– Dieciocho premios nacionales de ciencia urgieron a frenar la sobreextracción de agua en las cuatro regiones que cubre el desierto de Atacama, en el norte de Chile, porque el problema amenaza el futuro de 1,5 millones de personas.
En su Acta de Tarapacá, una de las regiones afectadas, los científicos piden que el agua de esa zona se trate como un recurso no renovable porque las empresas mineras, las actividades agrícolas y las grandes urbes consumen reservas de recargas subterráneas que datan de más de 10.000 años y que no se reponen con igual velocidad.
Según los expertos, las actuales cifras de extracción de agua para la minería, la agricultura, las industrias y las ciudades “no son sostenibles”.
Chile es el principal exportador mundial de cobre y una potencia en exportación hortofrutícola, dos sectores intensivos en el consumo de agua.
En la pequeña escuela rural El Llanito de Punitaqui, a 400 kilómetros al norte de Santiago, la profesora Marleny Rodríguez y sus cuatro únicos alumnos, instalaron canaletas para acopiar el agua lluvia en un estanque de 320 litros de capacidad con el fin de regar una huerta donde cosechan diferentes vegetales.
“Los niños están felices. Me dicen que estábamos perdiendo un recurso vital que teníamos a mano y no habíamos sabido aprovechar. Ellos replicaron en sus casas lo aprendido en la escuela”, contó Rodríguez a IPS.
Son dos niñas y dos niños, de entre 10 y seis años, tres de ellos hermanos, en una zona de tierras ancestrales del pueblo atacameño.
“Tenemos un ciclo que dura todo el año. Lo que cosechamos lo cocinamos en el taller de cocina donde hacemos recetas saludables. Luego las consumimos en la escuela”, contó la maestra al explicar el proceso en el centro del municipio de Punitaqui, cerca de Ovalle, la capital de la región de Coquimbo, la frontera sur del desierto.
“Los niños ayudan a sembrar, limpiar la huerta, cosechar, regar. Tenemos un taller científico para cosechar las aguas grises con las cuales regamos una compostera de residuos orgánicos y otros materiales como hojas, ramas y huano”, relató.
Calogero Santoro, arqueólogo e impulsor del Acta de Tarapacá, entregada el 29 de junio al gobierno del presidente Sebastián Piñera, cree que los ciudadanos y las grandes empresas no tienen la misma conciencia que estos niños sobre la escasez de agua.
“La empresa privada no ve que esto sea una necesidad, porque no hay problemas. Al contrario, todo el sistema chileno está hecho para que los empresarios funcionen lo mejor posible, pero el problema está a la vuelta de la esquina. Es el Estado chileno el que invierte en la investigación científica y tecnológica”, aseveró en dialogo con IPS.
El manifiesto de los científicos propone generar conciencia sobre la gravedad de la falta de agua, investigar el tema a fondo para acotarlo e invertir en tecnologías que brinden nuevas soluciones y no solo mejoren la explotación de las aguas subterráneas milenarias.
“El primer paso es generar cambios culturales. En la medida que se genera conciencia se van gestando otros procesos de desarrollo tecnológico, creación de nuevas tecnologías y adaptación de estas a los procesos productivos”, explicó Santoro, del estatal Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto.
“Lamentablemente la empresa privada de este país no invierte en ese tipo de cosas”, sostuvo.
El desierto de Atacama es el más árido de la tierra. Abarca 105.000 kilómetros cuadrados, distribuidos en seis regiones del norte chileno incluyendo las ciudades de Arica, Iquique (capital de Tarapacá), Antofagasta y Calama, entre otras.
Allí vive 9,5 por ciento de la población de este país sudamericano largo y estrecho, que totaliza 17,5 millones.
En un año normal caen apenas entre 1,6 y 2,5 insignificantes milímetros de agua sobre las regiones del llamado Norte Grande, las del desierto de Atacama, y en lo que va de 2018 el déficit es de 100 por ciento en algunas de las ciudades y de 50 por ciento en otras, según la Dirección Metereológica de Chile.
