Los campesinos aún viven directa o indirectamente los asesinatos, torturas, persecuciones y secuestros derivados del conflicto armado. Esto desborda su miedo, trastorno que muchos manifiestan a través de angustia, tristeza, fobia e incomodidad ante el “extraño”. Así lo revela un estudio psicológico realizado en el sur del Tolima, cuyos resultados señalan que, como mecanismo de defensa ante la “sensación de peligro”, algunos pobladores enrejan sus casas con alambres de púa y las custodian con perros guardianes.
Óscar Javier Laverde Robayo | Periodista Unimedios – Sede Manizales
El equilibrio emocional de los campesinos del sur del Tolima se sigue afectando debido a la acción de bandas criminales y disidencias de grupos armados ilegales. Fuente: Guillermo Legaria / AFP.
Desde la ciudad, las montañas del campo se ven como aquel espacio rodeado de verde que produce calma, tranquilidad y un aroma particular a aire puro; pero hacia el sur del Tolima, este escenario no es más que un “idilio rural”.
El sur de este departamento está conformado por ocho municipios: Roncesvalles, San Antonio, Ortega, Coyaima, Chaparral, Rioblanco, Ataco y Planadas, territorios de campesinos y familias humildes que viven especialmente del ganado, la cría de gallinas, la producción de leche y el cultivo de café, maíz y plátano, y que años atrás estaban controlados por grupos al margen de la ley, promotores del desplazamiento forzado, los asesinatos, secuestros, extorsiones y la disputa por el control de la tierra.
En 2019 la Secretaría de Salud del Tolima elaboró un diagnóstico de salud mental que muestra que los habitantes del departamento presentan una alta prevalencia de trastornos mentales, especialmente depresión, ansiedad y consumo de sustancias, además de una alta tasa de suicidio y violencia tanto intrafamiliar como sexual, muchos de ellos relacionados con el conflicto armado que se ha vivido en la zona.
El psicólogo José Luis Alvarado Gutiérrez, magíster en Investigación en Psicología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Bogotá, analizó el fenómeno del crimen a partir de un contexto rural colombiano en un grupo de provincias del sur del Tolima que siguen siendo golpeadas por el conflicto armado que allí lleva más de 50 años.
En su estudio trabajó directamente con una muestra de 145 campesinos de la zona para identificar cómo hoy la conformación de pequeños grupos criminales y las disidencias de grupos armados ilegales siguen afectando el equilibrio emocional de las personas.
“En Colombia el crimen se asocia con las acciones de la guerra, el conflicto armado entre las guerrillas, los narcos y el Estado, y a pesar de que en las ciudades se tengan registros incluso más altos por hurto, riñas o asesinatos, en el campo este fenómeno tiene una incidencia más fuerte por su recorrido histórico, una huella que no merma, un daño emocional que no se ha reparado”, explica el psicólogo Alvarado.
Aunque han pasado más de 50 años de conflicto y más de 6 de la firma del Acuerdo de Paz, cifras del Instituto para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) revelaron que solo en el primer trimestre de 2023 se registraron en Colombia 6.647 muertes violentas –es decir más de 70 asesinatos al día– y 52 masacres, 5 de las cuales se perpetraron en Tolima.
A través de una serie de entrevistas y pruebas de aptitud aplicadas a los participantes de este departamento –convocados a participar libremente en la Oficina para la Atención de Víctimas– se identificaron dos tipos de miedo: uno que ellos toman como su realidad y que se refleja en la percepción de inseguridad, y otro que se percibe en delitos como hurto, consumo de drogas, robo de cultivos de café, plátano y maíz, y desmembramiento de ganado.
El efecto en la comunidad
El profesor José Ignacio Ruiz-Pérez, magíster en Criminología y doctor en Psicología de la UNAL Sede Bogotá, quien por más de 10 años ha estudiado este fenómeno, explica que “la emoción del miedo también es un desencadenante de angustia, temor, tristeza, ira, impotencia y desconsuelo”.
“Ante el miedo, las personas generan sensaciones incómodas en el cuerpo, como dolor de cabeza, vómito, mareo, subida de la presión arterial y descompensación, lo que se conoce como somatización de las emociones hacia una reacción física”.
Esto se corrobora en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM, 2014), que además resalta que el miedo es un tipo de trastorno que produce fobia, evitación y ansiedad, acompañado por sudoración y palpitaciones.
Por medio de test, el investigador Alvarado identificó que, ante el miedo, más del 70% de los pobladores manifestaron una situación de incomodidad al “extraño”, al “diferente”, que genera un sentido de evasión y falta de confianza. También que el 50% eran mujeres y el 50% hombres entre 18 y 64 años, el 27% tenía bachillerato, un 21% pregrado incompleto, y que el 34,5% se autodenominó como víctima del conflicto armado interno colombiano, y más del 60% afirmó haber vivido en épocas de reclutamiento forzado.
El miedo que persiste
La neuropsicología describe el miedo como una señal eléctrica de los nervios que es enviada hacia las amígdalas, se integra con las señales del córtex prefrontal y el hipocampo, que, en respuesta a un estímulo, produce aumento del ritmo cardiaco, respiración anormal, cierre de esfínteres y dilatación de las pupilas.
Así mismo, ante un peligro causa la liberación de hormonas como el cortisol –producido por las glándulas suprarrenales y responsable del estrés– y la adrenalina, haciendo que la persona actúe en modo de defensa o con un mecanismo de huida, y, en sentido contrario, aumenta su vulnerabilidad, dejándola inmóvil al mismo tiempo.
El Ministerio de Salud y Protección Social señala que el miedo también genera trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) causando un aumento en los pensamientos y temores no deseados.
En su estudio, el investigador Alvarado encontró que, como mecanismo de defensa al miedo, el 80% de los pobladores prefieren tomar acciones preventivas como enrejar sus casas, tener perros guardianes o poner alambres de púas.
La desconfianza no solo se da ante el extraño: los habitantes del Tolima tampoco consideran a la Policía como un elemento de seguridad, pues la presencia de uniformados también quiere decir que algo está pasando en el territorio, “es como si estuvieran buscando algo”, dicen, y esto les genera intranquilidad y zozobra.
Por último, el investigador Alvarado resalta la necesidad de hacer intervenciones psicosociales que promuevan la resiliencia, la convivencia y la reconciliación en el territorio, para evitar que el desconsuelo y la incertidumbre se conviertan en un círculo vicioso al que, según explica, “se le da una simbología, como asociar el crimen con la oscuridad, la lejanía, el descuido y el abandono de todo el contexto que nos rodea, en donde una realidad como la pobreza, el hambre y las necesidades básicas insatisfechas dan pie a un aumento del crimen”.
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