Que el cambio climático está cambiando cada vez más las condiciones de la Tierra es ya una sentencia irrefutable. En los últimos años, según concluye un estudio publicado en la revista Science, la redistribución de las especies, tanto de fauna como de flora, está cambiando alrededor del mundo. Un fenómeno que no sólo ha desplazado a varios especímenes, desde los grandes mamíferos hasta los microbios, sino que está afectando a los alimentos humanos, a las empresas que se basan en estos y, de paso, está despertando una nueva lógica detrás de las enfermedades.
Probablemente, afirma el estudio, los primeros en responder a las nuevas condiciones climáticas fueron los arbustos. Hacia el siglo XIX, la mayoría de los arbustos de Alaska, en Estados Unidos, no alcanzaban a crecer más de 1 metro. No obstante, debido a que la temperatura empezó a aumentar como consecuencia de prácticas como la quema de combustibles fósiles y el exceso de emisiones de gases efecto invernadero, las estaciones en las que estas especies crecen se alargaron y hoy se pueden encontrar arbustos que alcanzan casi los dos metros.
Como en un efecto domino, a su vez, esto generó que los alces, llamados por una vegetación más alta, se movieran por corredores que antes no los atraían. Y después, siguiendo los pasos de los alces, llegaron las liebres. ¿El problema? Los cazadores indígenas de la región, quienes subsisten de estos dos animales, han tenido más dificultades para poder cazar, pues la zona donde se distribuyen sus presas ahora es más amplia.
Pero estos cambios de distribución no sólo se han visto en grandes especies, sino en enfermedades. La malaria, por ejemplo, está empezando a ser identificada en zona de montaña, tanto en Colombia como en Etiopía, mientras la leishmaniasis, conocida por ser una enfermedad tropical, está empezando a subir hasta llegar hasta el norte de Texas, ya que las moscas que alojan esté parásito ahora encontraron un hábitat adecuado en nuevas zonas.