Vivir una tormenta de arena o polvo puede ser aterrador. Cuando las nubes ondulantes lo engullen todo a su paso, las tempestades convierten el día en noche y causan estragos en los seres humanos y la naturaleza. Las más feroces son como tsunamis de arena.

Estas tormentas afectan a unos 330 millones de personas en todo el mundo, desde el África subsahariana hasta el norte de China y Australia.

La cifra está a punto de aumentar.

Una combinación de cambio climático y mala gestión de la tierra está despojando de vegetación a las zonas semiáridas, provocando la desertificación y alimentando una serie de tormentas más frecuentes y brutales.

A principios de este año, las Naciones Unidas designaron el 12 de julio como el primer Día Internacional de la Lucha contra las Tormentas de Arena y Polvo. Con ello se pretendía concienciar sobre las amenazas que plantean estas borrascas e impulsar el esfuerzo internacional para contrarrestarlas.

«No tenemos por qué resignarnos a un futuro en el que las comunidades que habitan entornos áridos y semiáridos se vean continuamente azotadas por tormentas de polvo», declaró Doreen Robinson, Jefa de la Subdivisión de Biodiversidad y Tierras del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. «Restaurando los paisajes resecos y reduciendo significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero, podemos disminuir las posibilidades de tormentas monstruosas y mejorar la vida de decenas de millones de personas», agregó.

En este contexto, a continuación te contamos todo lo que necesitas saber sobre las tormentas de arena y polvo, y cómo los seres humanos podemos frenar su impacto destructivo.

¿Cuáles son las causas de las tormentas de arena y polvo?

Estas tempestades se producen cuando fuertes vientos se encuentran con suelo desnudo o seco, levantando grandes cantidades de arena y polvo a la atmósfera. Una vez en el aire, la arena y el polvo no permanecen en un lugar, sino que son transportados a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia.

Las principales fuentes de estos polvos minerales son las regiones secas del África del Norte, la Península Arábiga, Asia Central y China. Australia, América y Sudáfrica contribuyen en menor medida, pero no por ello menos importante.

¿Cada vez son más frecuentes las tormentas de arena y polvo?

Sí. Las actividades humanas, como la deforestación, el pastoreo excesivo y el uso excesivo del agua, están provocando que los desiertos se extiendan y están multiplicando la probabilidad de que se produzcan tormentas de arena y polvo. El cambio climático (que está provocando sequías y temperaturas más extremas) está acentuando estos factores causantes.

En determinadas zonas, el polvo del desierto se duplicó durante el siglo XX, lo que aumentó la probabilidad de tormentas de arena y polvo.

¿Cuáles son las consecuencias de las tormentas de arena y polvo?

Pueden tener efectos desastrosos para la agricultura y el sector industrial. Por ejemplo, tan solo en el norte de China causaron pérdidas económicas de casi US$ 1.000 millones en tan solo tres años.

Además de ser perjudiciales para los negocios, las tormentas de arena y polvo también pueden desencadenar una serie de dolencias respiratorias en los seres humanos.

Alrededor del 40% de los aerosoles (un conjunto de partículas diminutas) que se encuentran en los niveles más bajos de la atmósfera de la Tierra están constituidos por partículas de polvo transportadas por el viento. Si las partículas quedan atrapadas en la nariz, la boca y las vías respiratorias superiores, pueden provocar enfermedades como el asma o la neumonía.

Las partículas más finas pueden penetrar aún más profundamente, llegar al torrente sanguíneo y afectar a todos los órganos. Un informe de 2014 calcula que 400.000 muertes prematuras se debieron a la exposición a partículas de polvo.

Asimismo, las partículas de polvo pueden actuar como portadoras de enfermedades infecciosas. La meningitis meningocócica es una infección bacteriana del cerebro; de no tratarla, provoca la muerte en el 50% de los casos. La incidencia es mayor en el «cinturón de la meningitis» del África subsahariana, donde los investigadores han vinculado la enfermedad con las condiciones polvorientas.

Además de los efectos sobre la salud humana, las tormentas de arena y polvo pueden destruir cosechas, matar ganado, ensuciar la maquinaria y obligar a los vuelos a aterrizar.

¿Qué puede hacer la ciudadanía para detener las tormentas de arena y polvo o limitar su impacto?

El fenómeno es difícil de controlar directamente: la sequía o la deforestación en una parte del mundo pueden provocar tormentas de arena en otra región. Por fortuna, las personas pueden controlar las condiciones que hacen que el suelo se seque y el polvo se acumule en el aire.

En las zonas donde se desatan las tormentas de arena y polvo, los Estados pueden restaurar las tierras utilizando de manera más eficaz los escasos recursos hídricos, protegiendo las frágiles capas superficiales del suelo y aumentando la cubierta vegetal, incluso plantando arbustos y árboles autóctonos. Todas estas medidas ayudan a almacenar agua en la tierra y, como resultado, se genera menos arena y polvo.

En las regiones semiáridas, los Estados también pueden ayudar a los agricultores a producir alimentos sin recurrir al desmonte y al pastoreo excesivo, dando al suelo la oportunidad de descansar y recuperarse.

Dada la relación entre el cambio climático y la desertificación progresiva, el mundo también debe hacer verdaderos progresos en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que alimentan la crisis climática. El planeta se ha calentado ya 1,1 °C más que en la época preindustrial y, a medida que las temperaturas sigan incrementándose, provocarán más sequías y crearán terrenos más susceptibles a provocar tormentas de arena y polvo.

Por último, al tiempo que los Estados luchan contra las causas de estas tempestades, pueden seguir invirtiendo en sistemas de alerta temprana que avisen a las personas vulnerables de la llegada de tormentas. Esto puede salvar vidas y limitar los daños económicos.

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