17 de agosto de 2016, Roma – Los vertidos de petróleo atraen la atención de la opinión pública y generan preocupación, pero los «vertidos biológicos» suponen una amenaza mayor a largo plazo y no tienen tanta repercusión.
Un hongo exótico acabó con miles de millones de castaños americanos a comienzos del siglo XX, alterando drásticamente el paisaje y el ecosistema, mientras que hoy el barrenador esmeralda del fresno -otra plaga que se propagó hacia nuevos hábitats a través de las rutas del comercio mundial- representa una amenaza similar para un árbol valioso, utilizado durante siglos para fabricar mangos de herramientas, guitarras y mobiliario de oficina.
Pero quizás el mayor «vertido biológico» de todos los tiempos se produjo cuando un microorganismo eucariota, similar a un hongo y llamado phytophthora infestans -el nombre proviene del griego y significa «destructor de plantas»- zarpó desde América a Bélgica. A los pocos meses llegó a Irlanda, desencadenando una plaga de la papa que provocó una mortífera hambruna y una migración masiva de la población.
No son los únicos casos. Un pariente del sapo gigante -especie tóxica que prolifera en Australia-, desembarcó recientemente de un contenedor que transportaba mercancías a Madagascar, un paraíso de la biodiversidad. La capacidad de las hembras para poner hasta 40 000 huevos al año le convierten en una amenaza catastrófica para las aves y lémures locales, al tiempo que pone en peligro el hábitat de una gran cantidad de animales y plantas. En Roma, las autoridades municipales están intensificando su campaña anual contra el mosquito tigre, una especie invasora que llegó por barco a Albania en los años 70. El Aedes albopictus, conocido por sus agresivas picaduras, prolifera actualmente en Italia y el calentamiento global facilitará que colonice zonas de Europa septentrional.
Éste es el motivo por el cual los países del mundo se unieron hace más de seis decenios para aprobar la Convención Internacional de Protección Fitosanitaria (CIPF) con el objetivo de ayudar a detener la propagación de plagas y enfermedades de las plantas a través del comercio internacional trasfronterizo, y de proteger a agricultores, silvicultores, la biodiversidad, el medio ambiente y los consumidores.
«Las pérdidas de cosechas y los costes que generan las plagas exóticas para combatirlas gravan fuertemente la producción de alimentos, fibras y forraje», sostiene Craig Fedchock, coordinador de la Secretaría de la CIPF en la FAO. «En conjunto -explica- las moscas de la fruta, los escarabajos, los hongos y sus parientes reducen los rendimientos de los cultivos mundiales entre un 20 y un 40 por ciento».
El comercio es el vector, los contenedores el vehículo
Las especies invasoras llegan a nuevos hábitats por diversas vías, pero la principal es el transporte marítimo.
Y hoy en día este tipo de transporte conlleva la utilización de contenedores. En todo el mundo, se realizan unos 527 millones de desplazamientos de contenedores marítimos cada año: China mueve por sí sola más de 133 millones de contenedores al año. No sólo la mercancía puede actuar como un vector para la propagación de especies exóticas capaces de causar estragos ecológicos y agrícolas, sino también los propios componentes de acero de los contenedores.
Por ejemplo, un análisis de 116 701 contenedores para el transporte marítimo vacíos que llegaron a Nueva Zelanda en los últimos cinco años reveló que uno de cada diez estaba contaminado exteriormente, el doble de la tasa de contaminación interior. Entre las plagas encontradas: la oruga lagarta, el caracol gigante africano, las hormigas argentinas y el chinche apestoso marrón marmolado. Todas ellas amenazan los cultivos, los bosques y los entornos urbanos. Por su parte, los residuos del suelo pueden contener semillas de plantas invasoras, nematodos y fitopatógenos.
«Los registros de inspección en Estados Unidos, Australia, China y Nueva Zelanda indican que miles de organismos de una amplia variedad de taxones están siendo transportados involuntariamente en los contenedores marítimos» afirmó recientemente Eckehard Brockerhoff, científico del Instituto de Investigación Forestal de Nueva Zelanda y responsable principal del citado estudio, en una reunión en la FAO de la Comisión de Medidas Fitosanitarias (CMF), el órgano rector de la CIPF.
Los chinches apestosos y la cadena de suministro
El daño causado va mucho más allá de problemas relacionados con la agricultura y la salud humana. Las especies invasoras pueden obstruir los cauces fluviales y detener las centrales eléctricas. Las invasiones biológicas causan daños por valor de un cinco por ciento de la actividad económica mundial anual, equivalente a un decenio de desastres naturales, según un estudio. El impacto económico de otras consecuencias más difíciles de cuantificar podría duplicar dicho valor, según Brockerhoff.
Hoy en día, en torno al 90 por ciento del comercio mundial se transporta por mar, con una amplia variedad de alternativas logísticas, dificultando así un acuerdo sobre un método común de inspección. El año pasado, unos 12 millones de contenedores entraron en los EEUU, utilizando al menos 77 puertos de entrada.
Además, muchos cargamentos se transportan rápidamente hacia desde los puertos para entrar a tiempo en las cadenas de suministro. Así es como el temido chinche apestoso marrón marmolado -que destruye velozmente frutas y cultivos de alto valor- comenzó su gira europea hace unos años en Zurich. Para los viajes largos, este insecto prefiere acomodarse en los recovecos y las grietas del acero de los contenedores, y una vez asentado en su destino, suele crear nichos de hibernación en el interior de las viviendas.
Nueva Zelanda -que depende en gran medida de las exportaciones agrícolas-, ha establecido un sistema vanguardista de bioseguridad e higiene de los contenedores en su intento de impedir la entrada de especies invasoras. Se basa en una alianza con la industria del transporte marítimo y en inspecciones en numerosos puertos del Pacífico, y ofrece el incentivo económico de un menor número de inspecciones a la llegada para quienes cumplan la normativa. Los índices de contaminación de los contenedores eran superiores al 50 por ciento antes de que se adoptara este sistema hace diez años.
Diseño de un plan de acción fitosanitario
El año pasado la Comisión de Medidas Fitosanitarias aprobó una recomendación animando a las organizaciones nacionales de protección fitosanitaria a reconocer y comunicar los riesgos asociados a los contenedores marítimos, y a contribuir a la aplicación de las secciones relacionadas del Código de prácticas para la arrumazón de las unidades de transporte de las Naciones Unidas (Código CTU, por sus siglas en inglés), una guía no reglamentaria para la industria.
Esto permitiría a las partes interesadas implementar un sistema para hacer frente a estas amenazas sin perjudicar a los engranajes del comercio, con grúas automatizadas capaces de cargar y descargar hoy en día contenedores en 20 segundos en un puerto de tamaño medio como el de Hamburgo, que mueve una cuarta parte del volumen del puerto de Shanghái.
Si bien se necesita más tiempo, parece que existe unanimidad sobre la trascendencia de los riesgos y la necesidad de tomar medidas. Por ahora, se está a la espera de acontecimientos, mientras las partes interesadas dan un margen de tiempo a las medidas iniciales voluntarias, a un uso más generalizado de mejores prácticas o a una aplicación más diligente de los procedimientos existentes: en función del éxito de estas medidas la Comisión se replanteará el posible desarrollo de una norma internacional en el futuro.