Reciclar es ayudar a mantener el medio ambiente lo mejor posible. Echar en un cubo los residuos orgánicos, en otro los envases, en un tercero el papel y, por último, en el cuarto el vidrio, hace que los desperdicios sean tratados de una manera más correcta y reutilizados. Y no solo eso, sino que los dispositivos tecnológicos también hay que reciclarlos.

Cada vez nos rodeamos de más tecnología. Si echas un vistazo a tu alrededor hora mismo, seguro que puedes ver, como poco, un teléfono móvil, pero si estás en casa puede que también tengas a tiro de vista un ordenador (o varios), un equipo de sonido o una televisión, por no hablar de que en cualquier parte podemos encontrarnos con tabletas, libros electrónicos, relojes inteligentes y un sinfín más de dispositivos.

Este tipo de aparatos, en general, nos hacen la vida más sencilla y/o amena hasta el punto de que se han convertido imprescindibles en la vida diaria. Pero hay un problema y es su obsolescencia, su capacidad para quedarse anticuados o inservibles cada poco tiempo, lo que nos obliga a deshacernos de ellos para poder reemplazarlos cuanto antes.

¿POR QUÉ HAY QUE RECICLAR?

Según un informe reciente del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PSUMA), en el mundo se originan entre 40 y 50 millones de toneladas de basura electrónica al año. Además, el volumen de la chatarra electrónica está creciendo entre un 16 y 28 por ciento cada cinco años, el triple que los desechos generados en los hogares.

En España, las familias consumen más de 550 millones de kilogramos al año en forma de productos eléctricos y electrónicos, según datos de la fundación para la recuperación y el reciclaje Ecolec. De esa cifra, deberían poder reciclarse más de 350 millones de kilos, pero los datos no se cumplen.

Si se une esta información a la ya conocida por todos sobre que los aparatos eléctricos y electrónicos son muy contaminantes – debido a que muchos contienen fósforo, mercurio, cadmio o bromo –, estamos delante de un problema bastante gordo para el medio ambiente. Tenemos mucha basura a la que hay que dar algún tipo de salida más sostenible.

El reciclaje de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) implica justamente eso, poner una solución al problema. Si, por ejemplo, tiras un teléfono móvil que ya no usas a la basura normal de casa, estás juntando metales contaminantes, el plástico de la carcasa, componentes de cobre, oro, aluminio o plata que puedan tener los cables del teléfono y baterías de litio, entre otras cosas, con residuos orgánicos. Error.

Reciclando, además de evitar parte de la contaminación porque los componentes se utilizan para otros fines, se ahorra tener que fabricarlos de nuevo, lo cual también es de agradecer, sobretodo económicamente. Cuantos menos componentes químicos se manipulen para dar lugar a nuevos objetos, sea una pantalla, una batería o un cable, mejor para el medio ambiente – y también para los seres humanos que están en contacto con dichos elementos –.

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