De todo el trauma del último año, para la adolescente activista del clima Alexandria Villasenor hay un momento que destaca por ser el indicador de lo que le espera al planeta: ocurrió el verano pasado, cuando el humo tóxico de los incendios forestales se propagó sobre el norte de California al mismo tiempo que se imponía el confinamiento por el coronavirus.
«Los comercios no estaban abiertos ni permitían que entrara la gente porque no era seguro», afirma. «Pero fuera, el índice de calidad del aire era de más de 300, que tampoco era seguro. Me preguntaba: ¿qué mascarilla llevo para el humo de los incendios y la COVID? ¿Cómo puedo estar a salvo de ambos peligros?».
Villasenor, que tiene 15 años, ha estado hablando sobre la inquietud que siente por el futuro desde que la sequía y el calor intenso impulsados por el cambio climático hicieron que California ardiera como la yesca. Cree que vivirá su vida adulta en un mundo tan alterado por el cambio climático que será irreconocible y que esos cambios se habrán establecido en la Tierra antes de que alcance la edad legal para beberse una cerveza.
La llegada de un virus transmitido por el aire que ha matado a más de tres millones de personas en todo el mundo no ha hecho más que aumentar su preocupación, así que pasó parte del año pasado aprendiendo nuevas formas de afrontarlo. Empezó a hacer manualidades, plantar en el jardín y adoptó un gato. Pero como fundadora del grupo de educación climática Earth Uprising, también invirtió muchas horas en Zoom con otros activistas de clima para fortalecer el movimiento que empujó a millones de jóvenes a las calles en 2019. Dice que ahora están mejor preparados para salir en mayor número cuando la pandemia decaiga.
«Hemos aprovechado este tiempo para seleccionar y educar a nuevos activistas, preparar acciones y campañas, y trabajar en nuestra comunicación y tecnología», cuenta. «Saldremos de esta pandemia mucho más fuertes».
El año pasado, entrevisté a varios jóvenes activistas del clima para una edición especial del Día de la Tierra de la revista National Geographic que fue a la imprenta justo cuando arraigaba la pandemia. En las semanas previas al Día de la Tierra de 2021, contacté con ellos de nuevo para ver qué tal estaban.
Varios me dijeron que, si han aprendido algo de la pandemia, es que los líderes mundiales son capaces de responder a una crisis existencial. Los jóvenes activistas están más decididos que nunca a obligar a los líderes a responder a la crisis climática con la misma urgencia. Como la primera generación del mundo de nativos digitales, quizá también sean los mejor formados para impulsar su movimiento más allá.
«La COVID es el signo de puntuación en el mensaje que estos jóvenes han tratado de enviar acerca del cambio climático, que la Tierra está desequilibrada», afirma Lise Van Susteren, psiquiatra de Washington D.C. y cofundadora de la Climate Psychiatry Alliance, una organización que educa a colegas y al público sobre cambio climático y salud mental. «Este es el momento que antecede a la pregunta: ¿qué vamos a hacer ahora?».
Adaptarse a la nueva normalidad
Al principio, los jóvenes activistas estaban tan frustrados como las generaciones anteriores por la forma en que la pandemia puso su vida patas arriba de manera abrupta.
En Pakistán, donde Rabab Ali (12) y su hermano, Ali Monis (8), han demandado al gobierno por el derecho a vivir en un medioambiente saludable, la vida cotidiana se paralizó hasta tal punto que leer se convirtió en la actividad que mantenía a su familia, cuenta Qazi Athar Ali, su padre y abogado medioambiental.
En otras partes del mundo, los activistas empezaron a trabajar por internet. En Ruanda, Ghislain Irakoze (21), que fundó Wastezon, una empresa que ha ayudado a enviar 460 millones de toneladas de residuos electrónicos a los recicladores, pasó gran parte del tiempo trabajando con autoridades de la Unión Europea y el Banco Africano de Desarrollo para expandir el negocio. También cuidó de un huerto, practicó ejercicio para mantener su energía y decidió hacer permanente un resultado de la vida digital: reducir los vuelos. En 2016, Irakoze tomó 26 vuelos para asistir a conferencias.
«Al adaptarme a las conferencias remotas en 2020, descubrí que puede ser posible reducir las emisiones de los vuelos», cuenta.
