Sergio Elías Ortiz TobónAntropólogo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL)

Aunque la pregunta: ¿hace ruido un árbol al caer, si nadie está ahí para escucharlo? no tiene un origen determinado, se ha planteado como un ejercicio de diálogo acerca de la existencia o ilusión del mundo material independiente de una mente que lo perciba.

En 2015 los campesinos se vieron afectados por normas como la Resolución 3168 del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA). Crédito: Unimedios
En 2015 los campesinos se vieron afectados por normas como la Resolución 3168 del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA). Crédito: Unimedios

Para el filósofo John Locke la realidad no está atada a la percepción; por su parte el irlandés George Berkeley plantea que es la mente la que genera la realidad, y por último el historiador y economista escocés David Hume propone que la materia y la mente interactúan para crear la realidad. Entonces, ¿es posible pensar que la realidad del campesino colombiano depende de los oídos que la escuchan?


El estallido social en Colombia ha puesto en evidencia una serie de situaciones que aunque son realidades notorias se mantenían ocultas o maquilladas tras estadísticas y tendencias. Para mencionar algunas problemáticas es más que llamativo que el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) reporte que el 42,5 % de la población colombiana esté en un nivel de pobreza que escasamente les permite sobrevivir, y ni hablar de acceder siquiera a una respetable calidad de vida; la entidad reporta además que de este porcentaje –que representa más de 21 millones de personas– el 46,7 % corresponde a mujeres.


Aunque este argumento y sus consecuencias serían suficientes para explicar el estallido social, se suman una violencia generalizada en contra de firmantes de la paz (265 asesinatos, según cifras de Indepaz), personas que encabezan procesos sociales, ambientalistas y opositores políticos del actual Gobierno (más de 900 asesinatos, según investigación de la Deutsche Welle), y por supuesto las promesas incumplidas acerca de proyectos de bienestar y desarrollo económico y social.


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Varias justificaciones surgen de diferentes frentes del Gobierno y la mayor excusa son las consecuencias económicas de la pandemia mundial; sin embargo, el pretexto se deshace al revisar las cifras del DANE para 2019 (antes de la pandemia), en las cuales la pobreza se ubicaba al 35,7 % de la población colombiana, cifra ya vergonzosa y de hecho peligrosa ante políticas económicas lejanas al bienestar social como las que se estaban adelantando.
 

Otra excusa recurrente se refiere a las políticas del anterior gobierno central, sin embargo al final del periodo presidencial de Juan Manuel Santos la pobreza se ubicaba en un 27 % según el DANE, lo cual significa que en 2 años más de 7,5 millones de personas –cifra mayor a la población total de la República del Paraguay– entraron en el hoyo negro de la pobreza.
 

Las circunstancias actuales han generado una respuesta por parte de muchos sectores de una sociedad civil disipada, distraída y apática a todo aquello que tuviera un asomo de protesta o movilización.


Cabe resaltar la iniciativa de vecinos a las concentraciones, que acogen a las personas perseguidas, y por supuesto el trabajo de enfermeras, paramédicos y todo el personal de salud, que enfrentando la violenta represión por parte de la Policía y los paramilitares atienden a los innumerables heridos en tiendas de campaña e insumos improvisados donados por las personas de los sectores de influencia de las manifestaciones.


Además, mencionar los grupos de abogados, las organizaciones de búsqueda de desaparecidos y los medios de comunicación que con chalecos antibalas, cascos y las constantes amenazas tanto de los agentes del orden como de los paramilitares y los marchantes, siguen cubriendo los detalles del estallido social colombiano.


Sin embargo, una vez más se ha puesto en evidencia que el centralismo y la urbanización deja de lado a los campesinos y al campo colombiano. Según el informe “Radiografía de la desigualdad”, presentado por la ONG Oxfam –que se basa en el censo agropecuario de 2014–, el 1 % de las explotaciones o unidades de producción más grandes controlan 81 % de la tierra en Colombia, lo que equivale a que “un millón de explotaciones campesinas tienen un tamaño inferior a la tierra de la que dispone en promedio una vaca en Colombia”.

