La historia de la humanidad está marcada por las luchas constantes por los derechos a una vida en libertad, justa, fraterna, con equidad social, de género, de razas, de edad, basada en la reciprocidad, una vida sana, generosa, comunitaria, respetuosa y en armonía con los ciclos de la Naturaleza y el Cosmos, ya que estos son los reguladores de las estaciones que nos permiten seguir existiendo, a nosotros como especie y a todas las demás especies que comparten con nosotros esta misma Madre Común, la Madre Tierra.
Estas luchas se han debido, se deben y probablemente se deberán siempre a lo que podría resumirse en la contradicción entre quienes proponemos un modelo de “Buen Vivir”, frente a quienes detentan los poderes para mantener un estatus quo basado en la dominación, la inequidad racial, sexual, generacional y social, el individualismo y la competencia, la explotación, tanto de la Naturaleza como de los demás seres humanos, y la ignorancia y el desprecio por todas las formas de vida no humanas y los ciclos de la vida.
En el siglo XX comenzaron a aparecer aquí y allá, los primeros defensores de los animales, de los ríos, de los mares, de los bosques, de las montañas, de las semillas nativas, de los territorios naturales y los sitios sagrados, de la biodiversidad, de las energías no contaminantes ni peligrosas como las nucleares, y que paralelamente comenzaron a crear espacios de protección, de resilencia, de sustentabilidad, implementando nuevas ecotécnias, aprendiendo y recuperando las formas de producción, de toma de decisión, de educación y salud y las prácticas espirituales de las culturas originales y emergentes, buscando restablecer una relación armoniosa con la Madre Tierra y sus ciclos vitales.
Y hoy en día, este proceso nos está llevando a comprender que sin una legislación que tome en cuenta los Derechos de la Naturaleza, nuestra misma sobrevivencia como especie está en peligro de extinguirse, y es por eso que estamos siguiendo el ejemplo de los pueblos andinos, especialmente en Ecuador y Bolivia, y ahora incluso en la Ciudad de México, que nos están marcando la pauta para retomar los principios del Buen Vivir, o el Sumak Kausay, y actualizarlos al complejo mundo contemporáneo en el que vivimos para modificar el modelo de “desarrollo ciego” y de “progreso ilimitado” que está acabando con todos los elementos naturales y la biodiversidad cultural, para poder pensar en dejar un camino posible para las siguientes generaciones.
Por eso como “Derechos de la Madre Tierra – México” invitamos a todos los ambientalistas, ecologistas, artivistas y defensores de la Naturaleza, ecoaldeanos, permacultores, biorregionalistas, ecofeministas, eco caravaneros, científicos, políticos y empresarios con consciencia, a las comunidades tradicionales y los pueblos y ecobarrios en transición a reflexionar profundamente sobre este tema, y a sumarse en las campañas y acciones locales, nacionales y globales, y a unirse a quienes estamos en estos momentos luchando por una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra.
Coyote Alberto Ruz