Con el título conseguido en Australia y Nueva Zelanda 2023, las futbolistas de España han derribado la última barrera que les quedaba para ser referentes en su país.

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Lo ha logrado España. En el Estadio de Australia, Sídney, ante 75784 personas, jugó una final de ensueño ante Inglaterra. Con su clásico fútbol de toque y posesión, superó a las campeonas europeas con más holgura que la que muestra el resultado. Ya lo pueden gritar: ¡Campeonas del Mundo! Lo mismo que se oyó en 2018, en Montevideo, en la Copa Mundial Femenina Sub-17. Lo mismo que se cantó en San José de Costa Rica, en la Copa Mundial Femenina Sub-20 del 2022. Ahora, ha llegado la grande. La que cambia para siempre la historia de un país.

Decir que has disputado la final de un Mundial se comenta rápido, pero jugar al fútbol no es tarea fácil para las niñas de muchos lugares del planeta. Darte cuenta de que tienes a todo tu país atrapado en el tiempo que dura un partido puede ser arduo de asimilar, pues el sacrificio detrás de estas palabras parece infinito.  Jugar la final implica mayores cosas que el espacio entre el pitido inicial y la euforia final. Jugar esta final de una Copa Mundial Femenina de FIFA implica palabras mayores: ser referentes. 

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España, un país donde la cultura deportiva rodea a la pelota del deporte rey, esperaba señales para sumergirse en la fantasía de un equipo femenino que hace ocho años luchaba por la profesionalidad, y ahora lo hace para reinar, en la victoria y en la derrota.  

Las 23 futbolistas de la selección española han tenido que saltar todo tipo de barreras en su camino, más incluso que la especialista en vallas que eligió el fútbol para convertirse en una de las heroínas de este Mundial. Salma Paralluelo es el reflejo de esa apuesta, de las dudas sobre el futuro a corroborar que había nacido para alcanzar la gloria en un deporte que por fin abría las puertas de la profesionalidad al talento.

La Copa Mundial Femenina de 2023 es el triunfo de lo extraordinario, de las niñas que lloraron al volver del colegio porque les habían robado la pelota y les impedían jugar en el recreo del colegio. El éxito de quienes aprovecharon las peleas de sus antecesoras para subirse a la ola y descargar toda su energía en una orilla que sabía que ésta iba a llegar.

Es la gran victoria de Irene, de Jenni y de Alexia. Las tres futbolistas que se metieron en las casas de los españoles para gritarles que habían tardado en unirse, pero que todos son bienvenidos a la fiesta. Es, en definitiva, el triunfo de una generación que tiene en Aitana Bonmatí a su gran baluarte y a una generación, campeona del Mundial sub-20 que ha llegado para quedarse. Ahora, millones de personas pronuncian estos nombres.

Tuvieron que hacer la última de las cosas extraordinarias para derribar el muro definitivo: llegar a la final de Sídney. Estaban a lejos, a miles de kilómetros de sus casas, pero desde Nueva Zelanda ya escucharon el eco de quienes se sumaron a lo imparable. En Australia han corroborado el cambio. España ha paralizado su país con una gesta histórica, sin perder de vista lo complicado que es ser normal en mitad del impacto social.

Las futbolistas han gritado más alto hasta liberarse. Le han dicho a las niñas que éste también es su lugar, le han dicho a los niños que el espacio es común, y han hecho que millones de personas en decenas de países crean y vean que el fútbol les también les pertenece a ellas. Una vez les han dejado entrar, ya no habrá más dudas: estas referentes mantendrán las puertas abiertas de par en par. 

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