Durante la primavera de 1916 se implementó por primera vez el horario de verano que ya había sido propuesto desde siglos anteriores, pero no fue hasta que Alemania en plena Primera Guerra Mundial decidiera adoptar este estilo de organización del tiempo, cuando el cambio de horario se volvió popular. Desde entonces se extendió hacia otros países del mundo, no obstante, al ser un tiempo distinto del natural, la ciencia asegura que el horario de verano tiene un efecto profundo en los humanos.
La importancia del ciclo circadiano
Todo en el planeta está diseñado para que la vida se desarrolle en su máximo esplendor, incluso sus movimientos que nos regalan el día y la noche, ciclos súper importantes que brindan energía y descanso a los seres vivos. En el caso de los humanos, desde siempre se han regido por la aparición de la luz y la oscuridad, ambas completamente necesarias para su funcionamiento orgánico y por lo tanto, emocional y mental.
Durante la aparición de la luz, el cuerpo se despierta y nos mantiene alerta para desempeñar las actividades cotidianas. Y cuando la oscuridad cae, el sueño nos invade permitiendo que el cuerpo humano realice funciones vitales para mantener un organismo sano tanto físicamente como mentalmente a través del descanso. Cuando este ciclo llamado circadiano se ve afectado, las consecuencias comienzan a surgir.
Los efectos del horario de verano
Beth Ann Malow quien es doctora en neurología y pediatría por la Universidad de Vanderbilt, ha estudiado los efectos que el horario de verano deja en los humanos. Gracias a una amplia evidencia, encontró que si bien retroceder en el tiempo, es decir pasar del horario de verano al horario estándar, es relativamente benigno para el cuerpo, la transición contraria es muy dura para el organismo.
Esto se debe a que la hora del reloj biológico se ve completamente alterada al adelantarse a la hora natural del horario estándar. Cuando la luz del día y el ciclo circadiano nos indican que apenas son las seis de la mañana, el horario de verano ya dicta las siete y por lo tanto, cuando la oscuridad cubre la atmósfera y deberíamos aprovecharla para descansar, ya es hora de levantarse para realizar las actividades cotidianas.
Si a esto le agregamos que es un cambio semipermanente que dura al menos ocho meses, durante los cuales la aparición de la luz de mañana se ve ‘alterada’ por el horario de verano, los estragos en el ciclo circadiano se vuelven evidentes.
Desalineación circadiana
Por un lado, la luz es necesaria para despertar el organismo y mejorar el estado de alerta. Durante los primeros rayos del sol, el cuerpo libera una hormona llamada cortisol, que se encarga de modular la respuesta al estrés. Además la luz también incide sobre la amígdala que es una región del cerebro que está altamente ligada a las emociones. Estos procesos ayudan a mantenernos despiertos a partir de que nos pega la luz del sol.
Por el contrario, cuando la noche cae el cerebro segrega una hormona conocida como melatonina, que es la que promueve la somnolencia en el cuerpo. Sin embargo, durante el horario de verano, el ocultamiento del Sol se retrasa y por lo tanto estamos expuestos a mayor luz de día, retardando con ello la liberación de melatonina y provocando insomnio.
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