Hugo Romero, premio nacional de geografía, profesor de la Universidad de Chile y presidente de la Sociedad Chilena de Ciencias Geográficas, comentó a IPS que “las aguas subterráneas constituyen hoy día la más importante fuente tanto para el desarrollo minero como urbano de las regiones del norte”.
El problema es entonces muy complejo, dijo, ya que “hay algunas evidencias que señalan que muchas aguas subterráneas son producto de recargas ocurridas probablemente hace miles de años atrás y, por lo tanto, tienen un carácter de agua fósil, no renovable”.
Como ejemplo, Romero citó daños ya provocados en el área del desierto, “como los que han ocurrido con el desecamiento de Lagunillas, la cuenca del Salar de Huasco y el salar de Coposa, sumando una enorme cantidad de efectos ecológicos”.
También afectan, dijo, “la presencia de comunidades en esos lugares, dada esta relación tan estrecha entre disponibilidad de recursos hídricos y ocupación ancestral de los territorios”.
“Todo esto va conformando un sistema extraordinariamente complejo frente al cual existiría la sensación de que el país no ha tomado debida conciencia y las decisiones se adoptan muchas veces pensando solo en beneficios económicos que, por lo demás, están concentrados en las grandes empresas”, agregó.
El geógrafo advirtió, asimismo, que el nivel de investigación “ha sido mínimo y, lamentablemente, muchos de los recursos académicos que debieran estar destinados a facilitar a la sociedad y a los actores sociales todos los elementos de juicio, están comprometidos con empresas consultoras que, a su vez, son contratadas por las grandes empresas”.
Claudio Latorre, académico de la Universidad Católica de Chile e investigador asociado del Instituto de Ecología y Biodiversidad cree que “no hay un único culpable” de la grave situación.
”Simplemente es la actividad económica general del país la causante de este problema. Mientras más actividad el país crece y se requieren más recursos, más actividad industrial que significa más trabajo. Pero también las necesidades urbanas aumentan y eso también presiona el recurso agua”, dijo.
”En el Acta hemos propuesto la posibilidad de mejorar nuestra tecnología en cuanto al uso de agua de neblinas. También proponemos implementar una política de recuperación de agua. Por ejemplo, incrementar el sistema de aguas grises. No es una solución cara, pero requiere de una política de Estado¨, explicó.
Según Calogero, “además de los cambios culturales tiene que haber cambios tecnológicos para un mejor aprovechamiento del agua. Citamos el caso de Israel donde tenemos entendido que el agua se recicla hasta siete veces antes de desecharse. Aquí, si es que se recicla una vez es mucho”.
Latorre subrayó que “ya estamos viviendo consecuencias de cambio climático y sobre explotación de recursos hídricos que llevan a una situación impensable…pero en el Norte Grande aún estamos a tiempo para tomar acciones concretas que puedan salvar las ciudades en 20 ó 30 años más”.
Pidió mejorar la información científica “para que estemos a tiempo de tomar decisiones importantes que requieren mucho tiempo para implementarse”.
Según Romero, hay también “un ambiente de incertidumbre que ha llevado en muchas ocasiones a tomar decisiones que posteriormente han tenido daño medio ambiental” en el caso de muchos salares, bofedales (humedales altoandinos) y algunas lagunas.
“No hay un conocimiento público transparente y a disposición de la sociedad como sería necesario, dada lo crítico del sistema”, afirmó.
A su juicio, “por el contrario, la mayor y mejor información es de carácter reservado o forma parte de secretos industriales todo lo cual da pábulo a mucha especulación, ambigüedad y a diferentes interpretaciones por parte de usuarios o comunidades afectadas por estas extracciones”, de agua.
Romero alertó también que “no solamente tenemos daño ecológico, que es muy significativo, sino también un continuo proceso de migración hacia las ciudades y, por tanto, un abandono de los territorios”.
Hay grupos quechuas, aymaras, koyas y atacameños, que son los pueblos originarios del norte chileno, que viven en las ciudades en Arica, Iquique, Alto Hospicio, Antofagasta tras migrar sistemáticamente desde sus territorios andinos, enumeró.
Por eso en la escuela rural El Llanito de Punitaqui estudian ahora solo cuatro alumnos, dijo su maestra.
Edición: Estrella Gutiérrez