Las huertas caseras fueron la estrategia pedagógica que propuso y empleó la profesora Sandra Yaneth Giraldo Zuluaga en la escuela de la vereda Paz Alta del municipio de San José (Caldas), para enseñar, inicialmente, ciencias naturales a los niños de diferentes grados escolares que asisten a sus clases. 

  • En la huerta encontraron mariposas a las que pudieron observar en toda su metamorfosis.
  • Las huertas caseras son una alternativa para el aprendizaje de las ciencias naturales en primaria. Fotos Unimedios
  • Los padres de familia se involucraron en este proyecto y fue un espacio para compartir conocimientos. 
  • Los niños llevaron un diario de campo con los descubrimientos de las huertas. 
  • “Cosechando, vendiendo y aprendiendo la paz”.
  • Las huertas se construyeron en pequeños espacios cerca de las casas o en estructuras verticales de guaduas.
  • En la huerta encontraron mariposas a las que pudieron observar en toda su metamorfosis.
  • Las huertas caseras son una alternativa para el aprendizaje de las ciencias naturales en primaria. Fotos Unimedios

“Hace seis años trabajo en esta escuela y este año tengo siete niños, pero cuando inicié el proyecto eran 12; desde preescolar hasta quinto están todos en el mismo salón”.

Así lo señala la magíster en Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), y agrega que “todos los días, a las 11 de la mañana, los niños sacan sus guías de ciencias naturales; en la misma asignatura, mientras los pequeños identifican una flor, otros estudian sobre sus órganos y sistemas, y los más grandes analizan las relaciones de la planta con el ecosistema”.

Sobre su experiencia pedagógica en esta escuela rural multigradual, para la docente es importante innovar en la educación, no quedarse en la guía que solo cumple con los estándares de calidad.

Por eso, indagó sobre huertas, se inscribió a la maestría, y como trabajo de grado creó diez guías educativas. “Por un lado, su alimentación se basa en lo que se produce en la vereda y lo que les queda a los papás para comprar. Por otro lado, quiero rescatar el gusto de los niños por el campo y transmitirles a ellos los saberes de sus padres. Además, teniendo el ecosistema ahí afuera, ¿cómo voy a enseñar con una guía?”.

Con este proyecto, que duró tres años, ella capacitó a los niños y propició un espacio para que los padres transmitieran los saberes empíricos que tenían sobre la tierra. “Fue un compartir de conocimientos y una oportunidad para enseñar vinculando a lo práctico y lo real”, expresaron.

El proyecto empezó con siete niños. La huerta se hizo en la escuela y se replicó en las casas. Esto fue antes de la pandemia; después, buscando alternativas para enseñar desde la distancia, la profesora supo que tenían un elemento en común: la huerta. Así, cuando hablaba con ellos sobre las tareas de todas las asignaturas, todas giraban en torno a este espacio”. A algunos les pedía hacer un cuento sobre los animales que visitaban las lechugas; a otros, medir la altura de las tomateras; otros escribían en inglés los nombres de las hortalizas, todos cuidaban de sus cultivos y llevaban un diario de campo.

“También capacitamos a los padres en técnicas de cultivo ecológicas: si no cultivaban porque el pesticida es muy caro, probamos el té de la semilla de aguacate. Los niños empezaron a compartir lo que producían en las huertas de su casa: ¡traje este cilantro, traje esta zanahoria!”.

Guatín “de laboratorio”

Un día llegó un guatín (roedor similar al chigüiro, pero más pequeño) a los cultivos buscando alimento y estaba dañando la huerta. Pensaban en cazarlo para acabar con el problema, pero la profesora les propuso buscar alternativas para que todos pudieran convivir con el entorno y fortalecer la tolerancia hacia el otro. Así, construyeron una cerca con elementos de la casa y entendieron que el animal silvestre no estaba haciendo daño a propósito.

Cuando hacían recorridos por las huertas de cada estudiante, el niño se sentía feliz porque era su papá quien les explicaba a todos. Así, tomaba de primera mano la información y recuperaban ese conocimiento. Los niños también compartían sus aprendizajes con los padres. “Propuse dejar una planta de cada especie para la floración, recoger las semillas y hacer la resiembra, y me sorprendió que algunos papás –que llevan su vida entera trabajando en el campo– no sabían que las semillas se podían recoger de los cultivos, y era justo lo que los niños estaban viendo en las guías: la reproducción de las plantas”.

Con la cosecha hicieron un mercado campesino en la cabecera municipal. Los niños llevaron tomates y otros productos, aprendieron a pesarlos, los empacaron y los vendieron. Se dieron cuenta de que el trabajo del campo tiene una recompensa económica y se enfrentaron a problemas matemáticos reales: “cuánto me está pagando y cuánto tengo que devolver”. Sacar el lápiz y hacer la suma, utilizar la calculadora, eran todas herramientas para resolver el problema en tiempo real.

“Estas cosas tan cotidianas motivan a los niños a aprender, a aplicar y a la vida de campo”. En el municipio les compraron todos sus productos, les ayudaban con las sumas y les hacían caso con las medidas de bioseguridad de su mercado, como la desinfección con alcohol antiséptico”, destaca la docente.

La educación es una acción colaborativa, todas las partes cumplen un papel fundamental en la formación del niño, sus profesores, sus padres y el entorno, Sandra lo supo aprovechar. Este año aprenderán sobre insectos y las huertas continuarán nutriendo los alimentos en las casas.

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