El partido fue dominado en la primera parte, luego el gol de Solet y el sufrimiento al final, pero el Inter sumó tres puntos muy importantes.

El sol y la luz, el cielo azul, los focos apagados. La primavera es negra y azul y toca a San Siro en un día maravilloso, de esos en los que no se puede estar en otro sitio que no sea ahí, en las gradas del Meazza empujando a este equipo hacia adelante. El Inter llevaba 19 días desaparecido. Y así, casi 72 mil aficionados empujaron sin descanso a los chicos de Inzaghi en esta otra prueba exigente, la primera de una serie larguísima, intensa y sin respiro. El Inter es como el cielo de Milán: brillante en la primera mitad, más oscuro en la segunda. Pero las luces nunca se apagan. Ni siquiera al final de una recuperación sin aliento, en un partido que empezó muy bien y estuvo a punto de dar un giro a peor. Hay unas manos benditas en estos tres puntos: las de Yann Sommer que, tras los goles en la primera parte de Marko Arnautovic y Davide Frattesi, selló literalmente la victoria. Dos paradas para el recuerdo, primero a Lucca y después a Solet (autor del 2-1) en plena recuperación. Carga y nerviosismo en el final eléctrico del partido que transformó San Siro en un estadio de fuego. El coro que literalmente llevó al equipo hasta el pitido final fue escalofriante. El 2-1 ahí, impreso en el marcador, entre las notas de un estadio nunca domesticado, y la clasificación que dice: Inter a 67 puntos después de 30 jornadas.

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