Las olas rompen furiosas contra la costa y los acantilados de Rapa Nui, la isla habitada más remota del planeta.
Camilo Rapu, director del Parque Nacional Rapa Nui, señala algunos antiguos petroglifos empotrados en el borde de un acantilado erosionado. “Aquí ya hemos perdido piezas invaluables talladas en rocas. Simplemente se derrumbaron en el mar a causa del poder de las olas”, dice.
El aumento del nivel del mar está amenazando el patrimonio único de esta diminuta isla, conocida en español como Isla de Pascua y ubicada en el Océano Pacífico, a 3,700 kilómetros de la costa continental de Chile. Olas cada vez más fuertes están erosionando los petroglifos y los moai, las icónicas estatuas colosales de la isla que representan a los antepasados, así como las plataformas, o ahu, en las que éstos decansan.
Alrededor de 900 moai y 300 ahu fueron hechos a mano por descendientes de colonos de la Polinesia Oriental entre los siglos XI y XVII, lo que otorgó a Rapa Nui un paisaje incomparable.
Estas joyas arqueológicas están catalogadas como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y representan el principal atractivo para el turismo, del que mayormente depende la economía de la isla.
Como otras comunidades isleñas en el Océano Pacífico, Rapa Nui enfrenta el impacto adverso del cambio climático, la contaminación por plásticos y otros desafíos ambientales, y está buscando soluciones innovadoras para abordarlos.
“Como isleños, somos muy conscientes del cambio climático. Una de las consecuencias más graves es la erosión de nuestros sitios arqueológicos. Nos arriesgamos a perder nuestro patrimonio cultural. Por eso debemos pensar de manera diferente y buscar formas innovadoras de preservarlo», dice Rapu, quien también encabeza la comunidad Mau Henua, que reúne a los isleños de ascendencia Rapa Nui a cargo de administrar el parque desde 2016.
Alrededor de 40% de los 8.000 habitantes de la isla son rapanuis.
Para detener las olas, un dique fue construido en el sitio conocido como Runga Va’e. Entretanto, se discuten otras soluciones, como el uso de piedras más estables para anclar los petroglifos. Pero los isleños necesitarán hacer mucho más para adaptarse a los dos peores efectos del cambio climático: las inundaciones costeras y la escasez de agua.
«Ya no llueve como solía hacerlo y nuestra agricultura tradicional está siendo afectada», dice Juan Haoa, quien lidera un proyecto agroecológico en Toki, una organización local. El método ancestral rapanui se construyó sobre los manavai, paredes de piedra que retienen la humedad del suelo y protegen los cultivos de batata, taro, ñame y caña de azúcar. Estas paredes están situadas en lugares bajos y sombríos.
Los manavai todavía se usan en la actualidad, pero debido a la falta de agua, el sistema es menos eficiente que en el pasado. Haoa combina el conocimiento tradicional con la ciencia para identificar nuevas estrategias para producir más y diversificar los cultivos. Sólo tiene un objetivo en mente: contribuir a la seguridad alimentaria de la isla.
Haoa está utilizando un sistema de recolección de agua de lluvia para los nuevos cultivos, que incluyen verduras y frutas que nunca se sembraron en la isla.
“95% de toda nuestra comida proviene del continente. No podemos permitirnos ser tan dependientes. La isla tiene el potencial de ser autosuficiente. Necesitamos preservar nuestras antiguas tradiciones, pero al mismo tiempo trabajar para garantizar nuestra seguridad alimentaria, y por qué no, un día exportar nuestros productos”, dice Haoa.
En el Parque Nacional, que cubre alrededor de 40% de la isla y recibe 100.000 visitantes cada año, también se están implementando varias tecnologías limpias: baños ecológicos, paneles solares y biodigestores.
«Qué mejor que el dueño de casa cuide lo suyo. De a poco, hemos ido escalando con pequeña tecnología”, afirma Lavinia Paté, gerente subrogante del Parque Nacional Rapa Nui.
Baratos, y fáciles de manejar y mover, los biodigestores descomponen los restos de alimentos y otros materiales orgánicos, y almacenan el metano que producen. Luego generan biogás que puede usarse para cocinar y reemplazar las estufas de leña. Al menos seis biodigestores se han instalado en las casetas de los guardaparques alrededor del área protegida.
En noviembre la primera planta fotovoltaica de la isla comenzó a operar, con una instalación de 400 paneles y una capacidad de 100 Kw. Su generación reemplazará al menos 8% del consumo de diesel en la isla.
En el parque, no hay contenedores de basura. La comunidad rapanui simplemente espera que los turistas no produzcan residuos o que dispongan de ellos en los contenedores de reciclaje de los hoteles. Las bolsas de plástico ahora están reguladas en la isla y sus habitantes están tratando de cumplir con la prohibición nacional de estos artículos de plástico de un solo uso.
Chile produce 3.200 millones de bolsas plásticas cada año, y solo alrededor de 10% se recicla. La legislación, que entró en vigor en agosto, otorga seis meses a grandes empresas y dos años a pequeñas tiendas para que eliminen gradualmente el uso de bolsas de plástico.
Como el archipiélago de Galápagos en Ecuador y otras islas remotas, Rapa Nui no es ajena a la marea de plástico que afecta al mundo. Alrededor de 13 millones de toneladas de plástico se descargan en los océanos cada año y estos residuos llegan hasta los rincones más aislados del planeta arrastrados por las poderosas corrientes del mar.
Rapa Nui es pequeña, solo tiene 16.628 hectáreas, pero residuos de equipos de pesca derivados de prácticas insostenibles y la basura de los cruceros llegan a todas sus orillas. La arena en Anakena, la playa principal de la isla, está llena de microplásticos.
En un centro de reciclaje llamado Orito, se recolectan cada mes 20 toneladas de desechos de plástico, cartón y aluminio, que se envían por avión a Chile continental para ser reciclados. Esa cantidad representa alrededor de 10% de todos los residuos generados en la isla. El resto va a parar a un vertedero.
«También estamos recibiendo baterías, aceites, neumáticos y desechos electrónicos, y estamos buscando alianzas con compañías en Chile u otros países que puedan ocuparse de esos desechos», dice Marco Haoa, gerente de operaciones en la planta.
«Nuestro objetivo es enviar todos los residuos reciclables al continente para 2020», asegura.
En febrero, Chile ganó el aplauso mundial cuando declaró en Rapa Nui un área marina protegida de 724.000 kilómetros cuadrados, una de las más grandes de América Latina. Las industrias pesqueras y extractivas serán prohibidas dentro del área, pero se promoverán los métodos artesanales rapanui para la captura de peces. Los rapanuis participarán en el manejo de esta área marina, como ya lo hacen en la reserva terrestre de la isla.
«Es un gran paso», dice Pedro Edmunds Paoa, alcalde de Rapa Nui. “El desafío ahora es tratar de recordar y preguntarnos: ¿Qué hicieron nuestros antepasados para proteger el mar? Y me viene a la mente el concepto rapanui de «tapu», que significa veda de pesca. Hace siglos, ya ellos permitían que las poblaciones de peces se recuperaran”, dice.
El conocimiento tradicional ofrece una perspectiva única para la gestión marina en comunidades que mantienen fuertes vínculos con el mar.
Desde Palau, hasta Hawái o Guam, varias islas en el Pacífico, como Rapa Nui, intentan optimizar los medios de vida locales a través de la innovación, mientras preservan sus prácticas milenarias.
«Estamos listos para buscar soluciones innovadoras, y mostrar al mundo que nosotros estando tan lejos podemos cuidar de esto tan chico, que es de todos”, dice Lavinia Paté.