Las consecuencias del estallido social aún están por darse y pueden ser de gran beneficio para muchos de los sectores sociales involucrados. Crédito: Unimedios
Las consecuencias del estallido social aún están por darse y pueden ser de gran beneficio para muchos de los sectores sociales involucrados. Crédito: Unimedios

Mientras la difusión de los medios de comunicación alternativos hace eco de las protestas, de las problemáticas sociales urbanas que las generaron y de la violencia de los actores estatales y paraestatales, y los medios hegemónicos le dan relevancia a las consecuencias de los bloqueos, la vandalización de los medios de transporte y los muros de la ciudad, el silencio se hace más profundo para el ya amordazado campo colombiano.
 

El ejemplo campesino


Por mucho tiempo los campesinos han vivido la violencia de las fuerzas armadas legales e ilegales, la diferencia es que ahora ocurre en el barrio de una ciudad que se reconoce en las transmisiones en vivo y en directo; han tenido que abandonar su techo y habitar cinturones de miseria a cambio de mantener la vida, pero nadie ha hecho una primera línea por ellos.
 

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En 2015 los campesinos fueron atacados por normas como la Resolución 3168 del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), la cual controla en el país tanto la producción como el almacenamiento, la comercialización, la transferencia o el uso de semillas. Aunque el ICA asegura que la norma no aplica para las semillas criollas adaptadas a las condiciones ambientales con menos problemas de plagas y enfermedades y a los contextos socioeconómicos de las comunidades locales, en la aplicación no existe ninguna excepción. Así, las semillas privadas, mejoradas, certificadas y registradas están atadas a las empresas que las producen junto con los paquetes tecnológicos de pesticidas y agroquímicos de los cuales dependen para la eficiencia productiva.
 

Para ejercer el control jurisdiccional y “resolver la usurpación de los Derechos de Propiedad Intelectual a las semillas”, el Gobierno puede ingresar a cualquier inmueble o parcela agrícola y realizar inspecciones, decomisos, destrucción de semillas y judicialización a los campesinos a quienes se les encuentren semillas criollas que no estén certificadas, o incluso productos alimentarios como arroz, maíz, frijol o papa que eventualmente se puedan utilizar como semillas.
 

Aun así la academia no reaccionó con fortaleza, los políticos no se pronunciaron repudiando de manera enfática el daño a las comunidades del campo y los discursos no se ocuparon del tema; el relato se reprodujo en las veredas con los vecinos, “la resistencia” se planteó al interior de los mismos campesinos y las comunidades continuaron luchando mientras los muchos encontraban en la soberanía alimentaria una confirmación de que su lucha tenía un sustento y con esa idea fueron cayendo asesinados por un conflicto que aún hoy sigue siendo a causa de la tierra.
 

Las marchas existieron, el apoyo se dio, pero su fugacidad dista mucho de cuando la inequidad y la injusticia se observan en los medios de comunicación y se viven en las esquinas de los barrios.


El experto en psicoacústica Stefan Bleek, del Instituto de Investigación de Sonido y Vibración en la Universidad de Southampton, podría darle explicación a este fenómeno, ya que el cerebro crea la ilusión de una percepción que no está realmente conectada a los estímulos físicos, y en consecuencia le cuesta gran trabajo identificar los hechos reales; en algunos casos, al no experimentar una sensación propia, las expresiones del individuo no coinciden en proporción con lo que está sucediendo en la realidad.


Mucho antes de Bleek, en el siglo XVII George Berkeley –filósofo, obispo irlandés y representante del idealismo subjetivo– planteaba la teoría de que las cosas realmente no existen en absoluto sin la presencia de una mente, por esto lo que en este momento ocurre en presencia de miles de personas, y cubiertos por el lente de las cámaras, confirman una terrible realidad colombiana para las mentes ahora sí presentes. 


El hecho significativo es que las consecuencias del estallido social aún están por darse y pueden ser de gran beneficio para muchos de los sectores sociales involucrados, pues se podría ver una nueva forma de ver y atender a las comunidades, y puede que repercuta en los campesinos que sumidos en el silencio continúan trabajando por medio de los saberes ancestrales y con las semillas originarias en los pedazos de tierra que aún no han sido usurpados para que pasten plácidamente las vacas sobre los sepulcros del campo.

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