Desde la colonización campesina, la bonanza marimbera y el conflicto armado, la comunidad de este corregimiento del Magdalena ha enfrentado desafíos con determinación. A través de la preservación de la memoria y el trabajo entre las comunidades, San Pedro de la Sierra es un lugar de esperanza y arraigo que hoy florece gracias a los campesinos y sigue relatando historias que desentrañan el pasado y mantienen la mirada en el futuro.

Ubicado en la vertiente occidental de la majestuosa Sierra Nevada de Santa Marta, San Pedro de la Sierra es un caserío que emerge al filo de una montaña, caracterizándose por una singularidad arquitectónica y una distribución de viviendas que cuentan la historia de su evolución: la mayoría de las construcciones van descendiendo por la ladera de la montaña como escalones hacia abajo. Muy recientemente se encuentran edificaciones de hasta tres pisos hacia arriba.

Esta arquitectura, que puede parecer atípica frente a otras construcciones en pueblos del Caribe colombiano, en realidad funcionaba como un “salvavidas” en tiempos de violencia. Cuando los pobladores se veían amenazados podían descender rápidamente para buscar refugio y salvaguardar sus vidas en el proceso. Así, la construcción no solo refleja la evolución del lugar, sino también la resistencia y adaptación de su comunidad a circunstancias adversas y al aprovechamiento del territorio para sacar un beneficio económico.

Entre contrastes y migraciones

El perfil de sus viviendas cafeteras del interior del país refleja la incidencia del cultivo del café que prosperó en la región y contrasta con las características originales de las construcciones indígenas, las cuales estaban arraigadas en la tradición de la palma. Con el tiempo algunas familias indígenas migraron hacia otras laderas de la vertiente, más hacia la serranía, y el paisaje se fue transformando en un espacio distinto a lo que podría esperarse en un poblado ubicado en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Hoy alberga cerca de 270 viviendas, habitadas por una comunidad compuesta por 1.300 personas, la mayoría de origen campesino provenientes del centro del país, quienes se desplazaron con la ola de violencia que marcó la década de 1940 por la disputa entre liberales y conservadores, con mayor efecto en 1948 tras el Bogotazo, el 9 de abril, una de las épocas más críticas debido al asesinato del político liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Fue en este periodo cuando una llegada masiva de pobladores se convirtió en un factor determinante en la conformación de este corregimiento, dando lugar al poblamiento campesino. En 1957, durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), Pedro Monroy (un gobernador militar) denominó a este asentamiento como “San Pedro de la Sierra”.

De ese modo, el “San Andrés de los Koguis”, que albergaba un pueblo indígena, hogar de los kogui, cuyas vidas y actividades se tejían en torno a unas 18 casas y una casa ceremonial, se transformó en San Pedro de la Sierra, una nueva denominación, que de alguna manera reflejaba una redefinición de su identidad, un poblado no muy grande, pero que empezó a configurarse en lo que puede ser un pueblo más del centro del país.

Con el tiempo algunas familias indígenas migraron hacia otras laderas de la vertiente, más hacia la serranía y el paisaje se fue transformando en un espacio distinto a lo que podría esperarse en un poblado ubicado en la Sierra Nevada.

Entre 1976 y 1985 la historia de San Pedro de la Sierra se entrelazó con la bonanza marimbera que progresó en Magdalena, Cesar y La Guajira, cuando el cultivo y la exportación ilegal de marihuana prosperaron en la región atrayendo a grupos armados al margen de la ley y cambiando el perfil de las casas.

Muchos campesinos que cultivaban café migraron a la siembra de marihuana, lo que generó un auge económico en el pueblo que cambió el perfil de las viviendas que todavía tenían rastros indígenas y comenzaron a construirse con materiales más duraderos; no obstante, a diferencia del café, no generó una cultura tan arraigada en el territorio.

