El agua es esencial para la vida en la Tierra. Constituye más del 50 % de nuestros cuerpos y cubre alrededor del 71 % de la superficie del planeta. Solamente el 2.5% del agua es dulce, apta para beber, para la agricultura y para la mayoría de los usos industriales. El agua es una fuerza motriz para las personas, las economías y la naturaleza, y conforma la base de nuestra alimentación. De hecho, la agricultura representa el 72 % de las extracciones mundiales de agua dulce, pero como todos los recursos naturales, el agua dulce no es infinita.   

El rápido crecimiento de la población, la urbanización, el desarrollo económico y el cambio climático están poniendo los recursos hídricos del planeta bajo un estrés cada vez mayor. Al mismo tiempo, los recursos de agua dulce por persona han disminuido un 20 % en las últimas décadas y la disponibilidad, y la calidad del agua se están deteriorando rápidamente debido a decenios de uso y gestión deficientes, sobreexplotación de aguas subterráneas, contaminación y cambio climático. Corremos el riesgo de sobrecargar este recurso preciado hasta un punto de no retorno.  

Hoy en día, 2 400 millones de personas viven en países sometidos a estrés hídrico. Muchos de ellos son pequeños agricultores que ya luchan para satisfacer sus necesidades diarias, especialmente las mujeres, los Pueblos Indígenas, los migrantes y los refugiados. La competencia por este recurso inestimable está aumentando, a medida que la escasez de agua se convierte en una causa de conflicto cada vez mayor.   

Alrededor de 600 millones de personas que dependen, al menos parcialmente, de los sistemas alimentarios acuáticos para vivir están sufriendo los efectos de la contaminación, la degradación de los ecosistemas, las prácticas insostenibles y el cambio climático. 

© FAO

Es hora de empezar a gestionar el agua de manera prudente 

Necesitamos producir más alimentos y otros productos agrícolas esenciales con menos agua, mientras garantizamos que el agua se distribuya equitativamente, que se preserven nuestros sistemas alimentarios acuáticos y no dejar a nadie atrás.  

Los gobiernos deben diseñar políticas basadas en la ciencia y la evidencia que aprovechen los datos, la innovación y la coordinación intersectorial para planificar y gestionar mejor el agua. Deben respaldar estas políticas con una mayor inversión, legislación, tecnologías y fortalecimiento de las capacidades, mientras incentivan a los agricultores y al sector privado a que participen en soluciones integradas para un uso más eficiente del agua y para su conservación. 

fao.org