Kehkashan Basu (20) se puso en cuarentena con sus padres en Toronto y consiguió mantener en funcionamiento la Green Hope Foundation, la organización sin ánimo de lucro que había fundado, en Bangladés y Liberia, donde los voluntarios en aldeas afectadas por la COVID distribuyeron mascarillas, jabón, filtros de agua, mantas y kits de higiene menstrual. La organización también instaló retretes en Bangladés y paneles solares en viviendas, un centro comunitario y una escuela en Liberia.
«Hicimos lo que pudimos para convertir los retos en oportunidades a cada paso», cuenta. «Me preocupaba cómo progresaría mi trabajo y el de la Green Hope Foundation, ya que nuestro trabajo es sobre el terreno. Después me di cuenta de que la tecnología era una herramienta que podíamos emplear para nuestro beneficio, para conectar con personas de todo el mundo y en países donde los confinamientos no eran tan estrictos, los miembros de la fundación pudieron salir y seguir trabajando en sus comunidades».
Felix Finkbeiner (23), fundador de la organización sin ánimo de lucro Plant-for-the-Planet, también se reorganizó cuando la pandemia lo obligó a cancelar eventos en Europa y a continuar sus estudios de forma virtual. Se trasladó a una aldea mexicana remota en la península de Yucatán para participar en el proyecto de plantación más reciente de su organización, que aspiraba a plantar 100 millones de árboles para 2030 en un bosque muy degradado por la tala. Finkbeiner, un joven explorador de National Geographic, también está colaborando con científicos para establecer experimentos de restauración forestal a gran escala.
Mayumi Sato (26), que es originalmente de Japón pero está comenzando sus estudios de doctorado en el Reino Unido, trabajó en varios programas de investigación que abordan otros problemas mundiales que la pandemia puso de relieve, como el racismo y los derechos humanos.
«No hace falta una pandemia para comprender los debates sobre Black Lives Matter o el racismo antiasiático, pero sí creo que la pandemia nos ha dado más tiempo para ser más conscientes de cómo, incluso en un mundo sin COVID, las personas de color han perdido sus vidas por la injusticia estructural cada día», afirma.
Motivos para ser optimistas
En muchos sentidos, la celebración del Día de la Tierra de 2021 ofrece una perspectiva mucho más prometedora del futuro que el año pasado. Ahora, el mundo ha visto los cielos azules sobre Delhi cuando desapareció el tráfico de la capital india. Estados Unidos se ha reincorporado al Acuerdo de París y el presidente Joe Biden aprovechó el Día de la Tierra para anunciar un plan ambicioso para reducir las emisiones de carbono un 50 por ciento para 2030.
Con todo, preguntar a estos activistas del clima si se sienten esperanzados por el futuro es la pregunta incorrecta, dicen. Rosie Mills (20), una activista del Reino Unido y estudiante de la Universidad de Glasgow en Escocia, se reserva su opinión hasta ver qué medidas concretos se toman.
«La verdad es que, en mi opinión, que Estados Unidos figure en el Acuerdo de París es lo mínimo que puede hacer como intento de esfuerzo global para combatir el cambio climático», dice. «Es bueno que un país tan grande haya dejado de trabajar en contra de las acciones climáticas, pero aún queda mucho que hacer».
Basu, una joven exploradora de National Geographic, ve una oportunidad en el gobierno de Biden que no existía con su predecesor, pero durante la pandemia ha aprendido una lección más relevante sobre liderazgo: «La pandemia ha reforzado mi creencia de que las mujeres son mejores lideresas», dice. «Los países que mejor se recuperaron de la COVID estaban liderados por mujeres».
Jamie Margolin (19), una de las fundadoras del grupo de activistas del clima Zero Hour y ahora estudiante de cine en la Universidad de Nueva York, dice que le preguntan constantemente si siente esperanza y optimismo. Aunque hay días en los que ve «rayos de esperanza», no cree que sea necesario que todo el mundo sea optimista.
«Estoy agotada y ya he pasado por mucho como para saber que la mejor forma de hacer reír al universo es hacer planes», dice. «No sé si siento esperanza por el futuro, pero me levanto cada día y realizo las acciones que puedo para que haya uno. Quizá parezca sombrío, pero es la verdad».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.