Ana Tuñas Matilla
Más de la mitad de la población mundial vive confinada en ciudades y se prevé que en sólo 25 años esta proporción se eleve a 3 de cada 4 terrícolas, lo que eleva el riesgo de que cada vez haya más personas que desconozcan la naturaleza y, por tanto, no puedan amarla y no quieran protegerla, según el antropólogo y filósofo Santiago Beruete.
«Solo protegemos y nos sacrificamos por aquello que amamos, pero no se puede amar lo que no se conoce», ha dicho a EFEVerde el autor de ensayos como ‘Jardinosofía: una historia filosófica de los jardines’, que ha advertido de que el aumento de la concentración urbana supone un reto para la necesaria transición ecológica, pues ésta conlleva renuncias y sacrificios inevitables.
En sólo 150 años
El crecimiento exponencial de la población (1.000 millones de habitantes en 1800 frente a más de 8.000 millones en la actualidad), unida a la aceleración del crecimiento urbano en los últimos 150 años de la mano de la industrialización «ha hecho que nos hayamos ido alejando de la naturaleza, que hayamos roto nuestra alianza con ella y esto es la base de muchos de los problemas psicosociales que tenemos».
«Somos naturaleza pero estamos en guerra con ella. Lo que le hacemos a la Tierra nos lo hacemos a nosotros mismos«. Sin embargo, pese a que somos muy conscientes de que no somos los dueños del planeta, «continuamos depredando los recursos y comportándonos con temeridad imprudente».
En su opinión, «hasta que no restauremos la alianza con la naturaleza y pongamos fin a la disociación entre naturaleza y cultura no podremos llamarnos sapiens (sabios). Ahora, estamos demostrando muy poca sabiduría y muy poca capacidad para entender cuál es nuestro lugar en la biosfera y encontrar una nueva manera de habitar la Tierra y de relacionarnos con sus otros habitantes es la tarea de nuestro tiempo».
Falsos mitos
Para Beruete, si hemos llegado a esta situación ha sido por la imposición de «falsos mitos vitales» que debemos cambiar: el mito del crecimiento ilimitado en un planeta limitado, el mito de la centralidad humana (creer que el ser humano es el ser superior que tiene a su servicio a toda la naturaleza) y la fe en un progreso basado en ese crecimiento material ilimitado.
Para mantenerlos vigentes, el ser humano ha «falseando la contabilidad de ese progreso» excluyendo de la factura los costes ecológicos y «ahora que estamos tropezando con los límites biofísicos del planeta y vemos que ya no podemos ir más allá, esos mitos están perdiendo su credibilidad y poder de fascinación».
Estamos en un momento muy crítico en el que debemos restaurar la fe en el progreso de la humanidad sobre la base de nuevos mitos diferentes a los que nos han llevado a la actual situación y que si se mantienen nos llevarán al colapso, ha advertido.
«Los cimientos sobre los que hemos construido nuestra sociedad tecnocapitalista se están resquebrajando. Esos relatos que moldearon nuestra visión del mundo ya no son convincentes; es más, amenazan nuestra continuidad», según Beruete, que ha insistido en la necesidad de que el ser humano asuma que forma parte de la biosfera y que depende de ella para sobrevivir.
Para ello, ha apuntado, no queda más remedio que cambiar prioridades vitales y resignificar conceptos: ¿qué significa prosperidad? ¿qué significa bienestar? ¿qué significa riqueza?, y huir del pensamiento de que el progreso es algo solamente material y no espiritual.
Ese cambio, ha advertido, no llegará si no se logra conmover a los ciudadanos, «tocar la fibra emocional y moral», y para eso se necesitan nuevos mitos que siembren en el imaginario colectivo la semilla de una cosmovisión «biocéntrica» que celebre una relación con el planeta alejada del consumismo desenfrenado.
El arte, aliado esencial
Esos mitos deben dar también sentido a las renuncias que habrá que hacer para transicionar de la actual civilización de los hidrocarburos a la civilización de «la inteligencia ecológica», según Beruete, que ha subrayado el papel fundamental del arte en la construcción de ese nuevo imaginario.
«Estoy hablando del arte en un sentido amplio: literatura, artes plásticas, cine… Todas tienen que construir una nueva narrativa, un nuevo relato que asiente unos valores y principios que permitan regenerar nuestra sociedad y hacer asumible la transición».
Y esto es así porque el arte, ha subrayado, es una de las pocas cosas que tiene la capacidad de hacer «fotosintaxis», es decir, de convertir imágenes, palabras o símbolos en «emociones convocantes» que lleven a «hechos significativos».
«No son las buenas razones ni lo malos datos los que nos mueven a actuar, sino las emociones, debemos tenerlo muy presente (…) Debemos redefinir a qué llamamos bienestar o, incluso, a qué llamamos felicidad» y ahí es donde el arte tiene una gran responsabilidad.
Crecer hacia dentro
Su papel, impulsar la sustitución de la lógica de la acumulación y el máximo beneficio que preside el actual sistema económico por la lógica del mínimo impacto ambiental y de la satisfacción personal. «Decrecer materialmente puede significar crecer espiritualmente o menos riqueza puede significar más bienestar personal«, según Beruete.
El camino hacia un mundo mejor pasa por entender que la mejor y la única forma sostenible de crecer es hacia adentro, por entender que menos consumo significa más libertad. Que este mensaje cale en la población «no se puede hacer sin la complicidad de las artes, que tienen la capacidad de movilizar las emociones», ha insistido.
«Nos engañamos pensando que la tecnología es la respuesta a la gran pregunta filosófica de cómo vivir de la mejor manera posible. Estoy convencido de que si no incorporamos a nuestro código de conducta valores que forman parte de la tradición filosófica, como moderación, prudencia, veracidad o espíritu crítico no vamos a poder avanzar» hacia ese mundo mejor. EFEverde
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