Desde el mar Báltico hasta el sur del Pacífico, el océano es el telón de fondo de numerosos relatos épicos de valor y conflicto. Tras grandes esfuerzos, esta semana arranca en Nueva York una singladura muy distinta, con el lanzamiento de las negociaciones para un nuevo tratado sobre la alta mar.
Puede que no parezca especialmente emocionante, pero esta iniciativa, por sí sola, nos va a brindar nuevas posibilidades de proteger y gestionar áreas de la alta mar, que constituye la mitad de nuestro planeta. Se trata de una oportunidad única en toda una generación para invertir el deterioro de la salud del océano, impulsar nuestra lucha contra el cambio climático y detener la dilapidación no regulada de los tesoros naturales que compartimos. Nos jugamos mucho, el plazo es corto y la ocasión no se volverá a presentar en lo que nos queda de vida. Todo el mundo debería seguir muy de cerca esta historia del océano, porque podría marcar el punto de inflexión hacia un futuro más sostenible.
Un tratado vinculante
Culminar con éxito un tratado sólido y jurídicamente vinculante sobre la alta mar puede permitir que se extiendan los esfuerzos de gestión integral, aplicable y real a los dos tercios del océano que caen fuera de toda jurisdicción nacional, y que se encuentran actualmente a merced de múltiples amenazas de origen humano, desde la pesca industrial no controlada hasta el calentamiento y la acidificación causados por el cambio climático. Significará que todo el océano esté amparado por reglas integrales, actualizadas e inapelables, colmando así una antigua brecha que ha dejado a la alta mar desprotegida y a la legislación trasnochada frente a la rápida proliferación de tecnologías que nos permiten explotar los recursos marinos a miles de millas de la costa. Una vez que el océano entero esté sujeto a la gestión y la protección holísticas que requiere, podremos abordar los retos que le afectan en su totalidad, tales como la sobrepesca y la contaminación por plásticos, que no entienden de fronteras.
El plazo para lograr un acuerdo es 2020. Puede parecer ajustado, por tratarse de una gran negociación multilateral, pero este cronograma no es arbitrario. El mundo ya se ha comprometido a cumplir los objetivos de biodiversidad de Aichi y cuatro metas cruciales para el océano entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de aquí a 2020, lo que incluye asegurar la protección de un 10% del océano. Dichos objetivos son inseparables del nuevo tratado. Resulta imposible conseguir la conservación y el uso sostenible del océano, como promete el ODS 14, si su mayor parte queda fuera del alcance de la ley y de una gobernanza efectiva.
A lo largo de los próximos dos años van a celebrarse cuatro conferencias intergubernamentales para negociar y concluir el tratado, la primera esta semana en Nueva York. Se trata de una intensa recta final tras una travesía maratoniana que ha durado siglos; comenzó mucho antes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 y los cuatro tratados de 1958 que la precedieron. Se remonta al principio de libertad de la alta mar expuesto por Hugo Grotius en su Mare Liberum de 1609. Acordar un tratado sobre la alta mar es la última frontera que queda por cruzar para llevar el derecho internacional a la era de la pesca de gran altura, la minería de los fondos submarinos y la excavación del lecho marino. Su negociación figurará entre los logros más significativos de la legislación internacional de nuestros tiempos.
Cumplir el plazo de 2020 es vital. Asegurar la salud del océano entero no se puede posponer más. Es esencial para la seguridad alimentaria de miles de millones de personas y el paso más importante que podemos dar para mitigar el cambio climático. Después de todo, el océano ha absorbido el 40% de nuestras emisiones de carbono y el 90% del calor adicional que estas han producido desde la revolución industrial. Un océano expoliado y contaminado no podrá ejercer esa función de amortiguación frente a los peores impactos del cambio climático. Tenemos que proteger el océano para protegernos nosotros.
Los veteranos de las negociaciones de la ONU saben que la tarea que nos aguarda es inmensa. También sabemos que es factible. Los líderes y representantes responsables de presentar un tratado final para 2020 se apoyan en los hombros de quienes han realizado el sufrido trabajo de zapa que nos ha traído hasta aquí. Los científicos y los activistas que llevan reclamando protección para la alta mar desde hace decenios. Los negociadores que han estado resolviendo conflictos y acendradas diferencias ideológicas entre países desde que comenzaran las primeras reuniones informales de la ONU sobre diversidad biológica marina en zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional (BBNJ, por sus siglas en inglés) en 2006. Los delegados que pusieron el tema de manifiesto ante el mundo en la Cumbre de Río de 2012 y lucharon hasta conseguir la adopción de una resolución de la Asamblea General que estableció el comité de preparación en 2015 y lanzó las negociaciones del tratado en 2017.
Lo que hace falta ahora es liderazgo y voluntad política para hacer de una vez lo que hay que hacer, hacerlo bien y hacerlo a tiempo.
Tratado sobre la alta mar
Las recompensas de lograr un tratado sobre la alta mar y proteger todo el océano pueden medirse a escala planetaria, al igual que los riesgos que entrañaría su fracaso. Ni nuestras economías, ni nuestras comunidades, ni todo el sistema de la Tierra, pueden funcionar sin el océano. Será imposible atajar el cambio climático si no salvaguardamos la biodiversidad de la alta mar y, en este año con máximos históricos de calor, incendios e inundaciones, todos hemos atisbado las dolorosas consecuencias.
Tenemos un solo océano y un solo planeta, y ahora, con este tratado, podemos dar un paso de gigante para protegerlos. En la segunda Conferencia del Océano que celebrará la ONU en 2020, organizada por Portugal y Kenia en Lisboa, esperamos fervientemente poder acoger el éxito del trío de objetivos para el océano: ODS 14, Aichi y la culminación de un tratado audaz y robusto para la alta mar. Ese éxito demostrará sin duda alguna que la humanidad ha cambiado su rumbo a favor del océano. Como en todos los viajes épicos, habrá retos y escollos en la etapa final, pero nada que no pueda superarse con valentía política, determinación y solidaridad, por nuestro bello planeta azul y por la fuente de vida que es su océano.
(*) Isabella Lövin es viceprimera ministra de Suecia y copresidenta del grupo Friends of Ocean Action.