Pese a la falta de mediciones del efecto que el uso de la bicicleta tiene en la calidad del aire, un estudio de la Federación Europea de Ciclistas (ECF, su sigla en inglés) analizó cinco ciudades que han implementado políticas para estimularlo.

Se trata de Amberes (Bélgica), Salónica (Grecia), Sevilla, (España), Nantes, (Francia) y Londres (Inglaterra), las cuales enviaron representantes a la Semana Europea de la Movilidad con propuestas innovadoras para reducir el uso de vehículos, que emiten óxidos de nitrógeno (NOx) y material particulado (PM).

Cada ciudad tiene un modelo distinto: Amberes, con 510.600 habitantes, aumentó la participación de viajes en cicla del 16 % al 23 %, entre el 2000 y el 2010, tras construir 100 kilómetros de ciclorrutas. Y desde el 2011 implementaron un sistema público de bicicletas. También reforzaron el transporte público, gestionaron el parqueo, promovieron tecnologías limpias en motores y aumentaron el impuesto vehicular.

Por su parte, Londres, la ciudad más grande de la muestra, comparable con Bogotá, tiene una población de 8,4 millones de personas. Sus más de 3 millones de automotores hacen el 31,9 % de los viajes en la ciudad, mientras que la cicla solo llega a 4,3 %.

Aunque sus iniciativas para reducir emisiones han sido insuficientes para cumplir con los estándares de la Comisión Europea, se han esforzado: tienen un sistema público de bicicletas, invertirán 1.100 millones de euros en este modo de transporte y además cuentan con zonas de bajas emisiones y de cobros por congestión, entre otras medidas.

Nantes, cuya población asciende a los 873.000 habitantes, tiene casi 500.000 vehículos, que hacen el 63 % de los viajes, mientras que solo el 4,5 % se hacen a pedal (aumentó desde el 2008, cuando apenas era el 2 % de los recorridos).

Tienen una red de 373 kilómetros de vías para ciclas y desde el 2008 implementaron un sistema de ciclas públicas.

Asimismo, incentivan el uso del carro compartido, limitan la velocidad en varias vías, tienen integración con el transporte público y han promovido las tecnologías limpias.

En Sevilla, donde hay 703.000 habitantes, el 7 % de los desplazamientos se hacían en bicicleta para el 2012, gracias a la construcción de 110 kilómetros de bicicarriles y a sus bicicletas públicas, que se han sumado a otras medidas para desestimular el uso del carro particular.

Y en Salónica, donde hay apenas 322.240 habitantes, el 55 % de los viajes se hacen en carro, el 25 % en transporte público y el 10 %, en cicla.

También tienen un sistema de bicicletas, aunque sus inversiones futuras están concentradas en la construcción de un metro subterráneo.

Si bien el impacto de la bici en la calidad del aire no ha sido medido, sí tienden a la reducción de emisiones. No obstante, mediante un modelo matemático llamado Daly, proyectaron su efecto en la salud en tres escenarios: el actual, otro en el que se aumente el uso de la cicla en 23 % y un último escenario en el que además se limita la circulación de vehículos en dos vías principales de cada ciudad.

Los resultados son alentadores: en Amberes, con la primera opción, habría 836 incapacidades médicas al año por cada 10.000 habitantes por enfermedades respiratorias, pero en los escenarios 2 y 3, se reducirían a 786.

En Londres, pasarían de 1.478 a 1.471 con el escenario 2 y a 1.438 con el escenario 3. Y en Tesalónica se pasaría de 1.442, a 1.438 en ambos escenarios.

Medidas desintoxicantes

Uno de los planes más efectivos son los sistemas públicos de ciclas en puntos estratégicos de la ciudad. En urbes como Barcelona, Berlín, Londres y Lyon, entre otras, esto llevó a un incremento de entre 4 % y 10 % de su uso.

Esto debe estar atado a la construcción de carriles segregados y cicloparqueaderos, que aumenten la seguridad.

Nada de lo anterior servirá si no se integra el transporte público y si los buses y metros no tienen alternativa para llevar las ciclas a bordo para cubrir mayores distancias. Las campañas y mecanismos de información también son claves.

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