Más que una simple práctica de bienestar físico, se trata de un ritual psicocultural. Sí, tomar el sol desnudo, recostado, expuesto en el sentido más completo de la palabra, tiene cualidades terapéuticas, incluso catárticas, que vale la pena experimentar.
Hoy sabemos con certeza que el sol incide en nuestra salud física y emocional. Esto se debe, en buena medida, a que la luz solar nos provee de vitamina D. La falta de esta vitamina esta asociada a diversos trastornos psíquicos, entre ellos la depresión. Obviamente, no se trata de ingerir una cantidad monumental de sol para freír tu piel con rayos ultravioleta.
Pero más allá de asegurarte tu dosis diaria de sol (la cual puedes consultar aquí), asolearte completamente desnudo es un acto de naturalidad pura. Como dice Salvatore Scibona en su artículo para el NY Times:
Cuando te asoleas desnudo, estás sometiéndote a las mismas condiciones y a la misma estrella que toda criatura que jamás haya reptado o paseado a la luz del día sin haber tenido ropa interior. El placer es tanto carnal como extramundano. Nada que la civilización te ofrece podría competir con esto.
Este milenario rito podría ser un recurso más, de los tantos urgentes, para reconectar con esa faceta primaria que es parte de nuestra esencia. Así que si encuentras un rincón con algo de privacidad, e idealmente en la naturaleza, no dudes en desprenderte de la ropa, acostarte unos minutos y entregarte a la sensorialidad que el astro rey despertará en ti.
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