La arquitectura de San Pedro de la Sierra que puede parecer atípica, en comparación a otras construcciones en pueblos del Caribe colombiano, en realidad funcionaba como un “salvavidas” en tiempos de violencia. Fotos: Yarledis Holguín, magíster en Hábitat de la UNAL.La arquitectura de San Pedro de la Sierra que puede parecer atípica, en comparación a otras construcciones en pueblos del Caribe colombiano, en realidad funcionaba como un “salvavidas” en tiempos de violencia. Fotos: Yarledis Holguín, magíster en Hábitat de la UNAL.

Una historia de resistencia

Con la dinámica ilegal se crean “combos” delictivos y los primeros grupos de guerrillas como las FARC llegan con la idea de acabarlos, así los desvinculan y se apropian del territorio por muchos años. Sin embargo, a pesar de las adversidades, la comunidad persiste en su arraigo y resiste el poblamiento externo, demostrando una notable capacidad para organizarse y resolver colectivamente sus necesidades básicas.

Así lo expone el trabajo de investigación “Producción del hábitat en San Pedro de la Sierra Nevada de Santa Marta, un espacio de conflicto permanente: comprensión de la memoria colectiva”, de Yarledis Holguín Silva, magíster en Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), que se erige como un significativo aporte al entendimiento y la preservación de la memoria colectiva.

La autora se sumergió en el tejido histórico y cultural de la comunidad de San Pedro de la Sierra, explorando su memoria comunitaria, sus modos de habitar, sus desafíos y sus logros a lo largo del tiempo. “El proyecto buscó reconstruir, desde la memoria de los habitantes, amigos y familiares, todo el proceso de colonización campesina entre 1950 y el 2021”, dijo.

Así las cosas, la tesis se constituye en una herramienta valiosa para transmitir esas memorias, resaltar las potencialidades comunitarias y enfatizar la resiliencia de sus habitantes.

Para el estudio –enfocado en el desarrollo comunitario impulsado por campesinos que llegaron del interior del país–, la investigadora contempló un abanico de fuentes como relatos personales y antecedentes proporcionados por antropólogos que trabajaron en la zona.

Para ello empleó la Investigación Acción Participativa (IAP), metodología que le permitió involucrar a la comunidad en el estudio de su propio territorio. Los resultados clave resaltan la importancia de la relación colectiva y comunitaria en los procesos de poblamiento y ocupación, así como la presencia y el papel de los jóvenes en la construcción del futuro.

Precisamente una de las conclusiones clave que analizó el estudio fue el papel que han jugado los jóvenes en el territorio, quienes han desafiado las consecuencias del conflicto y contribuido al conocimiento y desarrollo comunitario en esta región del país, y están ávidos de habitar el territorio que denominan como un “paraíso” por su tranquilidad y paisaje, para poner en práctica los conocimientos aprendidos en las universidades.

Este caserío que antes albergaba al pueblo Kowi ahora es habitado por campesinos del interior del país, especialmente de Antioquia, Santander, Tolima y Cundinamarca. Foto: Jeimi Villamizar, Unimedios.Este caserío que antes albergaba al pueblo Kowi ahora es habitado por campesinos del interior del país, especialmente de Antioquia, Santander, Tolima y Cundinamarca. Foto: Jeimi Villamizar, Unimedios.

“El enfoque central fue resaltar la importancia de la relación colectiva y comunitaria en los procesos de poblamiento y ocupación de territorios. A pesar de la fragilidad actual debido al conflicto, esta relación sigue siendo una potencialidad clave para el desarrollo de las comunidades en los territorios”, señala la magíster Holguín.

San Pedro de la Sierra es mucho más que su arquitectura, es un lugar que inspira amor y arraigo en quienes lo habitan. La comunidad ha descrito este rincón de la Sierra Nevada como un auténtico paraíso: el clima (ni muy frío ni muy caliente), los amaneceres y atardeceres cautivadores, así como la tranquilidad de la vida cotidiana contribuyen a esta percepción. Aunque no es un destino de fácil acceso, la amabilidad de sus habitantes, la costumbre de compartir un tinto en las afueras de las viviendas y la sensación de acogida hacen de este un lugar especial.

periodico.unal.edu.co