AUGUSTA, Ga. — Eight p.m. The day’s last. Sergio Garcia, back on the 18th green for the third time in less than an hour. This time, in a wooden high back chair with a green cushion. The winner’s throne. Stewart Hagestad, accepting the trophy as low amateur, with the grace the is supposed to typify the game, turned to Garcia, who is 37, and said, «You were my hero growing up.» The new winner—finally getting his first major championship—grinned like a man who knew that the rest of his life was now going to be a lot easier.
We’ve watched him grow up, or many of us have. In 1999, Garcia was the low amateur here. Another Spaniard, Jose Maria Olazabal, won that year, the second of his two Masters titles. Olazabal followed Seve Ballesteros, another Spaniard, who won his two green jackets in 1980 and 1983. Those two men were Garcia’s heroes when he was growing up. Its’ an extraordinary thing. The Masters has been played 81 times. Five times it has now been one by Spanish golfers. Spanish golfing artistes, who play the game in a way that is absolutely mesmerizing.
Garcia, aided and abetted by the man with whom he dueled all through the afternoon and early evening , Englishman Justin Rose, gave the game and the tournament a tremendous, needed lift on Sunday. Too many important events have been marred by rules controversies in the past year. The Tiger Woods Injury Saga is long and incredibly boring. The endless effort to turn this great, confounding, complicated game into a paint-by-numbers exercise has threatened to turn it into a science it has never truly been and was never meant to be. Yes, Garcia knows his launch angle and her certainly knows precisely how far he hits every club. But, in good times and in his many bad ones, he plays with heart and he tells the truth afterward.
Durante 19 hoyos que serán recordados siempre, Sergio García y Justin Rose convirtieron la última ronda del Masters en un cuerpo a cuerpo sin piedad que solo se resolvió en el último golpe, en el último green. La pelea de los dos europeos de la quinta del 80, el español y el inglés, engrandeció uno de los Masters más igualados de los últimos tiempos: solo un jugador con la calidad de los dos que vieron alargarse las sombras interminables sobre el Augusta National Golf Club el domingo podía haber sido capaz de imponerse. Cualquier rendija mínima que dejara abierta uno de ellos, un putt dubitativo, un chip torcido, lo aprovechaba el otro sin dudar, matador. Golpe por golpe, birdie por birdie, hasta quedar sin aliento. Nada se regalaba, nada podía darse por supuesto. Ninguno se arrugó. Después de cada error volvían más decididos. Después de cada acierto, se preparaban para no fallar.
MÁS INFORMACIÓN
Sergio García gana el Masters de Augusta e ingresa en la corte de los más grandes Augusta no es tan verde
Augusta le declara su amor a Sergio García
La irresistible huella de Seve en Augusta
No puede haber mejor forma de demostrar sus méritos para ganarse su primera chaqueta verde, para entrar en la corte de los grandes, que doblegar en un pulso de proporciones épicas, un duelo al sol sin final, al rival más duro, en el campo más complicado. Como le habría gustado a Seve, ganador de la chaqueta verde en 1980 y 1983, como aplaudió Olazabal (Masters de 1994 y 1999), Sergio García, de 37 años, entró en la corte de los grandes a lo grande.
CLASIFICACIÓN FINAL
1. Sergio García (-9).
Ganador en el desempate.
2. Justin Rose (-9).
3. Charl Schwartzel (-6).
4. Matt Kuchar (-5), Thomas Pieters (-5).
6. Paul Casey (-4).
7. Kevin Chappell (-3), Rory McIlroy (-3).
9. Ryan Moore (-2), Adam Scott (-2).
11. Russell Henley (-1), Brooks Koepka (-1), Hideki Matsuyama (-1), Rickie Fowler (-1) Jordan Spieth (-1).
16. Martyn Kaymer (0), Steve Stricker (0), Jordan Spieth (0).
27. Jon Rahm (+3).
La victoria no se decidió en el green del 18, donde ambos fallaron su putt, un golpecito que habría decidido la contienda. Dos hierros geniales de ambos. La bola de Rose dio un golpe afortunado en el borde del green y se quedó a dos metros de la bandera; respondió el español con su mejor wedge del día: la bola limpia voló alta, cayó lenta y rodó como atraída por un imán hacia la bandera: se quedó a metro y medio. Augusta, decían los viejos, se gana metiendo un putt de dos metros cuesta abajo. El último golpe. A su lado los 278 que habían dado ambos para llegar allí eran recuerdo. Los 71 hoyos anteriores, pasado. A eso se redujo el torneo para ambos. Tenían tantas ganas de seguir dándose duro que ambos lo fallaron. En el regreso al 18 en el playoff, el suspense no duró. Rose se fue a los pinos de la derecha, necesitó dos golpes más para llegar a green y falló un putt largo que le habría dado un mínimo de esperanza. García lo jugó como nunca. La gloria, la grandeza, le esperaban allí, en aquel green que tanas veces le había traicionado. Cerró con birdie, con clase, con estilo. Con grandeza.
Sergio García comenzó jugando como si vistiera esmoquin. Tan elegante, imaginativo, creativo y genial era su juego, como si no exigiera sudor el esfuerzo, como si ante golpe un complicado con su hierrito en la mano, Sergio García que parecía dictado por Seve. Los greens de Augusta en todo su esplendor, duras montañas resbaladizas que no dejaban asentarse ninguna bola donde querían dejarla los demás, se plegaban a los deseos de su wedge, que parecía una varita mágica capaz de dibujar nuevas trayectorias, curvas, órbitas en la geometría trazada en la hierba. Dos birdies en los tres primeros hoyos, dos golpes de recuperación geniales en el dos y en el cinco hicieron creer a más de uno que el viejo dicho que de que el Masters comienza en el décimo hoyo de la última ronda estaba demasiado sobrevalorado.
Terminado el quinto hoyo, donde Rose cometió bogey, los dos norteamericanos fabulosos que actuaron de teloneros y coristas, Jordan Spieth y Ricky Fowler, habían desparecido de la contienda, incapaces de soportar el ritmo de los grandes. En ese momento, el marcador era claro: García, -8; Rose, -5. En otro torneo, en otro campo, al español le habría bastado con mantenerse regular y forzar a su rival a jugar agresivo para cometer errores, y así llegar. Otro torneo, otro campo, no es un grande, el grande más deseado, no es un Masters. El frac lo recogió Rose: tres birdies seguidos del sexto al octavo. Empate a -8 a falta de nueve hoyos. Tras las escaramuzas, en el décimo, efectivamente, los clásicos nunca yerran, comenzó el Masters.
Los dos jugadores se pusieron ya el mono de trabajo, sudaron, resoplaron, y comenzó el verdadero intercambio de golpes. Los dos primeros los regaló García, con bogeys en el 10 y en el 11. A falta de siete hoyos, Rose ganaba por dos golpes. El 13, como la víspera, las azaleas tan simbólicas y amorosas, cambió el partido. Pese a una penalización por dropaje, el de Castellón salvó el par. Anonadado, Rose falló un putt de birdie que habría matado el partido y dejó la puerta abierta al regreso espectacular de García: birdie al 14, eagle fantástico, casi un albatros a lo Sarazen en el 15, y de nuevo un golpe menos. Rose le devolvió la genialidad en el 16º. Con un birdie recuperó la ventaja, pero la perdió en el 17 con un bogey. Sin tregua, sin respiro, Sergio García ganó dos hoyos más tarde, 18 años después de su primer viaje a Augusta, su primera chaqueta verde, su primer grande.
felpáis.com