Judith Domínguez (El Colegio de México).- En medio de la algarabía por la cercana inauguración del Canal de Panamá Ampliado, calificada como una de las maravillas de la ingeniería del mundo moderno, tuvo lugar en Panamá la reflexión sobre el vínculo Agua y Energía y las implicaciones para la región latinoamericana, entre agentes públicos, privados, académicos, bancos y organizaciones internacionales de la región.
Las realidades son diversas, México con su gran reforma energética, a la que apostó el futuro del país y que no ha resultado tan magnífica como se esperaba; Centroamérica con la dependencia energética externa (Documento marco sobre Energía del BID, 2016) y con la ilusión de la integración centroamericana a través del Sistema de Interconexión Eléctrica de los Países de América Central (SIEPAC) que une a Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Panamá con una línea de transmisión eléctrica de 1,790 Kilómetros de longitud de 230 Kv y 28 bahías de acceso en 15 subestaciones para consolidar el mercado eléctrico regional; región que además cuenta con más de cien proyectos de generación de energía limpia en el mercado de emisiones europeo, en su mayoría hidroeléctricos, a través del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kyoto (MDL) y por el cual consigue cierta transferencia tecnológica que sin embargo, no termina de impactar positivamente en las condiciones de la región; y finalmente los países de Sudamérica a los que sobra energía o al menos potencial.
En este escenario Latinoamérica se debate entre los conflictos por grandes proyectos hidroeléctricos y la construcción de grandes presas y las experiencias positivas de cooperación como Itaipú Binacional, la mayor hidroeléctrica del mundo en producción de energía. La experiencia muestra que si estos proyectos no reparten los beneficios y por el contrario se concentran en unas cuantas manos por muy necesario o atinado que sea el proyecto encuentra resistencia social; las compensaciones económicas, sociales y ambientales son necesarias y no termina de entenderse; es lo que ha contribuido al éxito del proyecto construido por Paraguay y Brasil que, aun cuando alteró el cauce del Río Paraná para la construcción de la gran represa, hoy en día es un proyecto que ha beneficiado al medio ambiente, a la población y a los dos países, y por tanto, aceptado socialmente. Duplica la capacidad de Brasil de generar energía que ahora es compartida y que financia una gran diversidad de proyectos sociales, educativos, ambientales e incluso de generación de información con la reciente creación del Centro de Hidroinformática Categoría II de la UNESCO.