarasca seca, que se debe encallar para el rebrote. “Aquí hemos recibido universitarios y les hemos mostrado que la minería podría tener cierres sostenibles. Incluso hemos quebrado y probado caña, y el sabor es igual al de toda la vida”, agrega el supervisor Ortiz.
En el camino de regreso se aprecian más colores que el gris de la mina, rocas amarillas, anaranjadas y cafés, helechos que han crecido en el entorno árido y un verde encendido que se extiende imponente e inmenso en el horizonte. “Hace mucho leímos un artículo en el que una profesora muy prestigiosa hablaba sobre terraformar Marte, lo mismo que hicimos en la mina, pero en otro planeta”, cuenta el profesor Ramírez.
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